El 1 de febrero pasado se difundió un video tomado por una cámara de seguridad, en el que una mujer que camina por la calle es interceptada por un sujeto, quien intenta someterla para subirla a una camioneta. La mujer se tira al asfalto, patalea y forcejea hasta que el delincuente desiste, no solo por la resistencia de ella, sino también porque un grupo de personas sale corriendo de un negocio para evitar su secuestro. Los hechos ocurrieron en la colonia Pedregal de Santo Domingo, alcaldía de Coyoacán, a unas cuadras del  Metro Universidad.

Tres días antes, en chilango.com publicamos los testimonios de cuatro mujeres a quienes intentaron secuestrar cerca del Metro Mixcoac. El modus operandi fue más o menos el mismo: mientras caminaban por la calle solas, uno o dos sujetos salieron de un automóvil (estacionado o en movimiento) e intentaron meterlas al coche por la fuerza. Entre jaloneos, ellas perdieron la bolsa pero lograron escapar. La mayoría no realizó denuncia ante el Ministerio Público por temor a represalias o por falta de confianza en el sistema de justicia.

Durante los días posteriores surgieron otros testimonios de usuarias del Metro, quienes sostuvieron que mientras caminaban por un andén, un sujeto las abrazaba o tomaba del brazo, las amenazaba al oído y, si gritaban, él fingía tener una relación con ellas para que nadie intentara ayudarlas. ¿A qué punto hemos llegado si al ver a una mujer pidiendo ayuda ante un hombre “que trata de calmarla”, pensamos que es una simple discusión de pareja y que seguramente a ella “se le pasará”?

Esta serie de casos son solo indicios de una realidad brutal: ser mujer en la CDMX –y en el país– es muy peligroso. Los habitantes de esta ciudad podemos presumir avances en derechos de minorías o en uso de medios de transporte alternativo, pero en nuestra interacción con ellas seguimos sin dar un paso. Las mujeres aquí tienen que volverse expertas en esquivar amenazas. Según la ONU, dos de cada tres mujeres en el país han experimentado algún tipo de violencia, y el 60% de las agresiones a ellas en la vía pública son de tipo sexual.

Según una encuesta de la fundación Thomson-Reuters realizada en 2017, la CDMX es la sexta megalópolis más peligrosa para las mujeres, sólo detrás de El Cairo (Egipto), Karashi (Pakistán), Kinshasa (El Congo), Delhi (India), y Lima (Perú).

Hoy, muchas mujeres deben planear su día a partir de la hostilidad del entorno, en temas tan básicos como a qué hora regresar a casa, cómo vestirse o si saldrán a la calle solas. Terminar con la normalización de esta violencia quizá nos lleve varias generaciones, pero tenemos que empezar ya. Podrá haber silbatos para denunciar acoso en el transporte, o vagones exclusivos, pero mientras no estemos dispuestos a reeducarnos y educar a las nuevas generaciones, la situación de las mujeres en el espacio público solo empeorará.

La segunda semana de febrero, cerca de 20 puestos ambulantes afuera del Metro Balderas colocaron carteles con la leyenda: “Amiga, si alguien te está siguiendo o molestando, acércate a este puesto y te ayudaremos, ¡ni una más!”. La app WeHelp permite a sus usuarias y usuarios enviar una alerta en caso de peligro, para que otra u otro los auxilie o llame a la policía. Al menos a corto plazo, tejer este tipo de redes de protección para las mujeres, con personas como las que salieron del negocio en Coyoacán para socorrer a la joven, son la única alternativa.

Según la Procuraduría General de Justicia de la CDMX, entre el 1 y el 12 de febrero se abrieron 48 carpetas de investigación por intento de secuestro en el Metro. No hay un solo detenido.

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