El domingo, en el estadio de C.U., Cruz Azul le ganaba 1-2 a Pumas y la afición universitaria coreó esa rolita que dice: “Chemo, dime qué se siente llegar a las finales y que te ganen siempre”. Picardía puma. Me parece que no vieron la televisión el miércoles pasado, día en que la Máquina levantó la anecdótica Copa MX jugando una final con autoridad. En fin. Pedirle un poco de memoria a corto plazo a un gentío no es lo más sensato de mi parte.

En dos semanas comienza la Liguilla del futbol mexicano. Fase que, de entrada, es una babosada. Imagínate que corres un maratón y llegas en primer lugar. Entonces los organizadores dicen que los primeros ocho en llegar tienen que correr otros cinco kilómetros para ver ahora sí quién es el mero mero.

Bueno, el futbol es una maquinaria de anhelos que se infla y desinfla semestralmente. Es importante que Cruz Azul sea campeón. La Máquina Celeste es el equipo que representa a la gente más humilde y cuya chamba diaria nos encierra poderosamente. Hablo de los albañiles. Todo lo que nos rodea fue hecho por alguien que idealmente ha celebrado un gol celeste. Hablo de las personas que construyeron este país. En el sentido literal y sin metáfora alguna. Luego vienen los otros albañiles: taxistas y meseros, el que le da grasa a tu calzado, la panadera, la de la mamá de tus exes. La gente más trabajadora y empeñosa le va al azul. Pregúntenle al garrotero de su cantina favorita, pregúntenle a la señora que limpia sus cubículos oficinistas. A la chica de la recepción. Pregúntenle con señas al sujeto que del otro lado del vidrio limpia las ventanas de un piso veinte. La respuesta es: “…a la Máquina”.

Esta humildad se lleva en la sangre, viaja renovándose adentro de uno como la mezcla en los camiones de cemento. Por eso, quizá, a pesar de tanta frustración, ahí seguimos, fieles; es como llevar adentro un mole madre. La metáfora se concreta porque, tristemente, se nos ha endurecido de más en las venas el amor al equipo. Es muy triste irle a la Máquina.

Regla de vida: cada quien le va al equipo que se merece. A algunos nos tocó estar del lado de los medrosos, los tibios, los casi casi…. Pero, ¡cómo trabajamos para superar esa hermosa mediocridad! Es temporal, raza de Chacos. ¿El destino histórico de Cruz Azul cada vez se parece más a vivir de las glorias pasadas? Falso. La última vez que la máquina salió campeón de liga era yo virgen. Y la próxima vez que lo sea será por tres años seguidos. Lo sé de cierto.

Es doloroso que la institución no haya capitalizado el término cruzazulear a nuestro favor. Cuando sea presidente del equipo cambiarán muchas cosas, créanme.

Amigos celestes, se viene el día en que dejaremos de ser el hazmerreír de gente poco documentada y más bien mala copa. Se acerca rabioso un presente de contundente gloria, la piel chinita de nuestros hijos-herederos del amor por la liebre. Pasen la voz: dedicaré mi siguiente libro al que meta el gol de campeonato. Este proyecto cruzazulino luce serio, contundente y frontal. Trato de ser sensato y no emocionarme de más. ¡Al diablo!, voy a emocionarme de más, porque el futbol no es de quien lo merece, es del que anota gol, pero cada vez que me subí a un taxi y el chofer me cobró lo justo y yo vi brillar su llavero del azul sentí que ya nos toca. Nos toca por exclusivo derecho de piso. Esto tampoco es metafórico. Miren a todos lados, ahí estamos presentes. Veo mi ciudad, nudo de edificios en obra negra. Quiero verlos en pausa un lunes, quiero que no se avance un centímetro esta vorágine de cemento horizontal. Hablo del día en que las construcciones en México se detendrán todas de golpe porque los albañiles estaremos abrazados.

Ese día está a la vuelta de la esquina.

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