Andaba dando el rol en Twitter cuando me topé con cientos de comentarios alrededor de la polémica columna que publicó en el periódico Reforma (suscripción necesaria) el chef Enrique Olvera.

El texto tenía como objetivo mandar un mensaje a cierto sector que se niega al uso del cubrebocas y lo hacía comparando a esa gente con algunos de los clientes con los que Enrique se topó al inicio de su carrera como restaurantero, quienes se negaban a aceptar los platos como salían de la cocina, exigiendo limón o chiles toreados para acompañar algo que, desde la óptica del chef, no lo necesitaba.

De esta situación, Olvera concluyó que “el cliente (como el pueblo) no siempre tiene la razón” y que esta gente se empoderaba con el ya clásico “no sabes quién soy”, frase que da título a la columna.

Leyendo el texto a primera hora de la mañana, trataba de entender por qué tanta polémica. “Nefasto texto clasista”. “Ya salió otro engreído a hablar mal de nuestro presidente”, decían los tuitazos.

“Para los que no han ido al Pujol de Enrique Olvera, no se preocupen, no se pierden de mucho. Además, la panista Xóchitl Gálvez intervino para que pudieran abrir su restaurante”. “Si voy a pagar las cantidades exorbitantes que cobras en tu restaurante, es para comer como yo quiero”.

Lo paradójico es que Olvera señalaba a sus primeros clientes, seguramente pertenecientes a la clase privilegiada, y los tuiteros, voces defensoras del pueblo, salieron a lincharlo por clasista y mamón.

Me rehúso a pensar que la época priista –con su paréntesis panista incluido– fue de tiempos mejores. Lo que sí reconozco –y lo hago con la marca indeleble de haber votado por el actual presidente– es que nunca había visto una polarización tan frenética de la sociedad.

Y, lo peor, una polarización provocada desde arriba, basada en dos de los más letales venenos a los que nos podemos enfrentar como país: la ignorancia y el fanatismo. Así estemos hablando de temas de alta cocina.

No quisiera sumarme a los que dicen que el de Olvera es un “textazo”, como la maestra Gabriela Warkentin o León Krauze, porque creo que en la estructura pudo haber encontrado una manera más puntual de dirigir el mensaje final. Probablemente esa sea, más bien, responsabilidad de sus editores.

Pero sí creo que es la voz oportuna de alguien con suficiente influencia –producto de su excepcional trabajo por promover lo que está bien hecho en México–, que busca generar una reflexión sobre un tema que es mucho más urgente que ver si “a mi mamá le queda mejor el mole y no cuesta 500 baros (sic)” o concluir si Olvera es un “fifí” más, de esos que nada más quieren atacar al presidente.

Que un chef piense que sus platos no necesitan ni sal una vez que salen de la cocina y que tú pienses que tienes derecho a ponerle lo que quieras, porque estás pagando por ello, son dos extremos de un debate que podríamos sostener por horas.

Pero que, a unos días de que México rebasó los 50 mil decesos por covid-19, todavía haya gente que crea que el uso de cubrebocas es un tema de capital político o de diferencias de clase, nos debe preocupar más que la presunta censura al derecho de pedir chiles toreados para el fettucine. Aunque así se le hinchen los huevos al patriotero –y siempre refinado– comensal mexicano.

Esta columna de opinión expone exclusivamente el punto de vista de su autor y no necesariamente refleja los valores y/u opiniones de Chilango.