El Café Trevi es una postal chilanga de colección. Sillas de vinil rojo, estética cincuentera, azucareras de vidrio, bolillos en paneras de plástico y, lo más bonito: las jacarandas de la Alameda Central a través de las ventanas. Es la imagen perfecta de un “café nostálgico en la Ciudad de México”, quizá porque desde 1955 ha cambiado poco, pero sobre todo, por su histórica resistencia en una esquina que luce imperturbable –aunque no lo sea.

Esta cafetería-restaurante ha visto terremotos, reuniones como la del Che Guevara con Fidel Castro, filmaciones de series y películas famosas como Narcos, fiestas, decadencia, conciertos, eventos culturales, pandemias y, lo que termina con sus 65 años de historia: gentrificación.

Su encanto está, en parte, en su naturaleza de fonda mexicana que aún conserva algo de su origen italiano; pero sobre todo en las personas que lo habitan, una comunidad de artistas y comerciantes que ahí encontraron armonía. La zona es una de las más “diversas y bulliciosas del Centro. En la plaza se reúnen jugadores de ajedrez, vendedores de juguetes, de cómics, payasos, patinetos y hasta grupos de Pokémon Go —contó a Chilango Carlos Acuña, exinquilino del edificio donde habita el café–. Los fines de semana hay tianguis y huaracha. De noche es zona complicada, pero de día hay un montón de expresiones libres, diversas y rasposas”. El Trevi es un puro reflejo de la ciudad.

En noviembre de 2020 se irá de esa privilegiada esquina en Colón 1, entre Doctor Mora y Avenida Juárez. Su final fue forzado: Julio César Castillo, quien está al frente del negocio, quería preservar el legado que fundó el italiano Franco Pagano y continuó su tío –y actual dueño–, José Luis Dávila. Sin embargo, en marzo de 2018, el edificio donde se encuentra –llamado Trevi gracias al café– fue vendido a un grupo de inversionistas que lo convertirá en un espacio moderno, por completo contrario a su memoria popular.

Dos años de lucha para no morir

El Café Trevi está en una privilegiada esquina frente a la Alameda Central. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro

Café Trevi se resistió a desaparecer. Antes de la venta del inmueble, el lugar estaba “en un letargo —cuenta Carlos—, en parte porque el dueño estaba muy enfermo” y porque muchos se quejaban de la sazón de su cocinera. Sin embargo, en cuanto los vecinos se enteraron de su posible cierre definitivo, se activaron para lograr que se quedara.

La venta del edificio implicó que, tanto Café Trevi como Café Denmedio, Tortas Robles y todos los espacios de vivienda fueran desalojados. La mayoría de los 44 inquilinos se mudaron, pero algunos permanecieron y emprendieron una batalla legal en contra de Banca Mifel, que actuó como fiduciario –es decir: una entidad autorizada por la ley para administrar bienes de un tercero, en este caso el grupo de inversionistas que adquirió la propiedad, y destinarlos a un fin específico–.

Los inquilinos que se quedaron –entre ellos Carlos y Julio César– intentaron ejercer su derecho de preferencia, que, “según el Código Civil de la Ciudad de México, permite que  quienes rentan el inmueble puedan comprarlo antes de que un tercero lo haga, siempre que estén al corriente de sus rentas y bajo las mismas condiciones de la venta que ya se tenga pactada con ese tercero —dijo a Chilango Gibrán Miguel, abogado de empresas en ANCOD—. Los arrendatarios tienen un límite de tiempo para hacer uso de ese derecho bajo las condiciones planteadas. Transcurrido dicho lapso, se pierde el derecho”.

Los inquilinos manifestaron su voluntad de hacer uso de su derecho, pero las condiciones eran complicadas. Banca Mifel pedía 80 millones de pesos por todo el edificio en un lapso de 30 días. “Claro que no todos podían y no todos querían comprar sus departamentos —dijo Carlos—, lo que queríamos era que nos dejaran comprar algunos”. El problema es que el Trevi, como muchos otros edificios en la ciudad, está constituido bajo el régimen de copropiedad, es decir “que no se puede dividir —aclara Gibrán—; al contrario que el régimen de condominio que sí permitiría la compra-venta de unidades privativas”.

Café Trevi
El encanto de café está, además de su estética cincuentera, en la gente que lo habita. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro

El litigio se extendió dos años, mientras los inquilinos luchaban porque se hiciera el cambio de régimen del edificio –de copropiedad a condominio– para que pudieran comprar sus viviendas y locales individualizadamente; incluso mostraron disposición a pagar los trámites; sin embargo, no sucedió.

En ese tiempo, Café Denmedio cerró, Tortas Robles logró un acuerdo para permanecer como parte del nuevo proyecto y ocurrieron tres desalojos forzados, entre ellos el de Carlos con ciertas irregularidades, quien llevaba nueve años habitando el departamento 32.

“Hubo intentos y voluntades de negociación —cuenta Carlos —, planteamos la idea de que, a cambio de que se quedara el Café Trevi (pagando renta), los inquilinos nos iríamos sin problemas”. Lo que en verdad querían era dignificar la historia del café y encontrarle un lugar en el nuevo proyecto urbano. Banca Mifel no cedió, así que ante el desgaste de la batalla legal, la crisis por covid-19 y el delicado estado de salud de don José Luis Dávila, el 8 de julio se llegó al acuerdo final: Banca Mifel otorgará una indemnización y el Trevi se irá el 4 de noviembre de 2020. Pero, a pesar de todo, el café encontró una segunda vida.

La segunda vida de Café Trevi

En 65 años el Café Trevi ha cambiado poco. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro

Los espacios viven gracias a quienes los habitan. El café estaba en decadencia antes de comenzar su batalla legal pero, gracias a esta, encontró una nueva manera de vivir.

La resistencia ante la gentrificación fue también cultural. Los vecinos y la comunidad del barrio se apropiaron del café y desde ahí se manifestaron con conciertos, lecturas de poesía indígena, funciones de cine, seminarios de urbanismo y fiestas con bandas amigas, como La Redada, Sonido Sincelejo, Mujeres Vinileras y Belafonte (quien incluso colaboró con la canción de su nuevo disco para el video de despedida que armaron los vecinos).

Para los inquilinos, la batalla se perdió, pero “generamos un montón de amistades, debate y memorias que quedan —dice Carlos—. Fue una experiencia que se puede replicar, en el sentido de que hacer política ciudadana construyendo comunidad”.

La idea siempre fue mantener viva la memoria de Café Trevi, “un símbolo pop de la ciudad, en el sentido de cultura masiva pero también de clase popular”, según Carlos, “por eso se hará un memorial que cuente y dignifique esta historia” y, con la indemnización que recibirán del acuerdo, se liquidará a los empleados –varios con más de 30 años de trabajo–, se cubrirán los cuidados de don José Luis y se buscará un nuevo lugar que albergue el legado del café.

Si todo sale bien, habrá tiempo y recursos para que el Trevi empiece de nuevo. Si su pasado y presente lo dejan tener futuro, pronto volveremos a leer “Benvenutti. Trevi, la fuente de los deseos” en algún otro local. Si no, vivirá en los lazos vecinales que dejó.