Martín, a sus más de 60 años, es taxista toda la noche. Lo prefiere: hay menos tráfico, menos competencia y, según él, menos peligro. Forma su unidad en un sitio afuera de Plaza Universidad esperando pasajeros. La epidemia de complejos cinematográficos en la zona ha provocado que siempre haya chamba. Odia a los uberinos, como él les llama. No lo sabe, pero será una noche muy agitada. Inmediatamente nota que la gente sale de las funciones con los corazones exaltados y ganas de platicar, en vez de prescindir de la realidad enajenados con sus teléfonos luminosos.

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Primero, poco antes de las ocho de la noche, le toca una pareja de novios:

  • Me encantó. Tenemos que venir a verla otra vez —dice él.
  • No estoy segura de que me haya gustado tanto. Tú sabes que yo soy Team Thanos. La verdad es que ese wei le ofrece a la humanidad, matando a la mitad de la existencia, la posibilidad de empezar un mundo nuevo con el doble de recursos. Imagínate que las ciudades vuelven a ser transitables y hay trabajo para todos, las cosas cuestan la mitad. Y los humanos en vez de aprovechar este nuevo inicio se deprimen por su antropocentrismo todo meco.
  • Imagínate que dejara de existir, no sé, Guadalajara o Nayarit; de la noche a la mañana, eso deprimiría a todo el país.
  • Eso pasó en Japón. Al parecer no superan lo de Hiroshima y Nagasaki. Son una sociedad deprimida.
  • Ay, bueno; pero está buena. Le diré a mi hermano que me acompañe si tú no jalas.

“Matando a la mitad de la existencia”, “Guadalajara o Nayarit dejan de existir”… Martín no entiende de qué demonios están hablando. Regresa al sitio y lleva a un hombre solo. Joven y casi obeso. Este va en silencio un buen tramo, pero después de un rato hace una llamada por teléfono.

  • Voy saliendo. No quiero contarte mucho pero, la neta, supera lo que esperábamos. No pasa lo que platicamos anoche: ni Galactus ni Adam Warlock salen. Pero la foto que habíamos visto es verdad: el Dios del Trueno está obeso y es gamer. Ya mañana que la veas tú me cuentas qué te pareció.

Poco antes de la medianoche, Martín sube a su vehículo a un grupo de chavitos. Vienen todos encimados en la parte de atrás. Prefieren eso a que uno se suba adelante. Así son los jóvenes ahora. Vienen como saliendo de una fiesta de disfraces. Pero, ¿fiestas de Halloween en abril? Maquillados de verde, de morado, con capas y juguetes que centellean. Uno dice que a Hulk lo volvieron Shrek y a Thor, Obelix. De plano Martín no entiende el idioma en que hablan hoy en día. Uno de ellos comenta: “pues bueno, al mundo a fin de cuentas lo salva una pinche rata”. La cantaleta de nombres extraños y expresiones salidas de un idioma impreciso marea a nuestro conductor. Si mal no escuchó entre los protagonistas del filme referido hay un mapache que vuela. Martín imagina que todos sus pasajeros asistieron a películas distintas. O que ninguno estaba poniendo atención a lo que ocurría y nomás andan inventando. Es muy raro todo esto.

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  • No nos mató de forma dolorosa, en un segundo éramos polvo de estrellas. Era un tipazo…
  • Eso tiene un nombre, se llama ecoterrorismo.

Este diálogo lo extrae de otro par de amigos a quienes lleva a sus casas. Ha sido una noche pesada. Ya es de madrugada. Siguen saliendo espectadores de un delirio que se sale por completo de su comprensión. Martín sólo ve en la tele el fut. Oye boleros en el radio. Se echa un par de rones en martes, los miércoles descansa y juega con sus nietecitos.

Al mundo lo salva una rata. Eso no lo vio venir.

Otra parejita:

  • Todos sabíamos que iban a viajar en el tiempo.
  • Y qué casualidad que los que murieron son los actores que ya no renovaron contrato, ¿no?
  • Las mejores tres horas y media de mi vida.
  • Cuando se encuentra con su papá en el pasado, casi lloro.
  • Es un evento histórico. El final de una era. Es más: quiero que me entierren con esa película.
  • Wei, ni siquiera dejaron que se comiera su caldito.
  • Pero es que no ves que en la uno él le dice que debió apuntar a su cabeza.
  • Y ahora a esperar ocho años para las Guerras Secretas.

¿Estaré vivo dentro de ocho años? Martín se va a casa a las cuatro de la madrugada. No habrá más funciones hoy, le comentan los colegas. Recuerda cuando llevó a sus hijos a ver Por mis Pistolas de Cantinflas, hasta les compró unas marionetas saliendo. ¡Estaba a color! La película estaba a color. Definitivamente eran tiempos más sencillos. Definitivamente se siente expulsado del mundo. Anacrónico. Aunque obvio él lo diría con otras palabras. Estaciona el auto y camina a casa. Le duelen las falanges, los párpados. Los perros madrugadores ladran a su paso. Detrás de él se hace irreparablemente de día. Entra a casa. Su mujer le dejó el desayuno listo. Come sin prisa. Va y la besa en la frente, despertándola dulcemente.

  • ¿Cómo te fue, viejito?
  • Me fue bien. La gente está muy feliz y eso me pone de buenas —le responde y se recuesta a su lado.

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