La semana pasada compré unas galletas con relleno de mermelada de fresa. Sorpresa: pegado en el interior del empaque encontré una estampita con una inscripción: “ya te puedes morir, ¡ganaste unas Barritas de Piña!”. No me hizo feliz esta noticia. En cambio, me sentí profundamente ofendido. Ojo: no me escandaliza que una marca informal me diga que mi vida ha llegado a su climaterio ahora que me gané más producto del que tenía pensado comer. Eso es lo de menos.

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Trataré de explicarme aprovechando que mientras meditaba sobre esto transmitían El Rey León en la tele: entre la muerte del padre y el Hakuna matata no pasan ni cinco pinches y miserables minutos. Me metí a bañar en friega y a mi salida, Simba ya se estaba apareando. Todavía no me acababa de secar cuando Scar estaba siendo devorado por sus lacayos. El ciclo sin fin va en chinga. Simba presenta a su hijo frente al reino animal y casi encima del crío aparece un anuncio del Centro Cultural ICEL. De verdad el tiempo deforma las cosas. Me enoja que el total de una vida sea representado como algo fútil y apresurado. Me niego a creer que una vida quepa en un comercial de televisión, por ejemplo.

El mensaje en las galletas me molesta porque no celebra el hecho de estar vivo, lo usa como una excusa pueril para ofrecernos cochinadas. “Ya te puedes morir, ¡ganaste unas Barritas de Piña!”. En serio me es monstruoso. Top of Form Bottom of Form.

Llevo poco más de 17 años dedicándome a la redacción publicitaria de mensajes escritos que comuniquen de forma clara y eficiente las necesidades de una marca. Dicho distinto: como en este país es imposible vivir de la literatura, soy un sucio publicista. No está tan mal. Es una forma de perseguir el sushi de chuleta. Antes existía el dictum de que la publicidad quería engañar a los consumidores. Después esto se transformó y el chiste era no aburrirlos. ¡Es mucho pedir que hoy en día no me deseen la muerte a favor de sus ventas!

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II

Iracundo, puse un tuit arrobando a la Profeco: ¿qué son estas chingaderas? Quizá usé una expresión ligeramente más vulgar. A ese texto lo acompañé con una fotografía del sticker.

De la Procuraduría ni sus luces; en cambio, varios usuarios de la red social con un buen número de seguidores comenzaron a atacarme. Básicamente me decían que solo quería llamar la atención. Alguno más me dijo que era un pendejo. Por ahí se coló un: eres un marica. Pero preponderantemente me decían que solo quería quejarme para llamar la atención y que ningún chile me embona. Esa expresión del chile me parece muy medieval, dicho sea de paso.

Estas agresiones minúsculas se repitieron a lo largo del día y con cierta constancia. Yo, naturalmente, me achicopalé. No está el horno para bollos y ahí donde uno busca comprensión a veces solo se topa con la turba malacopa. Recuerdo cuando el director general de un festival de cine estatal me amenazo de golpiza porque declaré en una columna que no me gustó nada Stranger Things.

Entonces una chica me mandó un DM: Qué delicada la gente, ¿no serán bots porque etiquetaste a la Profeco?

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Me hizo todo el sentido. De golpe. Una especie de tácita defensa electrónica para evitar posibles crisis. Qué mejor manera de silenciar cualquier amago de queja que desacreditándola instantáneamente, haciendo a la gente sentir que sus opiniones son las de un psociópata. Es complicado.

Le comento esto mismo a un amigo que le sabe al tema y me manda pantallazos de un caso afín. Un hombre le reclama a Profeco una promoción en la que un supermercado erró en el precio y posteriormente eliminó la publicación. A él, que exigía le respetaran el precio equivocado, no lo bajaban de muerto de hambre, de jodido, de aprovechado. Mucha gente trabaja diario en esa tienda de conveniencia y tú te quieres aprovechar de ellos. Wow.

Las que ya podrían morir, son todas esas empresas cobardes. No voy a canjear la etiqueta por otras Barritas.

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