Algunas razones para entender (y amar) el perreo feminista)

“No vas a escaparte —canta Jiggy Drama—. No me hagas abusar de la ley que comienzo contigo. Si sigues en esa actitud, voy a violarte, hey”. Si no puedo ni escuchar su canción sin sentirme herida, menos puedo bailarla en este bar caliente y abarrotado de la Ciudad de México. Me quedo estática en medio de una multitud de chilangos perreando felices, enchelados y acalorados.

Letras como esta y algunas de Maluma, abiertamente machistas, que nos denigran y cosifican a las mujeres con su lenguaje sexista, son las que me hicieron sentirme mal al perrear en un antro a las dos de la mañana.

Mal, culpable. “Odio que me guste perrear —le dije a una amiga después de un rato en Baby—. Se me tiene que olvidar el feminismo”.

Sí, claro, esa canción de Jiggy (“Contra la pared”), como aquella en la que Maluma nos cuenta que está enamorado de cuatro babies que “siempre le dan lo que quiere, chingan cuando él les dice y ninguna le pone pero”, es machista y misógina. Incluso existió una petición en change.org para censurarla por hacer apología de la violencia de género. Se consiguieron 92,394 firmas pero la rola sigue infectando bares, antros y fiestas. Y yo, como muchas que diario sufrimos y cuestionamos y retamos al machismo, seguimos incómodas cuando queremos bailar reguetón pero no reafirmar la misoginia de malos productos bien vendidos como “Cuatro Babies” —en realidad más trap que reguetonera—.

Pero, por fortuna, su oposición existe y se llama perreo feminista.

No entendí bien de qué va hasta que escuché —y bailé entre whisky y whisky hasta sudar la blusa— a Ivy Queen en Punto Gozadera. “Yo quiero bailar, tú quieres sudar y pegarte a mí —canta Ivy, la reina de la música urbana—. El cuerpo lo sabe y yo te digo sí. Y tú me puedes provocar, pero eso no quiere decir que pa’la cama voy”. Claaaro. Ahí sí me siento cómoda. La sexualidad explícita es característica del reguetón y del trap. Todo bien con eso. El problema son los Malumas que confunden la sexualidad a la cosificación sexual. Eso no está padre.

Entonces, no odio que me guste perrear, odio perrear trap machista y lo que me gusta es el perreo feminista. Aaah, tanta diferencia.

Tampoco se trata de pedirle permiso al feminismo para bailar pegadita a otr@ porque este no nos obliga ni prohíbe, nos alienta a gozar lo que queremos y a cuestionar lo que dudamos.

Whiskito en mano, le pregunté su opinión a un par de chavas que perreaban bien bonito, como las de “Express Yourself”, de Diplo.

“Las mujeres que perreamos decidimos cuándo, cómo, cuánto y con quién”, me dijo una. Vaya, no hay expresión del consentimiento más bonita. Va, así, mover el culo en la bochornosa y estridente pista de Bahía Bar o Café Paraíso es una experiencia bien padre.

“Hay machismo en toda la música, no solo en los perritmos”, me dijo otra. Claro, desde la banda hasta el rock and roll. Pero cuestionamos más a los géneros urbanos bailables porque nos invitan a mostrarnos sexuales.

Quizá la “culpa” es por esa podrida creencia de que las mujeres debemos “hacernos respetar” y eso significa desexualizarnos. Bajo esa lógica, perrear es para perras y las perras son calientes y son mal vistas por ser calientes. Ay, parfavaaar, Slut shaming alert!

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“Haz con tu cuerpo lo que quieras, qué carajos”, canta Chocolate Remix. Va, perremos entonces. Hagámonos responsables de nuestros cuerpos, nuestros territorios y nuestros placeres.

No hacerlo sería como dejar de salir a la calle en falda para evitar que nos violen.

En Bahía Bar se arman fiestas (Mami Slut) para perrear ritmos latinos. También en 01 800 perreo y en Casa Gomorra y en muchos más. Y para las que quieren aprender a moverlo, hay talleres en Punto Gozadera.

El perreo está infectado de machismo maloliente y no me gusta, claro que no. Pero podemos opacarlo con el feminista, radiante y libre que nos deja expresarnos con todo nuestro cuerpo, vivo e inquieto.

Dale, a perrear, sola o con otrxs, como una afirmación de libertad y autonomía. Dale, mami, otro trago y otra canción. La última y me voy.

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