A estas alturas, el productor y músico ecuatoriano Nicola Cruz es un consentido de las orejas exploradoras de este lado del planeta. Desde hace unos tres o cuatro años, sus visitas a México son frecuentes, y en cada una de ellas despierta entusiasmos y colecta nuevos seguidores. Apenas en marzo pasado, consiguió hacer conectar con su música a los varios miles de personas que se dieron cita en uno de los escenarios del Vive Latino.

El efecto hipnótico y embriagador de su música se lo atribuyo a las raíces profundas de los sonidos que ha incorporado a su paleta y a su poderosa manera de fusionarlas con lo contemporáneo. Incluso para nombrar su sonido, la crítica ha tenido que malabarear con nuevos términos; “andes step”, “ancestral beats” o “Ecuadorian soulful grooves” son solo tres de esas maneras juguetonas, pero insuficientemente elocuentes de referirse a la fusión de folclor sudamericano con música electrónica que ha conseguido este chico que hasta hace un lustro se movía en el mundo del techno.

Dos momentos en su biografía lo situaron desde hace unos cinco o seis años en el radar de oídos exploradores de distintos puntos del planeta. Su involucramiento fugaz con Nicolas Jaar —quien cayó fascinado desde que escuchó el primer tema downtempo de Cruz y estuvo a punto de editar algunos de sus temas en el hoy extinto sello Clown & Sunset— y, hace tres años, su participación en dos discos maravillosos.

Uno fue Luzmila Carpio meets ZZK, en el que productores asociados con el sello argentino se dieron a la tarea de reinterpretar con herramientas de producción contemporáneas algunos temas de la cantante boliviana, y el otro, A Guide to the Birdsong of South America, en el que varios de los músicos y productores más talentosos e interesantes del continente —Lulacruza, Dengue Dengue Dengue, Algodón Egipcio…— fueron convocados a crear temas que utilizaran el canto de algún ave en peligro de extinción de sus respectivos países con la intención de reunir fondos para apoyar a organizaciones que trabajan en la salvaguarda de las aves.

Nicola Cruz proviene del mundo del techno, sí, pero su sonido evolucionó pronto para cobrar la forma de una invocación a las raíces latinoamericanas de la mano de las armonías y la cadencia, que si bien puede oírse con los audífonos puestos en una tarde de lluvia vista desde el sillón, también tiene un filo rítmico —que seguramente debemos a su bagaje como baterista— que hemos visto obligar al movimiento a audiencias completamente absortas por lo que Nicola va tejiendo.

Si es la primera vez que escuchan mentar a Nicola Cruz, vayan ahora mismo a escuchar Prender el alma (aparecido en ZZK Records), su único álbum hasta ahora —desde entonces ha publicado, eso sí, montones de colaboraciones—, y que posee concentradas, decantadas, varias de sus obsesiones: los rituales y atmósferas de su tierra, la producción cuidada hasta el detalle —lo mismo con ruidos de agujas sobre el vinilo que con sampleos del amauta Enrique Males— y sus investigaciones de géneros musicales de diversas partes de Ecuador y otros rincones de Sudamérica.

“Sus armonías o su compás rítmico te dan cierta sensación, y eso hace que funcionen para ciertos rituales dentro de sus culturas”, nos contó Cruz en aquella visita sobre algunos de esos ritmos que se dio a la tarea de explorar y reinterpretar. “Por ejemplo, exploré la bomba, la marimba, la tambora. En la parte andina, hay un género que se llama ‘marchas’. Saqué varios de esos géneros de contexto, pero siempre fue con conocimiento y respeto”.

Otra opción es escuchar Cantos de visión, un EP publicado el año pasado en Multi Culti, el sello de Thomas Von Party que cuenta con varios de sus materiales. Ese EP incluye tracks ya emblemáticos de sus live y dj sets, como “Tzantza”, con sus características marimbas, o “Danza de visión”, con las flautas que también suelen protagonizar sus temas.

Nicola Cruz formó parte este 2018 del cartel de Trópico, y ahí estrenó varios temas de Siku, su segundo y esperado álbum. Uno de nuestros temas favoritos es “Arka”, que alude al fuego, fue grabado en las cuevas del volcán Ilalo, de Ecuador, y en él colabora con el músico y compositor Esteban Valdivia, de quien cuenta Nicola que ha sido una inspiración para él este año.

“Converge con mis ideas de música contemporánea en donde la experimentación, los choques armónicos y las disonancias son un factor clave”, sostiene Nicola. “Interpretar bajo estados alterados de conciencia (o buscarlos mediante la ejecución) sirve para crear un vínculo evidente entre lo terrenal y trascendental, entregando el cuerpo como medio y servicio de la música”.