Pues cerraron La Bella Italia en la colonia Roma. No le tengo un cariño especial a esa heladería, pero su presencia necia y retro le daba a la calle el bello gusto de lo que estuvo antes que nosotros.

José Emilio Pacheco la menciona al final de Las Batallas en el Desierto, aunque, si mal no recuerdo, descartan echarse la nieve y se van mejor por una torta. Le pasa como al restorán Los Guajolotes sobre Insurgentes, en el que da inicio El Testigo de Villoro. No hay sino un enorme lote baldío ahora ahí.

Volvamos a La Roma. Tampoco existe ya el gimnasio que estaba al lado de la Bella Italia con su fachada enorme de cristal. No se extraña a los varones sentados afuera viendo cínicamente a las señoritas ejercitándose.

Tampoco está el café de escritores y lectores que estaba justo enfrente, el Don Carlo. Rico café, se podía leer sin que el ruido de una tele se entrometiera con la prosa en turno. Evoco sin problemas las ilustraciones literarias en el menú. Ahora es un bar con concepto hawaiano.

¿Alguien recuerda a La Palabreta? Una librería que vendía exclusivamente poesía y café, una manta enorme te conducía hacia allá: “Pare de sufrir, lea poesía”. Tronó a los cuantos meses. Ayer descubrí sobre Jalapa un negocio similar: Vocablo se llama. Vocablo: café y poesía. Ojalá llegue su esfuerzo a mayor destino. Había una librería de anticuario extraordinaria sobre San Luis Potosí que ahora es una tienda de cómics.

Hace rato que no me paseaba por la Roma. Llueve, eso nunca cambiará. Un lugar de arroces ahora es curioso localito de comida vegetariana gorda. La cantina La Única en la mera esquina tampoco figura ya en el mapa. Todos los caminos llevan a la colonia Roma, pero es probable que ya no la reconozcas a tu regreso. Que cada quien sea Ulises a su manera.

Extrañar los lugares del DF que ahora son Minisos o sitios sangrones para extranjeros es una necedad en sí. Las ciudades cambian, jamás hallan su estado definitivo, se mueven, evolucionan, se encierran en sí mismas.

Gentrificación le llaman a este sorteo de lugares con logo mamalón. Aunque no me parece un concepto que vaya a permanecer, mañana le diremos distinto. Nada permanece. Y lo que ahora existe mañana será un sitio apreciado por gente que aun no ha nacido ni buscado el amor o atesorado una mesa entre todas las mesas.

Pacheco: Qué antigua, qué remota, qué imposible esta historia… Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia. Todo pasó como pasan los discos en la sinfonola. Nunca sabré si aún vive Mariana. Si hoy viviera, tendría ya 80 años.

Sinfonola, una palabra que hace años no tecleaba. El Word me la marca como error.

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