La escena es así: Elton John llega, al comienzo de su carrera, a Los Ángeles, buscando oportunidades. Sus representantes le han conseguido actuar, un lunes por la noche, en el legendario escenario de The Troubadour. Minutos antes de que arranque el show, le avisan que hay miembros de la realeza roquera de California entre la concurrencia. Elton John tiembla de los nervios. Se encierra en el baño, negándose a salir, hasta que lo obligan a hacerlo. El dueño del lugar lo presenta sin mostrarse particularmente entusiasmado: “Den la bienvenida a una estrella de rock en ascenso, desde Inglaterra…”. Se escuchan tres aplausos. Empieza su concierto con una versión rara y tranquila de uno de sus temas emblema, “Crocodile Rock”. Tarda unos segundos en prender. Pero cuando sucede, Elton, por arte de magia, comienza a flotar en el escenario. El público se mete al trance del músico y también se levanta del suelo. Esa escena describe bien el tono de la película, compuesta con anécdotas, metáforas visuales, fantasías, alucines y momentos de alto dramatismo tomados directamente de su vida real que, sin duda, podrían dejar muy satisfecha a la señora Silvia Pinal.

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Las comparaciones son odiosas (y obvias), pero inevitables. Es imposible no observar las coincidencias que existen entre la reciente biopic de Queen y Rocketman. No solo porque se han estrenado con meses de diferencia y porque ambas tratan sobre figuras emblemáticas del rock de los 70, sino porque el director Dexter Fletcher, fue, se puede decir, responsable de ambas, aunque en Bohemian Rhapsody no estuvo desde un principio, sino que llegó como bombero a apagar el incendio que dejó el problemático Bryan Singer, ya cuando la filmación iba muy avanzada. Además, ambas son versiones autorizadas de sus vidas, que, por si fuera poco, tienen algunas similitudes: un hogar donde fueron incomprendidos, un talento desbordado, éxito avasallante, conflictos de preferencias sexuales, problemas graves de drogas recreativas. Sin embargo, y a pesar de que hay escenas que podrían ser de cualquiera de las dos películas, lo interesante son las diferencias entre una y otra. Mientras que la de Queen tiene una narrativa lineal y predecible, Rocketman es un musical (tranquilamente se podría montar en Broadway), en el que constantemente se están cruzando las líneas entre la ilusión y la realidad. En el que las canciones a veces entran de manera natural y otras veces con calzador. Afortunadamente son canciones magníficas.

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Lo que más me gustó de Rocketman, además de la puntual recreación de los estrafalarios vestuarios de Elton John y de la espectacular actuación de Taron Egerton en el rol principal, fue la profundidad con la que se explora la misteriosa relación (al menos a mí así me resultaba) con Bernie Taupin, el encargado de ponerle letras a todos los macanazos del pianista. Lo que sugiere la cinta es que Taupin vivió de cerca el meteórico ascenso de Elton John y que muchas de las canciones están inspiradas directamente en la compleja sociedad musical que sostuvieron ambos o en momentos conflictivos e íntimos de sus vidas. La cinta quiere presentarnos qué les estaba sucediendo cuando hicieron tal canción o cuál fue su origen. Y eso resulta bellísimo. Faltó explorar la amistad con la Princesa Diana, algunos de los tremendos (y bien documentados) desplantes de Elton John, su vida en años recientes… en ciertas cosas se queda corta. Dos horas no alcanzan para una vida tan compleja. Y, sin embargo, ayudará a las nuevas generaciones a conocer a este músico, quien alguna vez fue la estrella de pop más grande del planeta y, al mismo tiempo, un auténtico vanguardista.

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