Vivimos en una ciudad escandalosa y estridente. Por la mañana nos despiertan los cláxones que tocan oficinistas desesperados, los motores de camiones, la campana de la basura, los gritos del repartidor de gas… Al mediodía ruge la maquinaria que construye un nuevo edificio, mientras se compran colchones, refrigeradores, estufas o algo de fierro viejo que vendas. Por la noche, el pitido del silbato de los camotes y la grabación de los tamales oaxaqueños interrumpen las conversaciones o los pensamientos, y cuando intentamos dormir, las nuevas patrullas nos despiertan con su novedosa alarma de reversa que parece una especie de pájaro o perro sufriendo. Estamos acostumbrados —o resignados— a oír demasiado ruido, algo que, según la Organización Mundial de la Salud, genera padecimientos cardiacos, cognitivos, estrés y zumbido de oídos, entre otros males.

Demos por perdida la batalla por el silencio mientras estamos despiertos. Lo único que se ha logrado en los últimos años fue la publicación, en 2015, del artículo 7, fracción III, del entonces nuevo Reglamento de Tránsito: “Serán sancionados quienes utilicen el claxon para un fin diferente al de evitar un hecho de tránsito, especialmente en condiciones de congestión vehicular, así como provocar ruido excesivo con el motor”. Según una investigación de Publimetro, en 2015 se infraccionó a una persona por esta falta, en 2016 a 113, y en 2017 a mil 139. Del año pasado y el actual aún no hay datos, ni información sobre si se sigue penalizando a quien se quede pegado al claxon.

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La madrugada debería ser, entonces, el único remanso para los oídos. Pero ¿qué ocurre cuando los vecinos tienen otros planes? Yo vivo en una colonia donde no hay bares y casi no hay restaurantes. Los comercios cierran temprano y las noches entre semana suelen ser silenciosas. Sin embargo, los viernes y sábados retumban hasta el amanecer las fiestas de los vecinos. Últimamente les ha dado por contratar mariachis o banda sinaloense. Héctor Aguilar Camín, quien vive en la misma zona, publicó una serie de tuits sobre el escándalo de madrugada y cómo al llamar a la alcaldía Miguel Hidalgo para reportarlo, nadie contestó. Dos semanas después volvió a denunciarlo vía Twitter y aquella vez logró finalmente conseguir que le bajaran al volumen.

La Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México en la fracción III de su artículo 24 dice que serán multadas con el equivalente de 10 a 40 veces la Unidad de Cuenta de la Ciudad de México (755 a 3 mil 20 pesos), o arrestados de 13 a 24 horas, quienes produzcan o causen ruidos por cualquier medio que notoriamente atente contra la tranquilidad o represente un posible riesgo a la salud de los vecinos. Claro, no es tan sencillo que un policía arreste a una persona si ésta se encuentra dentro de su domicilio y no abre la puerta.

Todos tenemos derecho a divertirnos, beber, bailar y escuchar música hasta la hora que se nos antoje, pero pensemos en cómo esto puede afectar a un vecino enfermo, a un anciano, a un bebé o a quienes trabajan al día siguiente y deben levantarse temprano. Así como los chilangos nos apoyamos cuando ocurren desgracias, como en el sismo del 19S, también deberíamos hacerlo en condiciones normales. En una ciudad con problemas mucho más apremiantes, aplicar las leyes por el silencio no es una prioridad; pero nosotros, como parte de una comunidad, deberíamos considerar cómo podemos obsequiar, al menos, unas horas de silencio y tranquilidad a los demás.

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