Miscelánea: Pegajoso

¿Se puede escribir algo decente en calzones? Nunca me había detenido a pensar en la influencia de la vestimenta en el proceso creativo.

Esta columna iba a tratarse de otra cosa: el cablerío que obstruye el cielo de la Ciudad de México. Acababa de leer que la alcaldía de Coyoacán ha retirado más de 63 toneladas de cables en desuso y me pareció que esa ingente cantidad de infraestructura inútil podía servir como metáfora propicia para hablar de la mala gestión del espacio público y también de nuestra caótica vida digital. Les juro que iba a ser una columna memorable. Pero no se pudo. 

Cuando me senté a escribirla, no podía pensar más que en el calor opresivo dentro de mi estudio. Abrí las ventanas para que entrara el aire fresco, pero lo único que entró fue el ruidero de los camiones, las patrullas, las construcciones, los del fierro viejo, la televisión de los vecinos. Los muslos se me estaban cocinando contra la silla de tactopiel. Al mover las piernas o separar la espalda del respaldo experimentaba una resistencia pegajosa. Fui por un vaso de agua. Regresé. Aunque eran las nueve de la noche, seguía haciendo un calor insoportable.

Yo trataba de concentrarme, pero escuchaba el murmullo burlón de un conjunto imaginario de yucatecos, sonorenses y veracruzanos. Decían que los chilangos no tenemos derecho a quejarnos del calor. Y yo les juraba que no tenía planeado hacerlo, que de hecho había tomado una serie de fotografías de postes abigarrados de cables para inspirarme en la escritura del otro texto, el que hubiera escrito de no haber tenido que desvestirme antes de sentarme a trabajar.

¿Se puede escribir algo decente en calzones? Dicen que Daniel Sada lo hacía desnudo (me imagino que se acostumbró a traer poca ropa durante su infancia en Mexicali, uno de los lugares más calurosos del mundo). Nunca me había detenido a pensar en la influencia de la vestimenta en el proceso creativo. ¿Será que mis novelas habrían sido muy distintas si no las hubiera escrito principalmente en pijama?  Si me pusiera corbata antes de empuñar la pluma, tal vez la reducción del flujo sanguíneo hacia mi cerebro provocaría una literatura más difusa, espontánea, desparpajada y poderosa. No lo sé.

El caso es que no he podido pensar más que en el calor bochornoso de estos días. Me repugna la idea de comprar un aparato de aire acondicionado y con ello aumentar significativamente mi huella de carbono. Se sabe que las grandes urbes son “islas de calor” y el calentamiento global está recrudeciendo este fenómeno. ¿Qué vamos a hacer? Por lo pronto espero que el tiempo refresque con las lluvias y que la próxima columna no se trate de una inundación.

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