Lo recuerdo como si fuera ayer: el pedal hasta el fondo rumbo a casa, la alegría del viernes por la tarde y la pequeña tragedia de descubrir que no tenía gas. “Buenas… póngale quinientos de la verde… no, nada más, así está bien…” y justo en ese momento, surgido de la nada, un gañán se estaciona en la bomba de al lado con los altavoces a todo volumen.

Su música no era una sugerencia, era una jodida imposición y, como mi tanque aún no estaba ni remotamente lleno, tuve que declararme perdedor y bajar el volumen de mi estéreo para no perder la cabeza en aquel caos rítmico.

Los cristales temblaban con uno de esos beats programados (bastante simples) y unos bajos que hundieron a mi auto en un océano de sonido. Mi cerebro estaba enfadado, pero mi cuello ya se movía de arriba para abajo.

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“No está tan mal”, pensé mientras la voz auto-tuneada se desparramaba por doquier: “Sigue tu camino que sin ti me va mejor… ahora tengo a otras que me lo hacen mejor… si antes yo era un hijueputa, ahora soy peor…”.

Aquel fragmento de música me impactó y, por primera vez en la historia de la humanidad, un humano se sintió atraído por la música que emanaba del coche de otro ser humano.

El Shazam me dijo que aquello era uno de los sencillos de un tal Bad Bunny, y mientras pensaba en la vida trágica de los melómanos sin Shazam del pasado, que podían escuchar una canción hermosa en la calle y nunca más volverla a encontrar, llegué a casa y escuché maravillado de principio a fin el único disco que había estrenado el conejo malo.

El descubrimiento de Bad Bunny

Fue así como llegué al X 100pre, que aún hoy considero que es uno de los mejores discos del siglo XXI, y que, en conjunto con otros dos álbumes de estudio y uno recopilatorio de lados-B (todos estrenados este año en una proeza que me remite en cantidad y calidad a los seis discos en seis meses de John Frusciante o a lo que los Beatles hicieron en 1964 y 1965), han convertido a Bad Bunny en el músico más popular sobre la faz de la tierra.

¿Pero cómo explicar el fenómeno pop que ha convertido a un veinteañero puertorriqueño que hasta hace cinco años trabajaba empacando víveres en un supermercado, en el nuevo artista “bigger than Jesus”?

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Los grandes puristas de la música, ridículamente emocionados en su cruzada contra “lo popular”, nos dirán que todo es mercadotecnia. Nos dirán que las canciones del conejo siguen una fórmula cuidadosamente diseñada para retroalimentar los gustos de la gente con leves variaciones de lo que ya conoce. Nada más alejado de la realidad.

En primer lugar resulta evidente que si la fórmula de la popularidad fuera una especie de monstruo de Frankenstein, concebido en un laboratorio en condiciones controladas y completamente predecibles, la industria nunca fracasaría y SPOILER: la industria ha fracasado. ¿Cuántas carreras no hemos visto elevarse y desaparecer en un parpadeo? ¿Cuántos artistas no se han abismado en el olvido, perdiéndolo todo en campañas fallidas para volver a ser relevantes?

Bad Bunny es relevante porque dentro de la simplicidad de sus letras se oculta algo que los científicos de lo pop aún no han logrado manufacturar: autenticidad.

El secreto de Benito Antonio Martínez Ocasio

A diferencia del modus operandi de los artistas pop contemporáneos, Benito Antonio Martínez Ocasio escribe todas sus letras y se ufana de ello, y es precisamente a través de esa búsqueda narrativa que se permea la sagacidad de un ¿poeta? capaz de concebir barras que mezclan de forma vertiginosa, brillante e innovadora cuatro elementos fundamentales: el éxito, el amor/desamor, lo cotidiano, y el humor.

El encanto del conejo radica en que esos tópicos tan comunes dentro de lo pop se reinventan a partir de una autenticidad narrativa sin parangón dentro del trap y dentro de la música pop en general.

¿Cómo demonios puede funcionar una canción con líneas como “Me besé con un alien / Tuve sexo con marcianas / Y nadie me gusta más que tú”? Pues sí, funciona, y funciona porque detrás de la originalidad descabellada de los tracks de Benito se permea una gran intuición compositiva.

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Lean conmigo estos versos de “Maldita pobreza”: uno de los sencillos de su nuevo disco titulado El último tour del mundo.

Maldita pobreza, maldita pobreza

Solo se me olvida cuando tú me besas

Yo sé que tú me quiere’, no importa lo material, eh

Pero yo te quiero costear

Comprarte todo Gucci y una casa frente al mar, eh

Pa’ quе me enseñе’ a nadar

Seis líneas en las que se resume a la perfección la clave del éxito detrás de los himnos líricos de Bad Bunny. Seis líneas en las que Benito plantea, desde la ternura más absoluta, el patetismo aspiracional de un hombre obsesionado con su fracaso económico, al punto de que el único escape que tiene de esa dura realidad son los labios de su amada.

Pero la cosa no acaba ahí, porque el protagonista de la canción agradece tanto que su pareja sea su único escape de la realidad, que modifica radicalmente su visión de la riqueza que tanto lo había obsesionado, y la reestablece no como un beneficio para su disfrute personal, sino como un elemento para pagarle precisamente a esa mujer por la acción de hacerle olvidar su falta de riqueza y enseñarle a ser feliz con lo que tiene.

La maravillosa paradoja en “Maldita pobreza” radica en que el dinero ha dejado de tener un sentido personal para el protagonista “yo sé que tú me quiere’, no importa lo material”, y se ha convertido en un mero vehículo para fantasear con dos anhelos primordiales que no dependen del dinero para cumplirse: el amor eterno de su pareja y la bellísima intrascendencia de aprender a nadar.

La brillante estructura detrás de esas seis líneas es la norma dentro de la discografía de Benito, una discografía que tiende a combatir la visión del trapstar como encarnación del nuevo rockstar: macho, incontrolable y violento, cuyas letras deifican una y otra vez los culos de las strippers y el Hennessy, para suplirla con la imagen de un hombre al que también le gustan los culos y los lujos, pero que, lejos de autoconcebirse como deidad inalcanzable, lo sentimos tan cercano como para invitarle unas caguamas heladas en la acera.

Bad Bunny subvierte la idea tradicional de la música popular prefabricada precisamente porque está completamente desligado del imaginario popular que ha sido concebido desde las grandes corporaciones y las clases altas.

Benito comprende y ejercita los códigos del verdadero imaginario popular: ese que recibe oposición y burlas por parte de las clases que buscan cristalizar a la cultura, pero que eventualmente se revela como el gran motor transformador del lenguaje y el arte. Aún queda mucho Bad Bunny por delante. Brindemos por eso.