Que José José “El Príncipe de la canción” tenga 5 millones, 647 mil 734 oyentes mensuales solo en Spotify habla de su enorme legado, de una voz incombustible, que no se apaga y que, como los grandes artistas en la historia de la música, seguirá acumulando seguidores. Un día como hoy, hace dos años, el legendario cantante murió en un hospital de Miami, Florida, pero sus canciones siguen lubricando las noches bohemias, acompañando a los corazones rotos, a los despechados, a las almas solitarias y atormentadas, a los que sufren por un amor no correspondido.

Es un cliché, pero, ¿quién no ha terminado a las 5 de la mañana cantando ‘El triste’? ‘El triste’ y una larga colección para amanecerse y sufrir cantando. ‘El amar y el querer’, ‘Volcán’, ‘Si me dejas ahora’, ‘Lo que no fue no será’, ‘Lo dudo’, ‘El amor acaba’, ‘Desesperado’… Cada canción es mejor que la anterior, más intensa, explorando el extenso álbum de posibilidades de relaciones que terminaron mal, de recuerdos insidiosos, de heridas que no cicatrizaron. Como todos hemos estado ahí, sufriendo en algún momento, el rotundo éxito que tuvo, tiene y tendrá José José trasciende su muerte, los años, las generaciones, las clases sociales. Sus canciones, apelando el lugar común, llegaron para quedarse.

El Príncipe de la canción

José Rómulo Sosa Ortiz

José Rómulo Sosa Ortiz fue el hijo pródigo de Azcapotzalco. Nació en 1948, el 17 de febrero. La vena musical le viene de ambos padres; él, un tenor fracasado y colérico y ella, una pianista clásica que lo acompañó hasta su muerte. Aprendió a tocar la guitarra y el contrabajo, antes de descubrir el fuego que habitaba, latente, en su garganta. Formó Los Peg, un grupo de jazz y bossa nova y por casualidad fue descubierto, cuenta la leyenda, cuando cantaba en un restaurante. Antes de cumplir 21 años firmó su primer contrato con RCA Víctor (la discográfica del perrito escuchando el gramófono) y en 1969 vio la luz su debut como solista, el álbum homónimo, también conocido como ‘Cuidado’.

Aunque no fue muy reconocido, ‘Cuidado’, fue un disco finísimo, de altura, quizá el más jazzy de su carrera. Basta con escuchar y disfrutar los arreglos de ‘Una mañana’, el tema de Clare Fischer adaptado al castellano por Joaquín Prieto, para descubrir que desde el principio hubo un artista con un talento vocal prodigioso. José, quien desde entonces, en honor a su padre, adoptó su segundo nombre, sin importar la repetición, fue bendecido con un don y supo encauzarlo profesionalmente, a pesar de la inestabilidad de su vida personal.

El Príncipe de la canción

La caída del Príncipe

Con certeza José José no tomó el mejor camino, ni las decisiones más inteligentes. Heredó el alcoholismo de la patética figura paterna y desde muy joven se deslizó por una espiral autodestructiva, que terminaría por arruinar su carrera como cantante. Pero mientras su cuerpo iba acumulando daños, víctima de los excesos de un alma débil incapaz de decir “no”, atormentada y sometida por las adicciones, los discos y las canciones solo cosechaban éxitos, fama, la aclamación generalizada.

Durante casi tres décadas fue un ídolo, de lejos el mejor cantante de México. Con su voz le dio sentido a la magia de un dream team conformado por compositores, productores, músicos y arreglistas, todos de renombre. Recordemos una vez más su mítica interpretación de ‘El triste’, de Roberto Cantoral, en el Segundo Festival de la Canción Latina (el video en YouTube, en sus diferentes subidas, suma más de 200 millones de reproducciones). No ganó el certamen, pero su victoria fue de largo aliento: la grabación de unos 25 discos de estudio, un centenar de singles, ventas que rebasan los 100 millones de copias y sobre todo la admiración global, prácticamente en todos los países donde se habla español y más allá, en mercados tan ajenos como el japonés, el ruso y el egipcio, derribando la barrera del idioma y la idiosincrasia. 

El Príncipe de la canción

Me vas a echar de menos

Como en todos los hogares de clase media en México, en casa también había discos de José José. En especial recuerdo uno, un vinilo de portada verde y letras amarillas, con la foto del ídolo en actitud pensativa, una recopilación magnífica titulada ’20 Triunfadoras de José José’ que ambientó incontables noches que se hicieron adultas, en tiempos donde se fumaba sin temor cajetilla tras cajetilla de cigarros Raleigh y se mezclaban cubas de Bacardí blanco o Solera con Coca, agua mineral y un par de hielos: el ron del murciélago siempre presente en los grandes eventos.

En la desvelada, a los más jóvenes nos permitían quedarnos, convirtiéndonos en testigos de cómo las ’20 Triunfadoras’ se convertían en las ’20 Sufridoras’. Lo que ignorábamos era que, poco a poco, esas canciones (‘La nave del olvido’, ‘Preso’, ‘Gavilán o paloma’, ‘Almohada’, ‘Lo pasado, pasado’) se nos iban impregnando en el espíritu y en el subconsciente, como el humo del cigarrillo en la ropa, y que tarde o temprano les agarraríamos cariño, gusto y afición conforme vivíamos la vida.

Tributo al Príncipe

Años después fue lanzado otro disco muy popular, que reflejó la enorme influencia de José José en músicos de diferentes estilos: ‘Un tributo’. Presentado en 1998, fue el primero de una larga serie de homenajes a artistas consagrados que terminaría convirtiéndose en pandemia.

‘Un tributo’ fue el precursor y sin duda el mejor logrado. La icónica portada (obra de Rubén Albarrán, en su faceta de diseñador) muestra a un José José ilustrado como un moderno Petit Prince, el entrañable personaje de Antoine de Saint-Exupéry, en una sublime expresión artística pop, a la altura del contenido musical del álbum.

Aunque no es perfecto (son bastante feas las versiones de Beto Cuevas de ‘La nave del olvido’ y ‘Payaso’, de Molotov), al menos 10 de las 15 canciones tienen algún grado de genialidad ya sea en la interpretación, los arreglos, la producción o en tomar riesgos, como lo hizo Control Machete con ‘Amnesia’, dejando para la posteridad un experimento asombroso, una balada rap del clásico tema escrito por el tucumano Dino Ramos, uno de los compositores de cabecera del mencionado dream team de ‘El Príncipe’.

El Príncipe de la canción

Espera un poco, un poquito más…

Sé de memoria la fecha en que murió José José porque ese mismo día (un sábado 28 de septiembre de 2019, nublado, sin lluvia ni sol) mi hijo Julián cumplió un año de vida. Terminábamos de bautizarlo en Xochimilco cuando se comenzó a correr la mala noticia; creo que la confirmé en Twitter: hacia el mediodía, el máximo cantante mexicano acababa de fallecer en Florida, por complicaciones del cáncer de páncreas que padecía. Como Jorge Negrete y Juan Gabriel, expiró en Estados Unidos, lejos de casa. Tenía 71 años.

Cuando murió, sus restos no descansaron de inmediato. Su cuerpo ‘se perdió’ durante varios días. Sus hijos mayores, José Joel y Marysol Sosa Noreña, fueron a buscarlo a Miami, donde solo la hija menor, Sara Sosa Salazar, sabía su paradero. México lo reclamaba, para homenajearlo como se debe, de cuerpo presente. Al final no fue posible, pues fue incinerado el 8 de octubre. No hubo una autopsia que confirmara la causa de su muerte.

La despedida en México

Con el paso de los días, el asunto se volvió de interés de Estado. Por órdenes del gobierno de López Obrador, un avión de la Sedena voló hasta la península para recoger sus cenizas, las cuales fueron divididas entre las familias Sosa Noreña y Sosa Salazar. La propia Defensa Nacional informó que traer la mitad de los restos mortales de José José a la Ciudad de México tuvo un costo de 1.2 millones de pesos.

Finalmente, el 9 de octubre de 2019, un Boeing 737 del ejercito aterrizó por la mañana en la capital mexicana con el féretro que contenía las cenizas del cantante. De inmediato, el ataúd dorado fue trasladado al Palacio de Bellas Artes, donde algunos miles de seguidores pudieron despedirse; después fue llevado a la Basílica de Guadalupe, para celebrar una misa en su memoria y, por último, al caer la tarde, José Rómulo Sosa Ortiz fue sepultado junto a su madre, en el Panteón Francés.

A dos años de distancia, hoy celebramos la vida de un artista único, un hombre atormentado pero también un cantante total, capaz de sostener la voz y modularla a placer, provocando emociones, sensaciones y sentimientos, dejándonos aún con la boca abierta, como le pasó a Marco Antonio Muñiz aquel lejano día de mediados de marzo de 1970 en qué escuchó a José José interpretar ‘El triste’ en el Teatro Ferrocarrilero, levantando a todo un país, que sigue aplaudiéndole de pie.

Torreblanca: Aniversarios, modernidades y autodescubrimiento