Cuando Paola estudiaba en la Prepa 8 tenía que caminar algunas calles, a veces a oscuras, y luego subirse a una combi para llegar a la clase de las siete. Durante la licenciatura llegaba en pesero a la base de San Ángel a las 6 de la mañana y de ahí tomaba un microbús que la dejaba en CU; los últimos semestres los cursó en el turno vespertino, así que para regresar a su casa caminaba al Metro Universidad pasadas las 9 de la noche y viajaba hasta la estación Zapata, ya solitaria a esas horas. En ninguno de esos miles de recorridos la agredieron sexualmente. Ni ahora que va diario a su trabajo en Metrobús (no siempre en espacios reservados para mujeres) le ha tocado siquiera un “arrimón”. Ha viajado toda su vida en transporte público sin sentirse intimidada.

A Claudia lo que más le gusta es salir de noche. Cada fin de semana se va de fiesta adonde sea: en plan tranqui va a La Riviera del Sur, si quiere escuchar a alguna banda en vivo cae al Alicia; se dedica a conocer bares y a pasar lista en el Patrick Miller. Baila, canta, bebe. Y le encanta arreglarse para la ocasión con sus prendas favoritas: minifaldas. Nunca le faltan pretendientes, pero cuando no quiere nada con ellos les dice que no y listo. Nadie ha intentado propasarse con ella, no ha sido acosada ni violada. De madrugada, la mayoría de las veces sola, vuelve a casa en taxi sana y salva, sin miedo a seguir saliendo.

Liliana tiene cuatro hermanos; su mamá se ha casado tres veces y divorciado dos, y sus dos padrastros han vivido en su casa. No le toca hacer más tareas hogareñas que a ellos; es decir, no tiene que servirles la comida ni levantar sus platos, no les lava ni les plancha. No le piden explicaciones de sus actividades y toman en cuenta su opinión cuando se trata de tomar decisiones familiares. Ha salido con hombres más grandes que ella, más jóvenes, músicos, ingenieros en sistemas, mercadólogos… No recuerda ni una sola vez que alguno de ellos la haya menospreciado o abusado de ella, ni siquiera verbal o psicológicamente.

Tras un proceso de selección de casi tres meses, María Fernanda fue contratada como directora de Finanzas de una empresa de sistemas de seguridad. Tiene prestaciones superiores a las de la ley, pero sobre todo un sueldo exactamente igual al del director de Administración, un hombre que está a su mismo nivel en el organigrama. En la compañía donde trabaja los puestos altos los ocupan en su mayoría hombres; sin embargo, no ha experimentado ningún mansplaining. Es tan estricta y severa como sus colegas y nadie le sale con que se consiga un novio que le quite lo neurótica.

De regalo de 15 años, a Gabriela sus padres le regalaron un auto, que desde entonces es su medio de transporte. Muy seguido pasa por el cruce de avenida Jalisco y Viaducto Miguel Alemán, uno de los más peligrosos de la ciudad, y nunca la han asaltado ni ha visto que asalten a alguien. Un día que se le ponchó una llanta en la Portales, una patrulla se acercó a ella; bajaron dos policías para decirle amablemente “No se preocupe, señorita, nosotros le ayudamos”. Así fue: cambiaron el neumático en unos cuantos minutos y ni para el refresco le pidieron.

Viviendo en la Ciudad de México, cuya violencia de género es extrema y cotidiana, con una cifra de feminicidios alarmante, donde las noticias diarias hablan de Ingrid, de Fátima, estas cinco chilangas son una especie rarísima. Al paso que vamos, pronto podrían estar en peligro de extinción.

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