Fuimos a conocer ajolotes con Jesús, representante del ajolotario Apantlique, quien literalmente creció entre estanques. Él lleva más de 40 años en un proyecto familiar de conservación y hoy mantiene unos 70 ajolotes entre juveniles y reproductores.
Lo primero que nos dijo nos borró de la cabeza un mito gigante: “El ajolote rosa no existe… bueno, existe, pero es albino”.
El tono rosado característico de esta especie no es un color natural, sino la sangre que se ve a través del tejido. El ajolote nativo es negro.

Después nos explicó cómo están constituidos físicamente: Tienen tres pares de branquias externas, como penachos que se mueven en el agua. “Las usan para tomar oxígeno del agua”, nos dijo mientras señalaba las agallas rojas vibrando suavemente.
Su boca amplia -la famosa “sonrisa ajolote”- que da tanta ternura en realidad es una característica que los ayuda a alimentarse, pues no mastican, solo tragan entero. Su dentadura, dice Jesús, “es como una lija, muy muy pequeñita”.

¿Qué comen los ajolotes?
Sobre su alimentación: “Comen todo lo que se mueva y sea más pequeño que su cabeza”, nos contó Jesús. Peces, larvas de mosquito, cucarachas de agua, libélulas, crustáceos y hasta arañas acuáticas.
¡Checa este dato! Ellos comen por vibración, no por vista, porque en su entorno natural casi no ven nada, ya que viven entre lodo y raíces con visibilidad nula.

¿Los ajolotes se enamoran?
Y sí, también preguntamos si tienen “amorcito anfibio”. Jesús se rió antes de responder: “Vamos a decepcionarlos tantito, no son románticos”.
La reproducción es tan rara que parece de ciencia ficción. El macho libera un conito transparente llamado espermátodo, lo deja en el fondo, y la hembra lo recoge con la cloaca para fertilizar sus huevos por dentro. “No hay contacto físico”, remata Jesús. Y al día siguiente ya hay huevos por todos lados. (Miles, eh).

Su vida social también rompe corazones
Los ajolotes no viven en clanes, no hacen grupos y no necesitan compañía. De hecho, pueden comerse entre ellos, no por agresividad sino por instinto.
“Si algo se mueve cerca, lo muerden”, nos explica. Aunque en cautiverio eso se evita con buena alimentación y separando tallas (juveniles con juveniles, reproductores con reproductores).
Las crías, llamadas alevines, nacen midiendo medio centímetro y crecen a 10 cm en 3 o 4 meses. Para reproducirse necesitan al menos un año de vida. Aun así, nunca llegan a ser adultos. Jesús lo explica hermoso: “El ajolote se muere siendo joven”.
Son larvas de salamandra que nunca completan su metamorfosis gracias a la neotenia, un truco evolutivo que les permite reproducirse sin dejar de ser juveniles acuáticos.

Los ajolotes NO son mascotas
“Si tú vas y haces un recorrido (en Xochimilco), no vas a ver ni uno”, dice Jesús. La contaminación, las especies introducidas (carpa y tilapia), la pérdida de hábitat y el crecimiento urbano los empujaron al borde del colapso. Por eso están en peligro crítico de extinción. Los que vemos en fotos y tiendas son de criadero, en su mayoría.

Y aunque mucha gente quiere tener uno, Jesús lo dice con una calma contundente: “No son mascotas. Necesitan condiciones exactas, agua perfecta, cuidado real.” Si no sabes cuidarlo, mejor admíralo, pero no lo compres.
¿Qué te parecieron estos datos del ajolote? Si quieres conocerlos, visita el ajolotario de Jesús en Xochimilco.
- Dónde: Prol. Josefa Ortiz de Dominguez, La Santísima, Xochimilco
- Horario: lunes a domingo de 10:00 a 18:00 h
- Ojo: para visitar el ajolotario escríbele a Jesús Correa al 5561063850
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