Lo veía a la distancia: desde Insurgentes, entre el gris opresivo del norte capitalino, un mosaico habitacional sobre la falda de un cerro irrumpía alegre, fulgurante. Descargaba verdes, rojos, azules a la atmósfera de humo. El Parque del Tepeyac, en sus laderas, era un gran destello colorido.

¿Por? Vaya a saber, yo pasaba de largo en auto.

Pero un día de 2018 mi trabajo me llevó ahí, la colonia Ampliación Gabriel Hernández, y entendí. Repletos de perros famélicos, a los callejones unidos por escalinatas lúgubres que atraen delitos los había invadido el color. La favela mexicana que colgaba en esa cuesta abrupta, de vértigo —didáctico modelo de lo que la gente hace por un techo—, sufrió un radical cambio de look con pintura en las fachadas.

“Aunque con hambre, violencia o desamparo, que el infierno se vea precioso”, acaso pensaron los políticos que con miles de litros de pintura adornaron bellamente la desgracia de la alcaldía Gustavo A. Madero. Ya lo dijo Micky Vainilla: “Con un poco de color la pobreza se hace pintoresca”.

Gobernar en México ha sido también maquillar, colorear. Ocultar. Y si son sinónimos es porque al día siguiente de reportear una historia en esa colonia que esconde lo tétrico con mil colores, la realidad me lo confirmó: el portal Quinto Elemento publicó una investigación titánica sobre fosas clandestinas y develó la espantosa mortaja matemática: en los últimos 12 años fueron halladas 1,978 fosas con 2,884 cuerpos. Han salido cadáveres y, además, cráneos, huesos, carne. Nuestro holocausto.

La investigación dirigida por Alejandra Guillén, Mago Torres y Marcela Turati formó un mapa con dos mil puntos de colores, grandes o chicos según las cifras de muertos: una radiografía que el gobierno federal, con su dinero, tecnología, poder, infraestructura, personal, no pudo (no quiso) crear en 12 años, los que pasaron desde el surgimiento del hoyo macabro número uno.

El país de los 37 mil desaparecidos (según el Sistema Nacional de Búsqueda de Personas) no sabía ni cuántas fosas hay. El trabajo periodístico expuso algo terrible: si de las fosas han emergido casi tres mil cuerpos, falta encontrar 34 mil personas. En cuántas fosas aún no descubiertas estarán.

Peña y los suyos no se molestaron ni en contar. Como tampoco lo hizo Calderón, con quien inició el exponencial aumento de este fenómeno.

¿Cómo pretende un gobierno curar el cáncer si ignora algo tan elemental como el tamaño del tumor, si desconoce en qué zonas del cuerpo nacional hay metástasis? Hoy ya sabemos que Tamaulipas, Guerrero, Nuevo León, Veracruz y Zacatecas están infestados de fosas y que el drama es vecino de esta ciudad: en Yautepec, Cuernavaca, Chalco, madres, padres, amigos, escarban esos sepulcros.

Entrevistada por Javier Risco, la periodista Guillén reveló dos respuestas que tras sus solicitudes de información dieron gobiernos estatales: “No sé qué es un cuerpo no identificado” y “tampoco sé qué es una fosa clandestina”.

Mentira. Lo saben. Y también saben contar: con algo de humanidad habrían arrancado con el 1 + 1 = 2 hasta llegar a 1,978 fosas. Pero claro, el “de qué hablas” ampara su cinismo. Si no quiero ni sumar, tampoco investigo y menos hago justicia. Pero sí oculto, pues ocultando, aunque destruyo al país, encubro mis faltas.

Si tu política pública es pintar de colores una colonia marginal, o bien (llevado a algo mucho más dramático), ocultar con tu inacción el mapa de las fosas clandestinas, “embelleces” la realidad. Por fuera, desde luego. Por dentro, el país de las fachadas de colores, de las fosas, se pudre, se muere.

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