Por: Bianca Carretto
“Para que disfrutemos nosotrxs, nuestrxs herederxs y quienes vienen después de ellxs”. Esta frase parece extraída de un discurso ambiental pronunciado en épocas recientes, pero en realidad fue escrita en un decreto promulgado en la Ciudad de Bludenz, Austria, en la Edad Media.
El objetivo de aquel decreto de 1456 era preservar los pastizales de la localidad para garantizar que futuras generaciones los pudieran utilizar. Esa intención es hoy la esencia de un concepto que está al centro de políticas, discursos, estrategias y acciones contra el cambio climático: la sostenibilidad.
Pasaron siglos para que este concepto lograra su materialización a nivel global. En un documento elaborado por la Comisión Mundial Sobre Medio Ambiente y Desarrollo de la ONU, la doctora Gro Harlem Brundtland, quien fue Primera Ministra de Noruega entre 1986 y 1989, reconoció la necesidad de una nueva era económica de “crecimiento que sea poderosa a la par que sostenible social y medioambientalmente” en el documento “Nuestro Futuro Común” publicado en 1987.
En esos años finales de los años 1980, la Ciudad de México vivía una de sus peores crisis ambientales. En sus calles miles de aves con plomo, asbesto o cadmio en su sangre caían de los árboles ya muertas. “Los capitalinos se asfixian” eran algunos titulares que podían leerse en los periódicos de la época.
Los niveles de contaminación se intensificaron en los años siguientes. Para 1992, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés) catalogó a la Ciudad de México como la metrópoli más contaminada del planeta.
La situación obligó a la puesta en marcha de políticas ambientales como el programa “Hoy no Circula”, la introducción de gasolinas sin plomo y la implementación de convertidores catalíticos en los automóviles.
Mejorar la calidad del aire se convirtió entonces en uno de los principales desafíos de la capital mexicana.
A la par del reto que representaba disminuir la presencia de contaminantes en la atmósfera, la Ciudad de México comenzó a enfrentar nuevos desafíos relacionados con el aumento de la población y la expansión desordenada de la mancha urbana.
En el estudio “Tendencias territoriales determinantes del futuro de la Ciudad de México” realizado por el Consejo Económico y Social de la CDMX y el CONACYT se prevé que para 2030, la urbanización de la Cuenca del Valle de México alcanzará el 32 % de la superficie, con alteraciones en su funcionamiento que podrían hacer insostenible para el ecosistema la “carga de la actividad humana”.
“El resultado será el incremento de islas de calor, el eventual cambio en el microclima de la Cuenca, una reducción en la calidad del aire y un aumento en el riesgo de la producción agropecuaria, entre otros efectos”, exponen los Aldo Daniel Jiménez Ortega, maestro en Estrategia Agroempresarial de la Universidad de Chapingo y José Mauricio Galeana Pizaña, doctor en Geografía por la UNAM.
Acumulación de residuos sólidos, vulnerabilidad ante posibles hundimientos ocasionados por la sobreexplotación de los mantos acuíferos, derrumbes e inundaciones, así como riesgos sanitarios, disminución de áreas verdes y un creciente estrés hídrico son otros efectos mencionados en el estudio.
Con este escenario, ¿es posible lograr la sostenibilidad en una ciudad de 9 millones de personas, con otras 12 millones transitando diariamente por ella?
Para la doctora en Geografía especializada en estudios regionales e investigadora del Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad de la UNAM, Laila Estefan, la respuesta no es tan sencilla, pues se deben considerar aspectos como la desigualdad estructural de la población y las consecuencias ambientales que genera una metrópoli como la Ciudad de México más allá de su territorio.
“Pocas veces reflexionamos hacia dónde se van los residuos que generamos en la ciudad. Al mismo tiempo, muchas veces en esas zonas son de donde nos abastecemos de agua, ¿no?”, afirma.
Como ejemplo, Laila expone el caso del Valle del Mezquital convertido desde hace décadas en la zona de desagüe de la Zona Metropolitana. “Pensar que si la Ciudad de México es sostenible diría, desafortunadamente no, posiblemente resiliente, pero sostenible no estoy tan segura”, concluye.