Se ha puesto de moda tomarse una selfie frente a la casa que sirvió de locación para la película Roma de Alfonso Cuarón. Aquella fachada clásica en la calle de Tepeji 22 (frente a la casa que ocupó el mismo Cuarón en su infancia) se ha vuelto un joven-viejo emblema de la Ciudad de México, sobre todo para quienes piensan que la Roma es como la Condesa, pero en blanco y negro.

Por suerte, la de Roma es mucho más emblemática que el número 122 de la avenida Monterrey, también en la Roma, donde el escritor estadounidense William Burroughs asesinó a su esposa “jugando a Guillermo Tell” en 1951, quedando libre a los 13 días de su detención… porque México. En la Roma y en cualquier colonia de la ciudad caben todas las historias, incluso las que no quieren ser contadas.

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Recorrer esta ciudad es siempre un viaje sobre su propia historia, pero es también un viaje por distintas locaciones que el cine ha vuelto emblemáticas. A Cuarón también le debemos en sus primeros años la maravillosa escena candente entre Claudia Ramírez y Daniel Giménez Cacho en la punta de la Torre Latinoamericana, al final de Sólo con tu pareja, casi tan entrañable como la escena de Los Caifanes en la que le ponen un sostén a la Diana Cazadora de Paseo de la Reforma.

Recuerdo que en la Condesa fue filmada esa película de Alberto Cortés, Ciudad de ciegos, que retrataba la “vida” de un departamento en el edificio Basurto, en Avenida México, y de sus habitantes desde los años 40 en que fue construido hasta el temblor de 1985. Por supuesto, tenemos el viejo departamento de los Bichir en Tlatelolco, reconstruido minuciosamente para la filmación clandestina de Rojo Amanecer, de Jorge Fons, igual al que habitaban en 1968 durante la masacre estudiantil.

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La hipervisitada Casa Azul de Frida y Diego en Coyoacán ha sido retratada hasta el cansancio en todos los acercamientos cinematográficos a la excéntrica y admirada pintora, pero que yo sepa nada se ha filmado en el impresionante Anahuacalli, la increíble construcción pre-post-hispánica trazada por Diego Rivera en el sur de la capital. Afortunadamente, el Palacio de Bellas Artes, o “Teatro Blanquito”, como le decimos de cariño, sí ha aparecido en muchas películas nacionales, por dentro y por fuera.

Los amantes de la música a veces vamos a Garibaldi (aunque no nos dejan beber en las calles como en los “países civilizados”). Hace poco proyectaron ahí Coco, la exitosa cinta de Disney, y aunque se parecía, todos sabíamos que se trataba de una versión deslactosada de la legendaria plaza, convertida así en una especie de Mictlán con aduanas hasta para morirse.

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Por otro lado, rara vez vamos a la óptica que está en la calle de Madero 32, donde estaba el Salón Bach, a llorar en el lugar donde mataron al compositor Guty Cárdenas tras un pleito provocado, literal, por una desavenencia en un juego de “vencidas”. En Garibaldi tampoco preguntaríamos por el sitio donde asesinaron a golpes a Malcolm Shabazz, nieto de Malcolm X, y si camináramos por la colonia Cuauhtémoc, difícilmente repararíamos en el número 11 de la calle Río Sena, donde cayeron los narcosatánicos en 1989, aunque hay que decir que ellos sí fueron retratados en el cine: en Narcosatánicos diabólicos, cinta protagonizada por Alfonso Zayas.

Los lugares donde suceden las peores cosas no salen en las películas, como el departamento en la Narvarte donde fueron asesinados el fotógrafo Rubén Espinosa, Nadia Vera y tres personas más, sin que hasta la fecha esté claro qué sucedió y cuáles fueron los motivos del crimen. Recorrer esta ciudad es pasar frente a lugares donde ha pasado todo: lo hermoso y lo terrible. No solo se trata de lo que retratan las películas donde aparece esta ciudad como personaje incidental: es la ciudad misma, que en cada casa tiene un jardín o una tumba, y en cada habitante, el protagonista de una epifanía o de una tragedia.

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