La explanada de la Delegación Benito Juárez siempre tendrá una relevancia en mi corazón ya que durante al menos doce años de juventud jugué fut en su plancha central. Eran nuestras porterías sendos suéteres hechos bola en el piso. El Benito Juárez que preside la plaza nos vio perder la condición física a un grupo de amigos que, en fechas recientes, hemos decidido retomar las cascaritas a pesar de nuestras panzas, crudas y responsabilidades posteriores. Bueno. Este domingo nos citamos ahí una vez más después de poco menos de dos años de no hacerlo.

“Metro Parque de los Venados, ya no saben ni qué inventar”, pienso al salir de la estación de la línea dorada y haciéndome un chiste interno que quizá solo me da risa a mí.

También veo que las siglas BJ de Benito Juárez dominan decorativamente todo el espacio público tanto a grande como a pequeña escala. Hay un BJ enorme y entre plantas descuidadas, sospecho que estas letrotas que inundan el país nos están saliendo caras a todos los mexicanos que pagamos impuestos. Por no mencionar que este despliegue de humor involuntario será el placer de los mismos gringos que descubrieron que en México hay una escuela llamada CUM y sus estudiantes alegres portan ropa con tal nombre.

Saludo desde abajo al viejo Benito. Su sombra siempre fue refrescante cubil para el delantero agotado. Nos acostábamos debajo de él nombrándolo y solicitando se auxilio como los Caballeros del Zodiaco a la diosa Atenea. Esos eran los días.

Entonces veo, en una esquina de la explanada, otra escultura de Benito Juárez. “Ah, chinga”, medito. ¡Dos esculturas del Benemérito a escasos diez pasos de distancia! Ahora sí: “ya no saben qué inventar”. No me parece tan descabellado que las personas que toman estas decisiones no sepan que la redundancia cierra las puertas del paraíso. El panorama es incluso chusco. Quizá exagero pero en mi vida había visto algo así. De otro modo, lo mismo; como dijo el poeta.

Foto: Gabriel Rodríguez Liceaga

Dos Benitos Juárez compitiendo entre sí, sumando metafóricamente apenas si cuarenta pesos. Se ignoran uno al otro. Son de materiales distintos. Ambos hirviendo porque el sol está a todo lo que da en pleno invierno. Ambos dándole la espalda a los arcos del McDonald’s, cuyas sodas con refill también sirvieron de refrescante cubil para los defensas exhaustos.

La trama se complica. Me entero de que la estatua nueva estaba en la explanada del palacio municipal de Naucalpan, que es obra deRicardo Ponzanelli y que fue retirada por el propio escultor después de que durante una considerable suma de meses intentara que le pagaran por ella. El PAN heredó el adeudo, pero no tenía forma de liquidarlo.

Y ahora, esta obra sin recibo de honorario sirve de departamento a los dos adorables vagabundos que también ya son un clásico de la explanada de la Benito Juárez. Quién no los ha visto asearse en las fuentes estancadas que rodean la plaza. Quién no les ha dado un balonazo accidental.

Leo que la nueva administración está orgullosa de esta nueva efigie porque, según informaron y presumieron funcionarios invitados al evento, es la réplica más fiel de Juárez.Dicen que el tamaño de las orejas, de la frente, de las facciones son idénticas al máximo prócer nacido en Guelatao, Oaxaca, ya que fue basada en la mascarilla mortuoria del presidente. No encuentro datos que me confirmen si ya le pagaron al artista. La metáfora de todo esto es tan compleja y despelotada que no estoy seguro de que la caché yo.

Pobre del Juárez viejito, con su cara que no representa con fidelidad a héroe alguno, a ver si no la quitan en breve destinándola a un exilio pavoroso. Ah, esta ciudad y sus esculturas, hoy en día como los tacos, con fotocopia. A diferencia que entre tortillas no hay una tortilla más tortilla que la otra. ¿Me explico?

Por lo demás, metí un autogol vergonzoso.

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