A veces se me olvida que el 24 es Nochebuena y el 25, Navidad. Para mí —y quizá me hagan segunda—, el 25 de diciembre se celebra el Día Nacional del Recalentado Navideño. El 24 es la antesala.

El 25 de diciembre es un día muy hermoso, del top “Cinco días hermosos del año”. La presión de la cena perfecta, la duda sobre si le dejaste o no el precio al regalo y los momentos awkward con los familiares non gratos y los malacopas ya pasaron. Ya bebiste vino, cantaste villancicos con tu abuela, bebiste champaña, bailaste salsa con tu tío, bebiste cubas, robaste dulces de la piñata para tu sobrina y bebiste un(os) ponchecito(s) con mezcal. Entonces te despertaste con la plena tranquilidad de que (casi) ninguna responsabilidad te espera (a menos de que trabajes en el cine o seas periodista y te toque la guardia en el medio para el que trabajas; en ese caso, te mando un abrazo).

Sin prisas, comerás recalentado navideño durante todo el día, te echarás unas chelas y te derretirás en el sillón a maratonear alguna serie entre siesta y siesta. Alguien irá temprano a la panadería y regresará con una bolsa gigante de bolillos, teleras y chapatas. Entonces comerás tortas. Tortas de bacalao, de pavo, de romeritos, de pierna ahumada, de arroz con leche, de ponche… Qué maravilla es que todo cabe bien y sabe bien entre dos panes.

Aunque, bueno, el recalentado navideño es un maratón de por lo menos una semana, las tortas llegarán a aburrir. En años de perfeccionar el arte del recalentado, esto es lo que he aprendido: guardar el caldo y el gravy del pavo para luego hacer un ramen; estirar una masa de hojaldre y hacer un pay de bacalao que durará un montón en el refri; picar todo lo que sobró y revolverlo con arroz frito y un huevito estrellado encima (como yakimeshi), y licuar el ponche, ponerle hielos, gin, agua quina y ¡cocteles!

¡Hoy es un gran día!

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