Dicen en las noticias que decenas de incendios tienen al aire de la Ciudad de México dando las nalgas. Lo dicen con otras palabras, pero lo dicen con la misma naturalidad con que minutos después una marca de mayonesas nos vende sus nuevos productos. Yo no dejo de esperar con pavor el comercial en el que venderán aire puro en una bolsa de papitas. Esa pesadillezca fantasía futurista de mi infancia esta a la vuelta de la esquina. Lo que es un hecho es que desde la mañana el cielo se ve como un atole, hay zonas de nuestra urbe que apestan a quemado y otras que huelen a un carrito de elotes, a un carrito de elotes malos, a un carrito de elotes malos abandonado por su dueño en la esquina. Nosotros somos el maíz. Los edificios a lo lejos solo exhiben sus aparentes siluetas. Jamás pensé que extrañaría el horrendo edificio El Dorito. La palabra que más leí en redes sociales es “nata”. Hay una nata de contaminación sosegando el humor de cuanto chilango cometió el error de salir de su casa este día. Gente con jaqueca permanente, ojos llorosos, nos sangran las narices, estamos tristes y fatigados. ¿Qué pasa?

La charla pormenorizada sobre la nueva película de Pokemón queda en suspenso porque los niños no salen al recreo. También se recomienda no hacer ejercicio en vías públicas. Esto me hace pasar corajes mayúsculos, ya que de un tiempo a la fecha no disfruto nada tanto como regresarme a casa en bici. Además hace un calor plenamente mala copa. Nuestras cabezas anhelan un corte de cabello. Los árboles que daban sombra han sido irresponsablemente talados. ¿Qué pasa?

En el metro, los pacientes ventiladores rocían agua sobre los pasajeros como si fueran verduras. Me aventuro a decir, desde mi ignorancia, que esto es poco higiénico. No todo está mal. Mis rezos han sido atendidos: clausuran varias pizzerías ubicadas debajo de la tierra, en los pasillos que comunican los transbordos, espero que sus hornos generadores de calor jamás vuelvan a funcionar.

Y arriba el polvo de los edificios en construcción viaja con libertad. También respiramos escombros. Me limpio las micas de las gafas pero no es el vidrio con graduación lo que está marrano. Cuando estaba chavito colocaba una moneda con el águila y la serpiente en una de sus caras, le ponía encima una página en blanco y con el lápiz le dibujaba encima rayones de grafito. Los relieves me devolvían un símbolo patrio desdibujado, magro, hosco. Qué mejor metáfora visual de lo que es ser mexicano estos días.

¡Ay, mi D.F. Hoy pareces una copia calca de ti mismo!

Hablando de El Águila y la Serpiente, es imposible creer que cuando Emmanuel Carballo le preguntó a Martín Luis Guzmán qué cosa lo inspiraba, aquel respondió que el Valle de México. Poco menos de cien años después, en este entorno corrupto y opaco, no se puede escribir, no se puede crear, no se puede pensar. En serio, vivimos por necedad. Hemos extraviado el derecho a respirar aire limpio.

Por lo menos no vi tantos memes burlándonos de tal circunstancia.

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