Jamás había ido al Danubio, acreditada marisquería del centro histórico a la vuelta de las camisas de futbol originales pero baratas y la fila obscena para comprar churros en El Moro original. Número tres de República de Uruguay, casi se besa con Lázaro Cárdenas. Manido salón clásico de manteles blancos y meseros ruquillos apoyados por garroteros aún más ruquillos y un gerente jovenazo con la frente perlada en sudor. Su sitio web está en inglés y en español. Eso justifica, acaso, los precios desmedidos e impresos con letra manuscrita en la carta.

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Acudo después de presentar el libro de un compa en la, cada vez más chueca, Feria del Libro del Palacio de Minería. Frente a mí desfilan las posibilidades del mar. Un ramillete de camarones inmensos colgando de una copa, cócteles de camarones horizontales, una sopa de la cual sobresalen varias jorobas de pescado, ceviches que parecen colchas hechas de parches. Puras deliciosuras a las que no tengo acceso. Soy alérgico a los mariscos. La vida le va quitando a uno cosas. Me distraigo, pues, viendo la decoración.

Nos rodean cientos de servilletas enmarcadas y dispuestas en hileras hasta el techo. Hileras chuecas. Todos los paños relucen firmas y mensajes de gente famosa. Pero gente famosa del pasado. Autógrafos, letras chuecas, renglones, dibujos, frases sueltas, manchas de tinta, manchas de aguacate, manchas de tiempo. Memorabilia de un pasado reciente pero en el que no existía ni el HD. Es padre imaginarse al gerente exaltado: “acaba de llegar Sergio Goyri, pídanle que nos firme la servilleta, ¡en chinga!”

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Octavio Paz, Vicente Fernández, Raúl Velazco, Mauricio Garcés, Jacobo Zabludowsky, etcétera. Adorable clan de individuos que se zamparon una mojarra en este establecimiento. ¿Hay mujeres? Las hay. Las menos, como pinche siempre.

  • Puro viejo lesbiano, pa´ pronto —comento.
  • Estos muros son la máxima apología al viejolesbianismo —agrega una de mis interlocutoras.
  • Es lo que más voy a extrañar del 2018 —dice otro—… la expresión “viejo lesbiano”.

Y creo que en nuestra mente aparecen los dinosaurios deformes y de videojuego que acompañaban a los memes que pusieron esa expresión en nuestras vidas. No creo que desaparezca tal concepto, que me parece adorable porque tiene este encanto de las majaderías sin sentido que formulan los niños chiquitos. Es como decir: cerilla de mocos o popó con alas.

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Ahora bien, me encanta la forma en la que dicha expresión se ha reformulado. Básicamente, los Viejos Lesbianos son toda esta gavilla de machitos del siglo pasado que sobrellevan su climaterio con el mismo pensamiento retrógrada del taxista que está molesto porque las mujeres “ya casi no usan falda” o que dicen que Yalitza es una india peyorativamente. ¿Me explico? Ser un Viejo Lesbiano representa estancamiento y caducidad. Es canales de TV abierta diciéndole “vuelta, vueeelta” a una actriz joven, poniendo a leer tuits a una periodista deportiva. Es el mapa de las revistas literarias en México en el que solo hay una fundada por Rosario Castellanos. No seamos viejos lesbianos, porque quizá en algún momento nuestros logros impliquen que nos den a firmar una servilleta frente a la que comerán los árbitros del futuro.

Miro la decoración, puede llegar a ser muy asfixiante aquella colección de difuntos que alguna vez tenían hambre y antojo de mariscos. A mí me da la impresión de que su México ya no nos funciona. Son las servilletas sucias de la mexicanidad, conservadas como piezas de museo. Venden Tequila Siete Leguas ahí, es delicioso.

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