Viajar es una de las experiencias que más disfruto. Atrápalo apunta que 7 de cada diez mujeres son las que organizan los viajes familiares o en parejas. También revela que 35% prefiere viajar con amigas y que cerca del 65% de las personas que viajan en autobús son mujeres. Sí, el mismo medio de transporte que, en 2016, recibió 35 denuncias por asaltos según el Sistema Nacional de Seguridad Pública. La agencia Mundo Joven afirma que el 71% de sus clientes son mujeres y que “los motivos de los viajes de las mujeres son en primer lugar por placer, seguidos por viajes académicos (principalmente intercambios para aprender idiomas) y por último, viajes de trabajo”. Se supone que las mujeres somos las que más viajamos en México.

Busco “viajar sola en México” en Google. Me arroja una serie de resultados que se combinan entre los lugares ideales para un viaje en solitario por el país y la pregunta que, en pleno siglo XXI, nos seguimos haciendo: ¿Viajar sola aquí es peligroso? Le doy click a ese enlace y aparece la crónica de una mujer que, durante meses, estuvo cuestionándose si un viaje por México era prácticamente un suicidio, pues nuestro país aparece en listados estadounidenses de los lugares más peligrosos. En medio de estas advertencias y las preocupaciones de las familias y amigos que siempre tienen una anécdota en la que el primo de un amigo de su vecina fue secuestrado en Ciudad Juárez o Guayabitos.

Como es de esperarse en un país donde diariamente asesinan nueve mujeres, nosotras somos las que estamos más expuestas. Y no, no es una percepción sino una realidad: mujeres que son violadas en autobuses, como Rosa Margarita Ortiz Macías, a quien agredieron sexualmente dentro de un ETN; mujeres a las que culpan por ser asesinadas, como María Trinidad Matus Tenorio, a quien mataron en una playa de Costa Rica. La opinión pública señaló a la víctima como su principal victimaria. ¿La razón? Por viajar sola le pasó lo que le pasó. Antes de partir, ella escribió en su Facebook: “Hoy empieza mi viaje sola, después de muchísimo tiempo de haber deseado irme por el planeta a viajar sola, por fin lo hago. Llegó la hora de llenarme de naturaleza. Costa Rica, ¡pura vida!”. Mujeres que desaparecen, mujeres que aparecen muertas. Muertas no, más bien las mataron.

He viajado sola muchas veces y nunca me ha sucedido nada. Conozco varias de las ciudades enlistadas por CNN como las más violentas de América Latina (No hay que perder de vista que “la tasa de homicidios en la región es de 21.5 por cada 100,000 personas, muy por encima de la tasa global, que se sitúa en 7 por cada 100,000”). Reviso una lista similar pero adaptada a México. Fui a Tijuana sola, a Acapulco también cuando la guerra contra el narco estaba en pleno apogeo. A Los Cabos fui con mi familia pero me salía a pasear yo sola. Y nunca nada me sucedió. Solamente me tocó una balacera en Zacatecas, me acosaron laboralmente en Antigua, unos hombres entraron al vestidor de mujeres donde estaba yo en Amán, tuve que subirme a alguno de los camiones nocturnos exclusivos para mujeres en Iowa City y ni pude dormir en Ohrid, pues el hijo de la dueña de la casa donde me quedé no dejaba de hacerme insinuaciones. Solamente que eso no es solamente eso realmente (sí, esa tendencia que tenemos de minimizar la violencia de género cuando, en realidad, es un continuo que no hace más que expandirse).

Pero yo nací y crecí en Tlaxcala, que es la cuna de la trata de personas donde el que se levante a una mujer es un suceso cotidiano. Y está normalizado. Y, según el machismo, siempre que a nosotras, las mujeres, nos pasa algo, lo que sea, es nuestra culpa.

Más que sentirme insegura, cuando viajo me siento agotada. Suena una contradicción pero, además de que algunos de estos viajes son por motivos laborales, el estar pensando en qué ponerme, hacer un mapa mental de mis rutas a seguir, investigar los riesgos relacionados con mi género… Me encantaría poder viajar sola sin estar pensando que pronto oscurecerá en una ciudad que apenas estoy descubriendo y en la que estoy caminando, a solas.

Quisiera perder la mala costumbre de preguntar a mis conocidas si tal o cual destino es seguro para una mujer viajando sola. Daría lo que fuera por no tener que luchar entre mi instinto y la paranoia. Es sumamente cansado cuando se conjunta con tener las preocupaciones de sentido común cuando se viaja. He dormido en hostales y en hoteles de lujo. He viajado de mochilazo y en primera clase. He ido a lugares disque seguros y otros no tanto. No cambia nada. Mi mente piensa, sin parar, en cómo cuidarme estando donde sea. Todo el tiempo. Este no es mi sentir solamente, aquí pueden encontrar testimonios de varias mujeres que piensan lo mismo que yo cuando viajan. Pero no dejaremos de hacerlo. De camino a casa (o a donde sea) queremos ser libres, no valientes.

Pienso en el texto de la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero, que publicó cuando  María José Coni y Marina Menegazzo, asesinadas en Ecuador, fueron calificadas como “víctimas propiciatorias”: “Y creo también que este mundo me pertenece, no solo a los hombres, no solo a las mujeres que viajan con hombres.No: a mí, me pertenece a mí, mujer que viaja sola.”

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