Por: Jonathan Silva
En febrero de este año la presidenta, Claudia Sheinbaum, destacó que “México es un país que está de moda”, refiriéndose al aumento de visitantes internacionales en comparación con años pasados, pero también sabemos que esta llamada moda se refiere al fenómeno de migración que se manifiesta como efecto de la pandemia por COVID-19 que aún se vive en el mundo. Desde hace más de 10 años, pero, sobre todo en los últimos cinco años, la CDMX ha vivido procesos de transformación urbana que han impactado en la vida cotidiana de las y los llamados chilangos.
México ha sostenido una política de hospitalidad desde hace varias décadas. Sin duda, México y la Ciudad de México son reconocidos a nivel internacional por esta visión que se traduce en posibilidades de vida para personas en situación de desplazamiento forzado o que encuentran en el país ofertas legales, políticas, culturales y sociales que les acogen y reciben.
Dando clases de psicología, este semestre, mientras leímos algunos capítulos de La expulsión de lo distinto de Byung Chul Han, una alumna expresó: ¡Qué orgullo lo que representa la CDMX hoy en materia de derechos! A lo que otra respondió: “La verdad sí, que chido ser mexicana estos días.”
Esta emoción contagiada se vive y transmite cuando vemos titulares en varios idiomas que hablan de la “magia” que tiene la CDMX, de cómo una influencer estadounidense con millones de seguidores documenta en vivo la forma en que va descubriendo y enamorándose de la ciudad. ¡Vaya, que nuestra presidenta hable de México estando de moda! Sin embargo, lo que resulta importante es cuestionarnos si realmente lo atractivo de la CDMX radica en los derechos que puede brindar a todos, todas y todes.
Si es cierto, que la percepción de avances legales y aceptación social se sostiene en una ciudad con 9 millones de habitantes (sin tomar en cuenta la zona metropolitana). Más allá de lo controversial que puede resultar pensar y discutir la gentrificación o las caravanas migrantes (sobre todo con el reciente anuncio de ACNUR México que debido al recorte de presupuesto internacional cierra cuatro oficinas en nuestro país), se ha llegado a nombrar a la CDMX no solo como la ciudad de la esperanza si no también como un oasis para poblaciones de atención prioritaria que reconocen el compromiso y esfuerzos en la protección y promoción de derechos humanos, especialmente de derechos LGBTIQ+.

La CDMX y su lucha LGBTIQ+
En México, la discriminación por orientación sexual e identidad de género está prohibida constitucionalmente y el matrimonio igualitario es legal en todo el país. Además, muchos estados han aprobado leyes que reconocen la rectificación de la identidad de género en los documentos legales.
La CDMX, por su parte, ha sido un espacio de refugio para poblaciones queer y disidentes de todo el país y, recientemente, de otros países. Tiene una larga historia de activismos y contracultura; además de una escena artística y académica que lucha por incluir y normalizar los discursos sobre género y sexualidades de manera visible y accesible. Es decir, teóricamente, suena y se lee como ese llamado oasis de derechos, de posibilidades de vida; pero ¿en la práctica se vive y practica así?
Además de ser docente de psicología, soy psicoanalista. Dentro de la práctica privada, en la que llevo más de 15 años, me he visto implicado en el alojamiento, acompañamiento y recepción de infancias, adolescencias y personas trans, buscando la creación de espacios seguros para la subjetividad y la escucha.
En 2018 me contactó una familia mexicana que vive en Texas, me buscaron para acompañar desde un proceso terapéutico a su hija trans adolescente quien vive dentro del espectro autista. La familia estaba consciente que querían trabajar de la mano con alguien que les acompañara varios años y que les ayudara a tomar decisiones importantes a las que se enfrentarían. Así lo hicimos, pasando por procesos legales y médicos a los que en ese entonces había acceso en Estados Unidos.
En 2022 las leyes del estado comenzaron a cambiar y retroceder en algunos derechos que se habían ganado en Texas sobre todo para los colectivos LGBTIQ+. Recuerdo una ocasión en la que me marcaron para decirme que el endocrinólogo con el que habíamos logrado formar un equipo multidisciplinario tenía que dejar de acompañarnos, porque ahora la ley le prohibía continuar dando tratamientos y seguimiento médico para su hija. De manera velada, pero desde la ética, este médico les sugirió buscar opciones en México en algunos consultorios específicos que él mismo aconsejó.
Esto pasó hace tres años, comenzó por un estado de los Estados Unidos; hoy, esto es lo que está pasando en el resto del país, obligando a familias y personas a buscar espacios en otros lugares de residencia que reconozcan sus derechos. Hace tres años, esta familia decidió continuar el proceso de transición de su hija, viajando a México donde tenían acceso a un tratamiento digno para el reconocimiento de la identidad de su hija.

Migración de disidencias sexuales en CDMX
Sí, sabemos que la mayoría de personas que han migrado de Estados Unidos a México lo han hecho bajo el título de “nómadas digitales” o por el hecho de encontrar en nuestro país la posibilidad de una vida más barata o algunas oportunidades de inversión. Ese debate debemos dejarlo para otro momento. Hoy, la pregunta que nos hacemos aquí tiene que ver con las personas que han migrado en búsqueda de un país que reconozca, procure y vele por sus derechos.
A diferencia de algunos países de Centro y Suramérica o de varias entidades conservadoras de Estados Unidos, la CDMX ha estado gobernada por plataformas progresistas desde los años 90, con una fuerte tradición de políticas públicas orientadas a los derechos humanos. Esto ha generado instituciones y programas específicos para la población LGBTIQ+ como clínicas especializadas, albergues, refugios y programas de inclusión laboral. Es decir, los avances en derechos y la aceptación social son evidentes, tangibles.
Platiqué con Rosie y Javier, quienes actualmente son parte del programa de acompañamiento psicosocial dentro de Casa Frida (refugiolgbt.org), que es un refugio para personas LGBTIQ+ que han sido expulsadas de sus lugares de origen por su orientación o identidad sexual. Rosie es una mujer trans que viene de Venezuela y Javier se identifica con los pronombres él y elle, nombrándose gay y orgullosamente guatemalteco.
“La cultura mexicana es un poco más abierta, en esta ciudad hay personas que no siguen el mismo ritmo tuyo, incluso si eres parte de la comunidad LGBT, pero no son, no somos, tan señaladas como en otros países. Yo vengo de otro país, de Venezuela, y es un país muy homofóbico a diferencia de México, aquí si tienes muchas oportunidades, hay de todo, aquí en México; creo que no tanto en la comunidad sino en cualquier ámbito artístico en lo que tú quieras hacer y emprender aquí en México, que es muy, muy, satisfactorio”, comentó Rosie.
Por su parte, Javier relata que la CDMX ha sido una ciudad que le ha abierto las puertas tanto en la aceptación como en un desenvolvimiento social. “No me he ocultado ante nadie y he sido feliz con mi sexualidad y para andar en la calle libremente sin que la gente me juzgue, eso es lo que más me gusta.”
Aunque la recepción en términos de aceptación social para Rosie y Javier han sido un aspecto importante para sentir que la ciudad les recibe y aloja, sus historias de desplazamiento no solo tienen que ver con su orientación o disidencia, los factores que les llevaron a migrar son más complejos que buscar poderse vivir desde un marco de derechos LGBTIQ+.
La hospitalidad política que México y la CDMX ofrecen está atravesada por varias luchas como los feminismos, la descolonización, el racismo y la migración, por lo que, para muchas personas racializadas del sur del continente, sí hay una diferencia en nuestro país comparado con sus lugares de origen. Sin embargo, llamarlo oasis o exaltar estos derechos logrados por las luchas de varias décadas no es suficiente o sería tratar de tapar el sol con un dedo.
Detrás de la CDMX arcoíris
Ricardo Baruch, presidente de la Asamblea de Conapred, resalta que pensar a la CDMX como un territorio progresista no puede hacerse sin señalar el origen mercantil que tuvo. El hecho de que hubiera personas dispuestas a invertir en bares, lugares de encuentro, o de espectáculos para la comunidad, es decir, en cultura, etcétera, hizo que, justamente, esta mezcla de realidades de gente de todo el país, que convenían encontrarse acá, creara un ambiente propicio para generar espacios específicos.
Es decir, que este espacio “seguro” para muchas, muchos y muches surgió de los intereses económicos de encontrar en el mercado rosa un potencial que genera, por un lado, beneficios para los colectivos LGBTIQ+ y por el otro consecuencias importantes.
“Hay que reconocer que, si bien existe esta apertura, hasta la fecha vemos que no está necesariamente funcionado del todo en la vida diaria de muchas personas; la CDMX sigue siendo una ciudad con mucha violencia, con mucha discriminación, a pesar de que hemos tenido unos avances legales muy fuertes”, acota Ricardo Baruch.
Rosie describe como la Ciudad de México sí brinda oportunidades: “El problema de nosotras las chicas trans es el proceso legal. Si eres migrante creo que se te va a hacer muy difícil, se dificulta un poco más. En mi experiencia, el conseguir un trabajo digno se hace un poco extremadamente difícil, el conseguir viviendas, el conseguir rentar porque aquí en México me parece que es un poco complicado.”
“En un país como México el punto más complejo es que las leyes existen, pero la cercanía y la difusión de nuestros derechos y nuestras obligaciones se encuentra politizado o se ejerce de manera muy punitiva”, comentó en entrevista el doctor Óscar Jaimes, especialista en infecciones de transmisión sexual certificado por la Asociación Mexicana de VIH.

Las personas que pertenecemos a los distintos colectivos LGBTIQ+ y vivimos en la CDMX contamos con derechos, programas y accesos que en papel establecen vidas vivibles desde un paradigma social y de derechos humanos, pero en la vida diaria no es así para todas, todos y todes, como se plantea en los documentos y tratados firmados a nivel internacional por México. Quienes acceden y ejercen estos derechos son personas con privilegios, dejando fuera a las personas racializadas que tienen que priorizar el acceso al trabajo que les permita una vida digna.
Pensar a la CDMX como un remanso de paz para las disidencias se vuelve un acto irresponsable y sesgado que excluye a muchas personas que se enfrentan a la violencia de un sistema que solo puede acogerles en papel.
Óscar Jaimes es enfático en pensar que la sexualidad definitivamente atraviesa una politización, los cuerpos están politizados y eso hace que la ejecución de los propios derechos sea algo bastante complejo. Y es que, como diría Judith Butler, hay cuerpos que importan para un sistema y esto conlleva que existan, a su vez, vidas habitables y vidas invivibles.
Para Javier, vivir con un diagnóstico de VIH ha hecho que se le cierren puertas, le ha hecho sentirse marginado aún sabiendo que la discriminación por VIH está prohibida en la CDMX. “Puedes tener un trabajo y cuando les dices tu situación, algo cambia o de inmediato te corren”, comentó.
Hay que dar proporción a los derechos ganados y ver cómo solo pocas personas acceden a ellos: los más privilegiados. “En un tiempo se buscó nombrar a la CDMX como la capital de la diversidad”, narra Ricardo Baruch, “pero eso tiene un trasfondo y además se nos olvida que solo las personas más privilegiadas de la ciudad son quienes disfruten estos derechos, y no necesariamente todas tienen el acceso.

La banda privilegiada es la que puede tener más acceso a este tipo de espacios, son quienes pueden irse de antro el sábado en la noche, también pagar un boleto para ir a ver una obra de teatro de temática LGBTIQ+ en algún teatro de la Roma o poder salir de viaje a un destino LGBTIQ+ friendly; a veces se nos olvida que en realidad también es un tema de clase”, subrayó Baruch.
Esta banda privilegiada, como la nombra, incluye personas que vienen de Estados Unidos, Canadá y Europa, banda que cuenta con el capital para garantizarse el acceso a las oportunidades que da la CDMX para las disidencias.
No podemos negar que los derechos de la Ciudad de México representan un avance importante, así como no podemos negar que quienes acceden a ellos son personas con privilegios, pero que siguen siendo parte de una minoría que lucha por el reconocimiento de su diferencia y que requiere garantizar lo que le permita hacer su vida vivible.
La gente que llega a la Ciudad de México o a nuestro país, buscando garantizar sus derechos y haciendo valer la hospitalidad de la que nos jactamos, aunque en otras circunstancias, es también migrante, es también vulnerable. Las experiencias disidentes, las experiencias lésbicas, gay, bisexuales, queer o trans, tienen un común denominador que es pertenecer a un sector social que excluye y tiene que luchar por el reconocimiento de sus derechos y forma de vida.
En palabras de Jorge Reitter, psicoanalista argentino, estas experiencias se ven permeadas por el clóset y la injuria. Ser una persona disidente, implica haber tenido que esconder tu identidad y vivir en constante miedo de recibir violencias, a eso se refiere la injuria que propone. Sí, ser una disidencia con privilegios hace que la experiencia sea muy distinta a la de las disidencias racializadas y empobrecidas, aunque eso no quita que se comparta la lucha.

No podemos comprarnos el imperativo neoliberal de la diversidad y creer que las políticas públicas se encargarán de homologar las experiencias disidentes, porque además ni siquiera es lo que se busca. Se busca el reconocimiento de las diferencias y garantizar derechos y accesibilidad a todas, todos y todes.
“¡Nos falta luchar!”, dice contundentemente Óscar Jaimes, “no consideraría que estemos en un oasis, consideraría que estamos en lucha, que necesitamos encontrar estrategias que impacten en la disminución de violencias y agresión en todos los sentidos, para pedir o exigir la ejecución de nuestros derechos, pero también para que nos escuchen y podamos generar más en espacios seguros”.
Exigir más derechos para la comunidad LGBTIQ+ en CDMX
Hace varios años, Tanzania logró subir los porcentajes de PIB y generar un impacto directo en el ingreso per cápita de su población, o por lo menos así se declaraba en los números reportados. Hoy sabemos que la explotación del Lago Victoria donde se introdujo la especie Blanco de Nilo o Perca del Nilo ha generado un impacto ambiental irreversible y una polarización en la riqueza del país.
Estos efectos, sumamente conocidos y documentados, no se ven en papel. En los registros pareciera que Tanzania está en otro lugar, pero la realidad es distinta y devastadora. No permitamos que suceda lo mismo en materia de derechos LGBTIQ+ en México y la CDMX. Exijamos, como coinciden activistas y especialistas, que se ejerzan y que lleguen a toda la población.
Reconocer los esfuerzos y avances es de suma importancia, pero requiere un seguimiento puntual que ayude a que el impacto sea real y no se quede solo en papeles con firmas bonitas que hacen que nuestros gobiernos puedan pararse el cuello blanco.

Digamos con seguridad que hoy por hoy vivimos en una ciudad con un compromiso enorme por brindar derechos a muchas minorías o en palabras de alguna estudiante, digamos con seguridad “qué chido vivir en la CDMX hoy”; pero no bajemos la guardia en cuidar que estos esfuerzos realmente puedan disfrutarse por todos, todas y todes. La lucha es en colectivo, la forma de sumar es sabernos en lucha porque la desigualdad es nuestra realidad. Marchemos, luchemos, hagamos valer nuestra voz.
Al terminar de platicar en entrevista con Javier, le pregunté si se quedaría a vivir en la CDMX o si su estancia sería momentánea y su respuesta inmediata fue: “Quiero quedarme, porque como te dije al principio, me siento a gusto en Ciudad de México y no me he ocultado de nadie. Además, estoy conociendo una persona acá que es mexicano, entonces digo yo, bueno si hay la oportunidad y si llega a suceder que nos llegamos a formalizar nuestra relación, pues creo que aquí me voy a quedar, ojalá que sí.” Y es que, como dijo Kant nadie tiene más derecho que otro a estar en un lugar de la Tierra.