Salgo de ver la sangronada esa de El Faro. Hay una caja de luz que proyecta luminosamente los filmes por venir: Los Caballeros, se llama la nueva de Guy Ritchie que sigue luciendo como la primera que hizo. Debajo del póster está el carrito de la gente que limpia las salas. Es una imagen simpática: todo el glamur de la imagen promocional de la peli de acción contrasta enormemente con las escobas y el trapeador, las cajas vacías de palomitas. Cruzo la parte de los televisores de un Sanborns y está, repetido en al menos 10 pantallas, en momento en que el Guasón de Phoenix se entera en el asilo Arkham de que no es hermanastro de Bruno Díaz y su madre era monstruosa, se golpea contra la reja para hurtar el documento. Los flashes con los precios en descuento, la iluminación de pesadilla de la tienda, el gerente con su cara de modorra también viendo la peli, una canción de Bunbury sonando en la sección de discos… qué forma de darle en la madre a una experiencia cinematográfica tan hermosa. En la calle: afuera del cine, se pone un hombre a vender películas pirata. Oferta solo Cine de arte, aunque yo prefiero llamarle Cine de Autor y es probable que para como están las cosas la denominación correcta en breve será Cine de Espectador. Qué tristes y gloriosas se ven las películas en sus bolsitas de plástico con su portada de fotocopia, dispuestas en el suelo. De a $50 la pieza. Tres por $100. Me siguen pareciendo caras. Ya es imposible que estos vendedores informales (héroes a su manera) vendan Stromboli o Waltz with Bashir; suelen sólo tener a la mano películas internacionales que en ese momento están en cartelera o en algún ciclo de la Nueva Cineteca.

Los Óscar son una ceremonia mezquina. Rey Midas de la Mierda, Hollywood todo lo palpa y abarca. ¿Greta fue persona del año? Pongámosla antes de premiar documentales. ¿Es conveniente tal lucha social? Cantémosla entre brillitos y nubes de utilería. Caca con barniz de oro. La apertura al cine internacional de tiempos recientes es sin duda la mar de interesante. Se han abierto las arcas de la gloria cinematográfica para todo el mundo. Eso es bello. Parasite le encantó a los gringos, qué bueno, es una película sobresaliente. Lo malo: Jojo Rabbit les pasó por desapercibida, siendo esa, sin duda, la más gloriosa opción de las que estaban participando. No me queda duda de que Jojo es una película para gente que aun no nace, será vista y evocada y rescatada por las generaciones por venir. Retomo: pienso en los premios Óscar y en sus fracs y en los vestidos divinos, pienso en la procesión de famosos sosteniendo cada uno su estatuilla de minión con suero del supersoldado. Pienso en los flashes, en las rolas coreografiadas, en los comediantes presentando categorías con desparpajo, en los agradecimientos apresurados. Todo, todo, todo… es material de meme. Bien lo dijo mi colega Ivan Farías, aunque usando sus propias palabras: los óscares [sic] no son sino una compleja y medianamente elegante entrega del empleado del mes.

Yo me quedo con mis películas vendidas en el suelo, con el cada vez mas escaso glamur de ver cine en una sala de cine y me quedo con el Guasón bajando las escaleras —hermoso— en las pantallas a la venta en Sanborns, mismas donde alguna vez al lado de mi padre y viendo Terminator 2 descubrí al Cine. Así, con mayúscula.

Otros lo recordarán y lo olvidarán.

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