Cuatro de la mañana. No es que no entre una cuba más, es que ya va haciendo hambre. Hay un vacío muy particular que a esta hora es confuso. ¿Está en el estómago? ¿Está en el alma? El sentido común dice que hay que ir a dormir. Pero, ¿qué chingados sabe el sentido común a esta hora? Y más aún, ¿cuándo ha existido el sentido común en esta ciudad?

Demasiadas preguntas. ¿A dónde vamos? Otra pregunta más. La decisión tiene que ser en caliente y se basa en dos premisas: lo que queda de paso y lo que sigue abierto. El antojo tiende a ser un lujo que pasa a tercer plano, pero se vale considerarlo. Por fortuna, en la Ciudad de México la comida —la buena comida— ocurre a todas horas. Y éste es un punto que vale la pena enfatizar: en otras ciudades del mundo —y me refiero a las grandes— no es nada sencillo encontrar algo bueno de comer a deshora. Acaso algunas urbes europeas tienen un lugar de kebabs y shawarmas por ahí de las 3 o 4, pero si no fuera por esos benditos inmigrantes, a la cama sin cenar. En algunas ciudades de Estados Unidos existen contados merenderos 24 horas con algunas opciones grasosas que se agradecen, pero que no quepa duda: nuestra comida para el bajón es la mejor del mundo.

Todos tenemos nuestros favoritos. Eso obedece a los rumbos donde nos movemos en cada época de nuestras vidas. Así vamos acumulando favoritos (los de casa, los de la universidad, los que están por casa de aquella novia barriobajera y los obligados saliendo de tal o cual tugurio) hasta contar con un importante catálogo de cómplices nocturnos, indispensable en la satisfacción inmediata (léase: cuandotodovalemadre) y el cultivo de la agrura.

En el corazón llevo el bajón de las primeras borracheras, cuando no se podía llegar tan tarde, pero siempre había tiempo para el último taco: de bistec con queso (con un aliño de puro umami a base de salsas negras, sal con ajo y Knorr Suiza) en el Arroyito II, subiendo por San Jerónimo, o una tocinada (sincronizada de tocino, queso y cebolla) en La Linterna. Unos campechanos de suadero con longaniza (con una cebollita de cambray de cortesía y una salsa bravísima) en Los Cuñados, en la esquina de Universidad y Miguel Ángel de Quevedo. En el clímax de su existencia, las Muertortas solían abrir las 24 horas; salchicha y milanesa de dudosísima calidad, pero que se amparaban en un bote de chiles chipotles molidos en el mostrador que diluían el estadazo etílico de los feligreses que peregrinaban hasta Acoxpa en busca de redención. Pastores con salsa roja en El Borrego Viudo saliendo del Bulldog o un hot dog de carrito con salchicha envuelta en tocino, cátsup rebajada con Orange Crush y ese pico de gallo con chiles en vinagre tan fantástico de los jochos mexicanos. Andando por el Centro, una visita al Café El Popular, en 5 de Mayo, una mezcla de café chino y fonda mexicana que abre las 24 horas, donde un café con leche puede acompañar lo mismo unas enchiladas suizas que un bistec encebollado. Unas enchiladas potosinas en La Pagoda, sobre la misma calle, o una visita a los Cocuyos (con los tacos de cabeza más hypeados del planeta), sobre Bolívar. Cuando la madrugada sorprende en el Poniente, las míticas costras del Bandasha han alimentado a generaciones de la fresada chilanga, a la que se ha visto bajarse el desvarío con una sopa de cebolla de Au Pied de Cochon, abierto todo el día. Los que no quieren gastar esas cantidades hacen fila sobre Cuauhtémoc para sentarse en la incansable Casa de Toño.

Si está a punto de hacerse de día, bien vale la pena irse estacionando en el parque de Tlacoquemécatl para ser el primer comensal de la Fonda Margarita. Ojo con no resbalarse en el piso recién trapeado: uno puede aparentar estar más pedo de lo que está. Los más bravos evitarán la cama a toda costa y se les verá ocupando, ya de día, las mesas de la zona destinada a los trasnochados en La Polar: birria, cerveza en copa globo y una botella de tequila para escuchar el mariachi y la banda intercalarse entre peticiones de los más aferrados.

Ésta es la verdadera soul food mexicana, la que nos arropa antes de dormir cuando lo que nos depara es un porvenir poco cierto, pero que seguro será mejor una vez que paguemos y digamos adiós.

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