Abramos cancha: Arlette González: la mexicana que aprendió a resistir

Arlette González es una historia que inspira más allá del resultado. Se convirtió en la primera mexicana en clasificar a la élite del Campeonato Mundial Ironman.

Antes de ser triatleta, Arlette González fue resistencia. No la épica de una medalla inmediata ni la del aplauso temprano, sino la silenciosa: la de entrenar cuando nadie mira, de sostener el ritmo cuando el cuerpo pide tregua, de insistir en un deporte que rara vez pone a las mujeres mexicanas en el centro de la conversación.

Hoy, Arlette González es una historia que inspira más allá del resultado. Se convirtió en la primera mexicana en clasificar a la élite del Campeonato Mundial Ironman, obteniendo su lugar para competir en el Ironman World Championship en Kona, Hawái, en octubre de 2026, un logro sin precedentes para nuestro país en este deporte.

La prueba Ironman no sólo exige fuerza física, sino una disciplina mental casi inquebrantable: nadar 3.8 kilómetros, pedalear 180 kilómetros y correr un maratón completo. Cada segmento lleva al atleta al límite. Arlette no sólo completó estas distancias: lo ha hecho con tiempos que la colocan entre las mejores del mundo, manteniéndose dentro del top 100 del ranking Pro Series de Ironman, posición que la convierte en la mexicana mejor ubicada en el escalafón profesional.

Llegar a la élite del Ironman no es clasificarse una vez ni tener una buena carrera; significa mantenerse entre las mejores, competir contra atletas con estructuras profesionales y trayectorias respaldadas por potencias deportivas. Arlette lo logró desde México, desde la periferia del sistema, demostrando que el talento también se abre paso cuando la voluntad no negocia.

Su palmarés incluye podios importantes en Ironman 70.3, como un tercer lugar en el Ironman 70.3 Cozumel 2025, además de resultados destacados en competencias nacionales donde ha demostrado que puede dominar carreras exigentes frente a atletas de élite.

Hay algo profundamente inspirador en su historia porque no responde al cliché del “descubrimiento milagroso”. Arlette no apareció de la nada: se construyó a base de competencias internacionales, horas de entrenamiento extremo y una mentalidad que entiende el deporte como un proyecto de vida. Su ingreso a la categoría élite del Ironman World Championship no es un golpe de suerte; es consecuencia directa de su constancia.

En un país donde solemos celebrar los triunfos cuando ya están consumados, vale la pena detenernos a mirar el proceso. Porque Arlette González no solo cruzó una meta: abrió una puerta. Su presencia en la élite manda un mensaje claro a las atletas que vienen detrás: sí se puede llegar, incluso cuando el camino no está pavimentado.

Aquí, donde el deporte de alto rendimiento suele narrarse desde el futbol y, con suerte, desde los Juegos Olímpicos cada cuatro años, el triatlón de larga distancia vive casi en silencio. No hay horarios estelares ni grandes reflectores para quien pasa horas compitiendo contra el reloj y contra sí misma.

El Ironman es una prueba de resistencia total, pero también de identidad. Y ver a una mexicana competir al máximo nivel mundial no sólo enciende el orgullo, también redefine el lugar que ocupamos en deportes que históricamente nos han sido ajenos.

Arlette no es sólo una atleta en la élite. Es una señal de lo que ocurre cuando el cuerpo aguanta, la mente insiste y el corazón no se rinde. Porque a veces, hacer historia no es llegar primero, es atreverse a llegar.

¡Abramos cancha!

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