Mi cuerpa lesbiana

Las cuerpas lésbicas llevan las marcas de su entorno y actúan mediante una serie de mecanismos discursivos que han moldeado su existencia.

Adriana Fuentes Luque “Adru Luque”. Becaria de la Coordinación para la Igualdad de Género en la UNAM

Una placa de almacenamiento de datos ancestrales está incrustada en el centro de mi útera. Sueño con pasajes de vida que no recordaba antes, con lenguajes extintos que reactivan mi cuerpa y acceden a la arquitectura olvidada que se reconstruye desde mi médula.

Es como si miles de vidas anteriores despertaran al mismo tiempo, convocadas por la urgencia de no desaparecer. En ese reencuentro con mi genealogía, se me revela una certeza: amar a otras “mujeres” es una forma de recordar.

La palabra lesbiana, encuentra en mi cuerpa una nueva forma de encarnarse, de resistir, de persistir como organismo que se resiste a morir. Me da posibilidades de imaginar la identidad más allá de categorías como la de mujer. Encajo más en: lesbiana andaluza en tránsitos migratorios, antirracistas y existenciales, que trae su tierra en el habla y con la hierbabuena.

Aprendí antes la palabra lesbiana que la de heterosexual, aunque crecí dentro de una realidad heteronormada desde la que empecé a diferenciarme como adolescente machorra.

La gente progre a la que “le tocaba” una niña lesbiana, en casa decían: “no sabrás cómo saltar a un toro hasta que estás frente a él”. Pero yo era el toro, significada como un peligro que nunca pidieron y no tienen más que aceptar, que hay que sortear y torturar frente a las masas a golpe de cisheteronormatividad impuesta.

Este régimen colonial racista, dispositivo social, económico, clínico, sexual y político que disciplina nuestras cuerpas, regula nuestras identidades y domestica nuestros deseos para sostener la hegemonía de la heterosexualidad obligatoria y los binarismos del cisgénero.

Frente a esto, las lesbianas hemos existido durante toda la historia como un hecho innegable. Sin embargo, nuestra existencia ha sido silenciada, invisibilizada y desmembrada en los relatos hegemónicos.

Foto: Cecilix Núñez

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Las cuerpas lésbicas llevan las marcas de su entorno y actúan mediante una serie de mecanismos discursivos que han moldeado su existencia. De esta manera, esta cuerpa que me albergó, se constituyó como un sistema orgánico complejo donde se inscriben diferentes dinámicas de poder, sociales, raciales e históricas.

Una cuerpa, que actúa como archiva y se me revela como territorio epistémico donde se cruzan las experiencias internas con la existencia identitaria migratoria en la práctica social, política, cultural, artística y cotidiana.

Así, nombrarse es una posición política que nace desde los huesos, se clava en la carne y crea vínculos con otras lesbianas/es, trans, intersex, gordas, negras, afrodescendientes, originarias, mayoras, flacas, discas, empobrecidas, machorras, mestizas, blancas, amarillas, drags, locas, barbudas, y más.

Cada palabra contiene una forma de existir, una fractura en el lenguaje hegemónico, una fisura por donde se filtran cuerpas diversas, disidentas, monstruosas, alienígenas o animalejes, que no caben en las categorías cisnormativas.

Decirse lesbiana no es solo enunciarse, también es una metodología que desmonta estructuras de poder e inventa lenguajes nuevos para habitar imaginarios posibles.

Nombrarme lesbiana, lesbiane, lesbiani, lesbianx, es invocar una galaxia de identidades en tránsito. Porque lesbianizar el lenguaje es resistir desde las palabras, es politizar el habla como acto radical de existencia. Y así, al hablar desde y con la cuerpa lesbiana, accionamos subvirtiendo a lo binario.

Lesbianizar el mundo, es desobedecer, desdomesticar estructuras del cotidiano cisheterosexual y hacer del lésbico una forma de contagio, de resistencia, de reinvención para no repetir el mundo opresivo, sino crear otros posibles desde donde generan códigos, imágenes y lenguajes que choquen con la mirada de quienes miran, reconfigurando los límites entre lo visible y lo vivible, y haciendo de la disidencia un acto creativo de autoafirmación y encuentros.

Este artículo nace desde esa fisura, desde esa placa encarnada como archivo viviente. Desde una corporalidad múltiple, tecnopolítica, poética. Desde la ciencia ficción como un campo para pensar las memorias que no caben en los relatos oficiales. Desde la necesidad urgente de no olvidar que el deseo entre lesbianas no solo resiste: se reinventa, muta, sobrevive.

Es memoria codificada en carne. En esta secuencia, mi cuerpa se reescribe de información reapareciendo en una entidad nueva y ancestral a la vez, una entidad lésbica, deseante, gozosa, vibrante, insurgente, nacida de la memoria encarnada. Me encontré a mí misma en la cicatriz interna de esa placa. Me nombré: lesbiana

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