Desde que empecé a publicar en blogs y en medios, por ahí de 2004-2005, me he dedicado a escribir mierda sobre mi secundaria. Nomás no lo supero, porque mi corazón estaba suavecito y bebé, y quedó marcado eternamente por las injusticias que padecimos mis compañeres y yo.  

Pero hoy voy a contarles algo que sí hicieron bien, aunque me tardé casi veinte años en entenderlo.

En 1995, mi adulto favorito era Pepe Cabral, que impartía artes plásticas. Yo deseaba rabiosamente entrar a ese taller, el más deseado de la escuela, pero como no tenía palancas ni apellido extranjero, me mandaron a mi segunda opción: carpintería. (A la larga no estuvo mal y hasta la fecha pongo la despensa en un mueble todo chueco que yo hice con mis manitas). Sin embargo, a veces me escapaba de otras clases y me metía al salón lleno de manchas de colores, donde terminé haciéndome amiga del maestro, un tipo flaco y narizón, con lentes de fondo de botella y un gran sentido del humor. Me encantaba platicar con él por horas. Le contaba de cómo mi familia era de pintoras, de cómo yo había aprendido a dibujar leones antes que a nombrarlos, de las exposiciones que me llevaban a ver, de mis sueños de ser artista. Él me enseñaba sus dibujos de caballos, que me parecían muy aburridos, pero se los elogiaba porque me caía muy bien y no quería herir sus sentimientos.

Lo quería y lo admiraba. Su existencia en una escuela anticuada (más anticuada que sus retratos equinos), cuadrada y de alma gris era uno de los motivos más poderosos para levantarme cada mañana, junto con las deliciosas sincronizadas sabor plástico y la increíble clase de español de la maestra Solache.

Un día acusaron a mi querido Pepe Cabral de acoso sexual. Un grupo de vatos populares y galancitos del grupo M-1 —que eran los más fifí y se sentían muy acá porque tomaban francés en lugar de inglés— fueron a la dirección y contaron cómo el maestro de artes plásticas les agarraba la pierna mientras les hacía cariñitos, se les acercaba demasiado y les hacía comentarios inapropiados sobre su físico.

El señalamiento procedió y lo corrieron de su chamba. Yo me puse furiosa. Estaba segura de que ellos lo habían inventado todo porque el profe les caía mal, que estaban exagerando, que lo habían malinterpretado.

Todavía en 2006, yo ya en adulta independiente, lo defendí. Y hay pruebas en internet. Acabo de gugulearme y encontré el siguiente comentario en un post: “Lo corrieron sin vuelta de hoja porque asegún ellos no era que se metiera con niñas, sino con NIÑOS. Yo conocí a los pendejos denunciantes, obviamente nunca les hizo nada más que agarrarles tantitititito la pierna, pinches babosos fresas nacos pendejos asquerosos. Yo lloré mucho cuando lo corrieron”.

Híjole. #PlaquetaDateCuenta. No lo borro para que quede constancia de que sí se puede agarrar el pedo.

Dos décadas después del incidente, me disculpo con los vatos que denunciaron. Fueron muy valientes. Sí, porque aunque a esa edad nos autopercibíamos casi casi como adultos, ahora miro atrás y veo que éramos unos cachorros humanos todos vulnerables. Ajá, incluso los niños populares. Perdón por no haberles creído y por actuar igual que toda la gente que ahora piensa que los señalamientos del #MeToo son inapropiados, exagerados e inverosímiles.

Con la escuela no me disculpo, porque aunque esa vez actuaron de forma correcta, más adelante hicieron caso omiso de nuestros señalamientos contra un prefecto que nos veía las incipientes chichis cuando estábamos en clase de deportes y que nos espiaba mientras nos cambiábamos. También supe de un maestro de español que acosaba niñas, pero creo que, hasta la fecha, sigue dando clases. Lo que me hace pensar que el despido e Cabral estuvo movido más por homofobia que por proteger al alumnado. Te odiaré por siempre, Secundaria Anexa.

El acoso y abuso sexual de menores de edad es más común de lo que nos gusta pensar y, desgraciadamente, se denuncia y se castiga bien poquito (qué sorpresa). Las escuelas se preocupan más por mantener su prestigio que por proteger a las y los estudiantes. He aprendido mucho al respecto gracias a La Casa Mandarina, que da acompañamiento a las víctimas y hace una chamba admirable. Conózcanlas y cáiganse con la lana aquí: clic.

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