Alguna vez conocí a una persona que tenía la idea de escribir capítulos enteros de Los Simpson como si fueran cuentos de Raymond Carver. Supongo que jamás consiguió desarrollar el proyecto porque de esto fue hace más de diez años. También supongo que se refería a elegir anécdotas o gags de la serie y exprimirles la humanidad, volverlos un ahogado grito de desesperanza y dolor. Ocultar ese sufrimiento en una trama cotidiana que expusiera las fallidas estructuras sociales humanas, solo el lector más avezado meterá las manos en el cuento y las sacará empapadas de vida. El secreto en Carver consiste en poner velos, como olas tiene el mar. Uno lee la superficie, pero debajo de los párrafos está toda la pus y la sangre y el semen que nos vuelve humanos, terriblemente humanos. Exactamente esto mismo lo consigue la serie de animación de Netflix, BoJack Horseman, ahora mismo disponible hasta la primera parte de su última temporada.

El primer capítulo es malísimo, padece de un humor sangrón y agringado, los personajes son más bien insoportables, el caballo que habla termina vomitando por su balcón una cantidad exagerada de algodón de azúcar. Estamos en un mundo horrendamente dibujado y lleno de animales antropomorfos que conviven, cogen y charlan con los seres humanos. Se comportan como personas con ideas, juicios y raciocinios, pero no renuncian a su animalidad. Es decir: los gatos tienen empleo pero siguen cayendo de pie desde cualquier altura. Los pericos usan gafas para ver de lejos pero aun así repiten todo lo que escuchan. Las lagartijas seleccionan piso en el elevador usando su lengua larga. Esta civilización utópica me resultó muy interesante y decidí darle una segunda oportunidad a la caricatura.

Cuando iba por el capítulo cinco ya era un fan declarado. Gente cercana que ya la había visto toda no chistaba en advertirme: agárrate, no sabes lo que te espera. No sabía lo que me esperaba. Inicio de la segunda temporada: BoJack interpretará en una película el papel de Secretariat, su héroe de la infancia. Un caballo de carreras millonario que se vio envuelto en líos de mujeres, drogas y alcohol y terminó su vida arrojándose desde un puente. Secretariat, en pleno éxito, lee en un programa en vivo la carta que el BoJack de cinco años le escribió adulándolo. Mientras el afamado equino lee la carta, los padres de BoJack pelean en el cuarto contiguo. BoJack Horseman es un niño con uniforme de marinerito. Está muy cerca de la pantalla del televisor. Sus ojos están anudados en lágrimas. No puede oír a su ídolo leyendo la carta de su autoría debido a la discusión de sus progenitores, que crece en gravedad. Infidelidad, incomunicación, machismo. Papá azota la puerta: se larga. Mamá enciende un cigarro y, sentada al borde del sofá, le dice a nuestro mocito protagonista: más te vale ser famoso. Más te vale ser alguien en la vida. Más te vale llegar a ser grande. Arruinaste mi vida, de perdida que eso valga la pena de algo. Después de este arranque fenomenal presenciamos una vez más la secuencia que llevamos viendo a manera de opening desde la temporada uno. BoJack en primer plano se despierta y empieza a beber. Su habitación es un lío, su casa está llena de gente, empieza a beber quizá antes de lavarse los dientes, en sus ojos vemos que el alcohol hace estragos conforme el día avanza. Acaba en una fiesta. Harto, pedo, agotado. Cae a una alberca y flota a su alrededor una mujer en bikini. Sus amigos lo observan desde afuera de la piscina. Al final lo vemos tomando el sol mientras suena un jazz que se me presenta espeso. Vemos su enorme casa de ricachón al borde de una colina. El letrero de Hollywood a la distancia. Pero sin la “d”. Después de ver a su madre reclamándole haber nacido, uno no puede volver a ver dicha secuencia inicial de la misma manera.

Todo alrededor de BoJack es un eterno desasosiego. El hombre sufre y sufre por inepto. Los malos chistes, su insoportable egolatría y su personalidad insufrible no desaparecen en ningún momento de la serie. Sin embargo, sabemos de qué pie cojea. Y por eso se vuelve tan empático. Porque se lo está llevando la chingada igual que a uno.

Las crisis de BoJack son las mismas de cualquier hombre. Lo veremos llorar, lamentarse, venirse, ser un pésimo padre, intentar ejercitarse sin resultados, alcoholizarse hasta que deja de ser gracioso, ver morir a la gente a su alrededor. No quiero abusar del spoiler.

Cuántas veces uno no se acerca a una serie de televisión solo para desilusionarse de lo acartonado de sus supuestos anti-héroes. El Dr. House no es tan cínico. Los mujeriegos no son tan mujeriegos. Las neoyorkinas con una brutal apertura sexual acaban siendo medio pusilánimes. Los de Lost no estaban tan extraviados. Los personajes gringos se doblan como popotes y a la primera oportunidad. No pasa esto con BoJack. El sujeto es un borracho irresponsable, se acuesta con quien no debe, comete errores gravísimos, tiene una ética desordenada y retorcida, se acuesta de nuevo con quien no debe. Y todo empeora. Sus decisiones son erradas y a destiempo. Aparece una hija, deja de beber pero el mundo ya está demasiado alcoholizado. A mí parecer todo esto nos está dirigiendo a su irremediable suicidio.

BoJack no puede ser traducido a cuentos tipo Carver porque ya es su propia forma de narrar. BoJack, más que una caricatura, quiere ser arte; sus personajes son complejos y pecadores, víctimas y culpables. Narrativamente la serie es impecable: el capítulo llamado “La flecha del tiempo” es oro puro. El capítulo debajo del agua generará tesis a su respecto. El capítulo de la borrachera entre blackouts me hizo llorar con el estómago revuelto. A BoJack Horseman, como a cualquier serial de este siglo, le sobran capítulos. Tiene capítulos experimentales fallidos y otros sobresalientes. Juega con la narrativa, va y viene en la cronología de sus personajes. Homenajea al cine mudo, homenajea a la literatura norteamericana que hoy en día se lee en pasta dura. Es un buen hombre, este caballo que habla. Como dice con acierto Antonio Ortuño, es El ciudadano Kane de las series animadas para adultos.

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