No lo digo yo, lo dice el Consejo Internacional de Museos: un museo es una institución, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y de su desarrollo. Luis Camnitzer, artista, crítico y teórico uruguayo, lo expone aún mejor: “Un museo es una escuela: El artista aprende a comunicarse. El público aprende a hacer conexiones”. Esta afirmación, que es una obra en sí misma, fue exhibida en la fachada del Museo Jumex entre 2015 y 2016. Pero precisamente en el Jumex, así como en el Museo Tamayo, he sido testigo de su desprecio por el público.

Recorrer la muestra “Andy Warhol. Estrella oscura” en el Jumex, por ejemplo, implicaba ser seguido por policías armados. Visitar “Franz Erhard Walther. Objetos, para usar. Instrumentos para procesos”, donde el artista se aproxima al arte a partir de la relación entre objeto, espectador y espacio, era escuchar una y otra vez regaños de los custodios porque a sus ojos siempre se está demasiado cerca de las piezas.

En “Peter Fischli David Weiss: Cómo trabajar mejor”, sobre todo en la sala donde montaron De pronto este panorama, un conjunto de pequeñas esculturas con las que ambos artistas reflexionan sobre nuestra percepción de la vida cotidiana, cada asistente tenía encima al personal de vigilancia.Ahora, con “James Turrell: pasajes de luz”, llegan al absurdo de indicar cuál es el único punto desde el que está permitido ver una pieza y el tiempo que se puede observar. No me refiero a la instalación Ganzfeld, sino al resto de obras para las que en cualquier otro museo no habría restricciones.

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Bueno, a menos que se trate del Tamayo, donde tampoco suelen tratar con respeto al público. Una de las peores experiencias en este museo que ha traído maravillas como la exposición monográfica de Tacita Dean fue la muestra de Cerith Wyn; ésta buscaba detonar experiencias sensoriales y temporales en el espectador, pero en realidad fue una cantaleta interminable del personal de vigilancia: “No se acerque”. “Si suelta de la mano al niño tendremos que pedirle que se retire”. “Por ahí no”. “Por allá tampoco”. “Más lejos”. “No se detenga mucho”. “No camine con prisa”.

Tanto el Jumex como el Tamayo son importantes recintos y se distinguen por presentar algunas de las mejores exposiciones del país, pero ¿con qué fin? Comprendo el alto valor de las piezas y la posibilidad de que ocurra un accidente, sin embargo, no entiendo por qué tratar a los asistentes como tontos o criminales. ¿Es clasismo? ¿En dónde está el mérito de un museo si no cumple con su función, o si su personal no está capacitado para cumplir con ella?

No podemos decir que esto sea una práctica chilanga, pues en la ciudad hay 185 museos, de acuerdo con cifras del gobierno de la CDMX, y gran parte de ellos trata de manera adecuada a sus visitantes. Sirva de ejemplo el MUAC; presente obra de quien presente –Anish Kapoor, Yves Klein, Ai Weiwei– en sus espacios el espectador conecta, entre otras razones, porque en lugar de custodios o policías armados cuenta con gente instruida en el tema, dedicada a procurarles una experiencia agradable a sus visitantes y, principalmente, permitirles acercarse al arte.

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