Los tacos nocturnos, los taquitos trasnochados, la esperanza del chilango desvelado, borracho o ansioso, es quizá el más representativo de esta ciudad.

Las dos de la mañana es la hora del taco en la entonces profunda y solitaria Ciudad de México. Bueno, cualquiera es la hora del taco en esta urbe glotona, pero la madrugada es exclusiva del taquito trasnochado –de borracho, post-peda, taquechi pa’bajarla y a dormir.

Sabe diferente. Cuentan los expertos que siempre es delicioso, sea el que sea, se coma donde se coma, con todo o sin verdura, con la salsa roja o el guacamole. Algunos incluso aseguran que hay tacos que solo se pueden comer en la peda, entre la medianoche y las cinco de la mañana, no porque a esa hora se consigan sino porque en la claridad –de la mente y del día– son intragables. No hay pruebas pero tampoco dudas.

Cuando estamos a dos horas de sueño de entrar en la dolorosa cruda, justo en el momento en el que notamos la incomodidad de los pies en los tacones y los recuerdos en la mente, cae sobre nosotros una urgencia pesada e ineludible: tacos. Ya, tacos. Vámonos. Tacos. ¿A dónde? Tacos nocturnos. Es biológico: borrachos, cansados, deshidratados y hambrientos, más vulnerables que nunca, es cuando el cuerpo nos suplica energía, grasa, carnita. Por eso, comprueban estudios, una borracha fracasa al pedir un taxi hacia casa pero triunfa al arrastrarse a la taquería más cercana. El instinto de supervivencia ordena prioridades: cuando se trata de taquitos, siempre al tiro, nunca inaltiro.

tacos nocturnos

El Súper Taco. Foto: Leo Pérez

Muchas taquerías chilangas deben su fama –y éxito financiero– a esta innegable naturaleza del taquito nocturno. Ahí tenemos a los del Chupas –con cochi, obvio–, que existen desde que los bajopuentes en esta ciudad eran bajopuentes y no plazas comerciales; o a las Costras de las Lomas que llevan ya tres generaciones de antreros bien vestidos que van ahí a bajarse la guarapeta con chicharrón de queso bien kermoso y salsas picosérrimas. Los del Chupas, baratos y democráticos, no se recomiendan durante el día y la sobriedad, es sabiduría popular. Las costras, caras y selectivas, sí; pero se reservan para las preciosas horas previas al alba y para los que deambulan las profundidades de Bosques, esa otra Ciudad de México.

Hay tacos nocturnos más populares. Si empedamos en la Roma o en la Condesa, por ejemplo, seguro vamos por pastor de arrachera y agüita de jamaica a Los Parados. Si andamos por las inmediaciones del Centro igual y caemos a la esquina de la información por suadero, tripa y longaniza frita. ¿En el sur? Al Súper Taco, que parece un pequeño sol alrededor del cual giran planetas famélicos, a pie o en coche. En el Oriente, Las Tortas de la 12 que vende más tacos que tortas aunque le pese más la fama que la calidad. En el Norte los de Sotelo que nunca nunca se van a dormir. Y si la fiesta nos vomitó en la Narvarte, pues qué mejor momento para ir por unos de cochinada a Tacos Betos. Uy, hablemos de la “cochi”: esta poderosa grasa espesa con pedacitos de carne frita y surtida que se fue quedando en el cazo con un chingo de sabor es la panacea para la enfermedad del alcoholizado. De entrada pides tres tacos de fritanga porque es tortilla pequeñita, luego te echas otros dos y el último para rematar. Ahora sí, ¿quién se viene conmigo en el Uber?

También están los que, además, tienen el superpoder de sembrar discordia, como el regio de chicharrón con bistec y trompo de Orinoco y el de pastor guisado con cebolla y salsa del Borrego Viudo. Que si rifan, que si guácala, que si depende de qué tan ebrio te los comas. Da lo mismo, en la ciudad taquera a las dos am hasta el más odiado cae bien.

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El Súper Taco. Foto: Leo Pérez

Es posible que la monogamia nos haya enseñado a serle fieles a una taquería. Por eso hay tantos “mejores tacos” y somos capaces de trasladarnos (como si no viviéramos ya en un eterno “tengo que llegar”) con tal de comer lo de siempre con el de siempre; pero la verdad tiene menos drama: el mejor es el que está cerca. Ese, el último taco del día que nos comemos parados en un delicado equilibrio sobre los pies adoloridos. Ese último que siempre puede no serlo, pues la posibilidad del “me chingo otro y nos vamos” está siempre latente.

Los tacos nocturnos son quizá los más representativos de la Ciudad de México porque es esplendoroso y esperanzador, pero se come rapidito porque la calle chilanga a punto de apagarse no es segura. Ya no.

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