Era 1995 miles de mujeres de distintos países se reunían en Beijing, China, para discutir la agenda de derechos humanos de las mujeres y las niñas.

Delegaciones multiculturales, miles de historias, negociaciones, tensiones, esperanza. Se trataba de la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, particularmente significativa porque después no se ha llevado a cabo otra conferencia de tal magnitud.

Fue la primera vez que acudían mujeres indígenas y que las lesbianas eran visibles y se posicionaron sin ocultar su orientación sexual. Asimismo, en el contexto de esta conferencia, se publicó un documento llamado “Plataforma de Acción de Beijing”, en el que a lo largo de 12 capítulos se exponían los temas cruciales para que agentes públicos y privados se comprometieran con la promoción de la igualdad entre mujeres y hombres.

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No entraré en detalles sobre algunos puntos que valdría la pena discutir, en otro momento, sobre lo que la plataforma significó en términos conceptuales y políticos; más bien deseo señalar que, por primera vez, un documento oficial e internacional hacía referencia a los medios de comunicación como agentes de cambio y con responsabilidades concretas en cuanto al adelanto para las mujeres y las niñas.

Después de Beijing surgieron varias iniciativas para realizar diagnósticos sobre la representación de las mujeres en los medios de comunicación. Uno de los propósitos señalados en el capítulo J de la plataforma, el Global Media Monitoring Project (GMMP), se ha realizado cada cinco años desde 1995.

El objetivo del GMMP es determinar si las mujeres están presentes en los espacios noticiosos. Lo cierto es que el capítulo J es uno de los que menos avances presenta. Por ejemplo, en el GMMP de 1995 se determinó que las mujeres solo aparecíamos en el 19 por ciento de las noticias a nivel mundial y, de acuerdo con los resultados del monitoreo de 2015 ese porcentaje subió a 24.

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Por otro lado, las mujeres no somos consultadas como especialistas y se nos relega a cuidadoras, objetos sexuales y víctimas. Ahora bien, esto nos lleva a problematizar la categoría de víctima, que no solo tiene implicaciones jurídicas, sino políticas, históricas y sociales.

Lo problemático de la representación de las mujeres víctimas de violencia en los medios de comunicación es que las responsabilizan, las estigmatizan o las hunden, y parecería que no hay salida para ellas.

Para trascender la violencia, uno de los primeros pasos es saber que se vive esta injusta situación. Urge que los medios de comunicación hablen con ética y conocimiento especializado sobre la violencia contra las mujeres y las niñas.

Diferentes organismos han denunciado que la violencia machista es un problema de salud pública, resultado de las relaciones de desigualdad entre mujeres y hombres. Desde la crítica feminista hemos subrayado que la violencia contra las mujeres y las niñas tiene como objetivo mantener dicha desigualdad.

Los medios de comunicación son un brazo ideológico del sistema social llamado patriarcado, ya que desde sus narrativas configuran subjetivamente a las mujeres desde estereotipos sexistas: nos enseñan a obedecer, a ser deseables desde la mirada masculina y a tener un profundo miedo a envejecer; nos enseñan que la violencia que ejercen los hombres es “natural” y nos enseñan a odiar nuestros cuerpos.

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Todo esto no solo tiene un objetivo ideológico: también genera bastantes ganancias económicas, porque, al ser representadas desde la carencia, buscaremos productos que traten de callar esas voces de rechazo. He aquí la combinación “perfecta” entre patriarcado y capitalismo.

Sí, la agenda feminista sobre medios de comunicación está incompleta; diría que cada vez que avanzamos, retrocedemos. Es preocupante que muchas narrativas estén convenciendo a las mujeres, a las jóvenes y a las niñas de que la cosificación y explotación sexual son una fuente de empoderamiento.

Si bien las tecnologías digitales han sido herramientas muy importantes para el movimiento feminista durante el siglo XXI, vemos cómo el acoso, la degradación y la misoginia están presentes también en el ciberespacio. Y el continuo de la violencia contra las mujeres no termina ahí, ya que periodistas y comunicadoras son hostigadas y asesinadas.

Pese a que la comunicación es un tema clave, las universidades no están formando a estudiantes de la materia sobre feminismo y derechos humanos, y las propias universidades son reproductoras de la violencia machista.

¿Qué nos queda? Seguir con la rebeldía. Tomar los medios, crear nuestras propias historias. Acompañarnos. Cuestionar nuestra misoginia. Recuperar la raíz del feminismo, recuperar la sabiduría de nuestras ancestras y dejar de lado discusiones estériles en las mal llamadas redes sociales. Construir comunitariamente. Dar valor a nuestra palabra y a la de las otras, acto básico de la comunicación feminista.