2003. Agosto. Xochimilco. Lo primero que me dicen cuando llego a esta ciudad es que están violando mujeres en los peseros. La advertencia, disfrazada en tono de consejo, es dada por las dueñas de la casa donde viviré, en Bosque Residencial del Sur. De inmediato, regresa a mi memoria la escena de Perfume de violetas donde una de las protagonistas es abusada dentro de un microbús.

2004. La zona tiene vigilancia y, aún así, un tipo sobre una bicicleta me da una nalgada. Cuando le reclamó, se detiene y regresa hacia mí. Me mira fijamente. “Perdóname, pero dame más”, insiste acercándose. Un vigilante en motoneta lo detiene. Mi manera de defenderme es correr en dirección contraria. Pero sigo estando en las mismas calles donde me acosan, entre Rincón del Puente y Rincón de los Arcos.

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2005. La lluvia hace que la metrópolis colapsé. Tomó un taxi seguro desde la TAPO para mi casa al sur de la ciudad. Hacemos como tres horas hacia Xochimilco. El chofer voltea a verme, repetidas veces, para asegurarme que no me violará. “Ni podría, señorita, hace unos años, me dispararon en la entrepierna”. Cuando llegamos al destino, afirma con toda la seguridad del mundo (esa que tiene hasta el hombre más mediocre) en que se merece una propina. Le doy cincuenta pesos.

2006. Estoy emocionada por ir a un concierto. Quedé de verme con unos amigos en la estación de Metro Aquiles Serdán. Estoy sentada, estudiando. Un hombre se acerca cada vez más a mí. Frota sus genitales contra mi brazo. Intento moverme. Sigue insistiendo. La Línea 7 del Metro emula a los infiernos dantescos. Leo, después, que no es tan profunda como parece: “En realidad, esta línea está al mismo nivel que las otras, y la profundidad es resultado de la altura en la que se encuentra la zona”.

2007. Un vecino a ofrece a llevarme “a donde tengas que ir, preciosa”. Afirma que sus hijos estudian en la UNAM como si eso lo hiciera “un buen hombre”. Desconfío.

2008. En México los índices de violencia contra las mujeres continúan en ascenso, no se ha logrado abatirlos e incluso, en el primer semestre de este año, ya se registra el mismo número de muertas que en todo 2007…

2009. Según el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), 65% de las mujeres en la CDMX han sufrido violencia en el transporte público.

2010. “¿Para qué te expones?”.

2011. Pienso en comprarme un coche. Las noticias dicen “violan a mujer en estacionamiento”, “la violan dentro de una plaza comercial”. Sigo pensando en comprarme un coche.

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2012. Uso mucho la bicicleta. Pero vivo en la colonia Juárez y trabajo en la Condesa.

2013. “Lo mejor es que estén en grupo”.

2014. Mi madre me insta a avisar siempre a alguien sobre mis movimientos.

2015. “¿No te da miedo viajar sola?”.

2016. Googleo un “violan mujeres camiones Coapa” para terminar, de una vez por todas, con mi trauma. Los resultados arrojan el mismo incidente pero en diferente lugar: “Asaltan y violan a pasajera del ETN”.

2017. Fue en la madrugada del 8 de septiembre. Mara Castilla usa el servicio de Cabify y desaparece. El 15 de septiembre, el fiscal Víctor Carrancá Bourget señaló que las investigaciones apuntaban a que Ricardo Alexis “N”, chofer del vehículo de Cabify, secuestró a Mara Castilla, la llevó a un motel y la asesinó.​ Las cámaras de vigilancia del lugar señalaron la presencia del conductor entre las 06:47 y las 08:15 del viernes 8. Posteriormente, Ricardo Alexis “N” se trasladó a la autopista Puebla-Orizaba, donde se deshizo del cadáver. Ese mismo día, el gobernador de Puebla lamentó la noticia e indicó que ‘el presunto responsable está detenido y pagará por este crimen’. Unas conocidas inician un grupo de WhatsApp. Mi amiga Isabel Zapata me agrega. Se titula “Ya llegué”. Somos casi 40 mujeres. Nos enviamos los datos de los transportes que usamos. También mandamos la geografía exacta de donde estamos. Hemos escrito cuando nos sentimos inseguras, si vemos a alguien sospechoso, si la calle está oscura. “Chicas, voy a caminar en el paradero de CU, les comparto mi ubicación”.

2018. Estoy viajando en BlaBlaCar. Le doy todos los detalles a mi hermano. Él no tiene miedo. Yo sí.

2019. Están secuestrando a mujeres en el Metro. “Usen otros medios de transporte”, nos alentan.

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Antier, martes 26 de febrero de 2019, Sandra Barba (@sandra_barba) tuiteó que ella no usa la bicicleta como medio de transporte para su trabajo “porque salgo tarde… y me da miedo ser asaltada o acosada. Me siento muy vulnerable en bici […] Mi pregunta *siempre* para todos los hombres que usan bici es: ¿Y te han asaltado? Sinceramente, me han respondido que la usan en trayectos cortos (viven en la Roma y van a la Condesa). El caso es que yo vivo en el Ajusco, una zona con pésima iluminación pública y cero patrullas”. Algunas respuestas son las siguientes: “Las mujeres somos vulnerables en bici, en uber (sic), transporte público o como sea” o “[…] yo tenía esta percepción, pero en los momentos en los que pensé que me sentiría más vulnerable, resulto que no. En bici me siento más segura que caminando o en el metro […] Quizá sólo porque me gustan mucho los vestidos, pero el acoso se reduce”.

El acoso no se reduce. Al contrario, lo que parece que se reduce es nuestra percepción de seguridad y miedo. La Comisión Nacional para los Derechos Humanos afirma que siete de cada diez usuarias han sufrido algún tipo de violencia en el transporte público y desde los 9 años somos acosadas en las calles. La Encuesta sobre la violencia sexual en los transportes y otros espacios públicos de la Ciudad de México “muestra que 45.5% de las mujeres se sienten muy seguras o regularmente seguras en el transporte público y 30.8% se sienten de esta manera en las calles y espacios públicos. En contraste, 54.4% de las mujeres se sienten muy inseguras e inseguras en el transporte público, mientras que 69.1% se sienten muy inseguras o inseguras en las calles y espacios públicos. De esta manera es posible afirmar que la percepción de inseguridad es ligeramente mayor en las calles y espacios públicos de la CDMX respecto del transporte público, sin embargo, en el transporte público la percepción de inseguridad aún es elevada si consideramos que más de la mitad de las mujeres se sienten inseguras en algún grado cuando utilizan el transporte público”.

La encuesta de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres y el Instituto de las Mujeres de la Ciudad de México, se compone de una serie de enunciados como las siguientes: “Le susurraron cosas incómodas al oído”, “le miraron morbosamente el cuerpo”; “le tomaron fotos a su cuerpo sin su consentimiento”, “eyacularon enfrente de usted”. El miedo es la constante.

Si nos acosan, si abusan de nosotras, si nos violan, si nos matan. Es culpa nuestra. Por eso… El toque de queda. Gas pimienta. Las minifaldas y los escotes. Taser. Las clases de defensa personal. Hacernos sentir seguras es lo que intentan hacer con los vagones exclusivos para nosotras en el metro. O con los taxis de color rosa o el Programa Atenea de autobuses solamente para uso de mujeres. Esas medidas no son la panacea para nuestra movilidad. Además de tener acceso al transporte (parece que las mujeres somos las que viajamos más pero no siempre vamos más lejos por nuestras labores domésticas), es imprescindible que nos apropiemos de él. Pero no es posible hasta el momento. La movilidad parece ser un bien restringido para nosotras. Es hora de feminizar el transporte y, de paso, las políticas públicas.

Las opiniones expresadas por nuestros nuestros columnistas reflejan el punto de vista del autor, que no necesariamente coincide con la línea editorial ni la postura de Chilango.