Encuentros cercanos: No querer

La crisis en la que estamos parados no empezó con los incendios masivos de años recientes, ni con el desprendimiento del sargazo en el Caribe, ni con el deshielo. Empezó mucho antes.

Hace diez años que no usas popote. Todo este tiempo diciendo al barista que llevas tu propio vasito, como queriendo decir: “soy de la logia que salva tortugas”. Llevamos bregando el milenio pensando que mínimos gestos darán a este mundo un futuro. 

Y todo bien: ojalá todo esto termine así, por las buenas. La realidad, sin embargo, es que estamos aquí: un planeta dominado por un primate con miedo, que cree que vivir equivale a matar. Al menos así los pensamos, sepámoslo o no, en occidente: el capitalismo depende de la extracción ilimitada de recursos, de una dinámica de acumulación que, por su impacto en el planeta, es ya una suerte de era geológica, de acuerdo con Jason W. Moore: el capitaloceno.

Naomi Klein argumenta que la lógica de ganancias y poder corporativo frenan las transformaciones necesarias para abordar la crisis climática. André Gorz y Murray Bookchin plantearon que solo un cambio radical hacia economías más equitativas y descentralizadas permitiría la sostenibilidad ambiental. Villanos de película personajes como Jeff Bezos, Elon Musk, Mark Zuckerberg y las otras siete personas más ricas del mundo podrían acabar con la crisis climática con menos del 25% de sus fortunas.

El problema no es (solo) el plástico o los 35 litros de agua que hacen falta para producir medio litro de refresco. Detrás de las grandes empresas (que pueden o no pagar anuncios impresos) que están haciendo mierda al planeta hay personas. Personas que seguramente no usan popote, pero tampoco invierten realmente en salvar nada: con menos del 0.5% de su lana sacarían de la pobreza a todo el planeta. Pero prefieren acumular. Acumularlo todo: el dinero, los medios, el discurso, el poder.

La crisis en la que estamos parados no empezó con los incendios masivos de años recientes, ni con el desprendimiento del sargazo en el Caribe, ni con el deshielo. Empezó mucho antes. Cuando un señor potentado de estirpe pudiente decidió que se ve más bonito un resort que el Amazonas (o Gaza). Cuando otro decidió que para qué invertir en educación o salud, si la GCU tiene cero problemas. Cuando otro dio chambas de importancia global a sus primos y leales amigos (casi siempre: inútiles) en vez de a los expertos pertinentes.

Quién sabe cómo se vea el final de esta crisis. Lo cierto es que el origen se esconde bajo una pátina de privilegios impenetrables, casi siempre inmerecidos. Bajo un no querer jugar, sino querer ganar. Un no querer, aunque puedan.

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