Los chilangos estamos rodeados de sitios arqueológicos. Y no es para menos, pues vivimos encima de lo que fue la gran Tenochtitlán. Varios de los monolitos en la CDMX alborotaron a las masas con su descubrimiento y también con su traslado.

Vaya que no es algo común en otras ciudades estar en alguna avenida importante y de la nada ver pasar una enorme deidad hecha con un gran bloque de piedra. Así que aquí te relatamos cómo fue el transporte de algunas de estas piezas prehispánicas.

El pesado traslado de los monolitos en la CDMX

Tlaltecuhtli

El mito de cómo Tlaltecuhtli forma el cielo (parte masculina) y la tierra (parte femenina) es muy importante para la cosmogonía mexica. Y el descubrimiento de su monolito fue un gran suceso arqueológico en 2006.

El 2 de octubre de ese año, arqueólogos del INAH hicieron el descubrimiento en el predio conocido como Casa Mayorazgo de Nava Chávez, donde actualmente se encuentra el Museo Archivo de la Fotografía, en la intersección de las calles de República de Argentina y Guatemala en el Centro Histórico.

Aunque es de los monolitos en la CDMX que no tuvo que ser trasladado desde otro estado, moverlo no fue nada sencillo. Pues sus dimensiones son colosales: mide 4.17 por 3.62 metros, tiene aproximadamente 40 centímetros de espesor y un peso de 12 toneladas.

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Cuando el monolito fue encontrado, ya estaba fragmentado en cuatro piezas; se piensa que los mexicas lo rompieron de forma accidental. Estas fueron trasladadas a una especie de caseta fuera del predio para ser estudiada; sobre todo porque la pieza mantenía sus pigmentos originales.

Después de haber pasado por un proceso de limpieza, conservación y análisis, trabajos que duraron poco más de dos años, en 2010 este monolito estaba listo para instalarse en el vestíbulo del Templo Mayor.

De acuerdo al estudio Tlaltecuhtli, realizado por Leonardo López Luján (arqueólogo e investigador del Proyecto Templo Mayor), hubo una planeación de semanas y una delicada maniobra para hacer este traslado.

En realidad, la distancia desde la caseta al museo era de 160 metros. Pero no es como que pudieran moverse de manera tan directa. Pues tenían que adaptarse a las calles del Centro.

Para eso, colocaron los fragmentos en bases de madera y fueron subidos con sumo cuidado a la plataforma de un tráiler. Este transporte pasó por las calles de República de Argentina, Justo Sierra, Correo Mayor y luego por República de Guatemala hasta llegar al límite oriental de la zona arqueológica.

Desde ahí, la grúa voló los fragmentos con sumo cuidado hasta la entrada del museo. Desde ahí, se utilizaron montacargas y patinetas para llevarlos al vestíbulo.

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Tláloc

Este es uno de los monolitos en la CDMX más famoso de todos. No solo porque es uno de los más grandes del mundo, sino por todo el alboroto que provocó su traslado y la leyenda que hay detrás de él.

Se trata del monolito de Tláloc, aunque muchos aseguran que más bien se trata de Chalchiuhtlicue. De cualquier manera, la llegada de esta pieza prehispánica gigante dio mucho de que hablar.

Su descubrimiento fue a finales del siglo XIX en San Miguel Coatlinchán, en Texcoco, Estado de México. Durante años se mantuvo la idea de trasladarla a la CDMX; sin embargo, siempre hubo una respuesta negativa por parte de los habitantes. Quienes estaban dispuestos a todo con tal de defender su preciado monolito.

Sin embargo, en 1964 se concretó la extracción de la pieza, pues intervino el ejército. Así fue como el 16 de abril se dio el traslado de esta figura monumental. No fue sencillo, ya que tiene un peso de 160 toneladas y mide 4.51 por 7.11 metros.

Para lograr esta difícil labor se cavó un foso de unos tres metros de profundidad. Así se colocó una plataforma de 24 metros de largo y seis de ancho formada de vigas y cables de acero. Para moverlo de Coatlinchán a la CDMX, los trabajadores montaron el monolito en dos tráilers.

La distancia de traslado era de unos 150 kilómetros y en varios puntos se tuvieron que levantar o cortar unos 300 cables para permitir el paso de esta deidad. La leyenda de ese día nació cuando el monolito entró a la ciudad, pues dicen que cayó un aguacero torrencial.

Todo el mundo quería ser parte de este suceso, pues más de 60,000 espectadores siguieron su ruta y aclamaron su llegada al Museo Nacional de Antropología.

Si te interesa ver más sobre este hecho, revisa el documental La piedra ausente. Fue dirigido por la antropóloga Sandra Rozental y el documentalista Jesse Lerner. Lo encuentras en FilmIn Latino.

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Piedra del Sol

Aunque se encontró en tierras chilangas, es de los monolitos en la CDMX que ha tenido distintas ubicaciones.

Muchos los conocen como la Piedra del Sol y se trata de una escultura en piedra con 3.6 metros de diámetro y un peso de 24.5 toneladas. De acuerdo con algunos datos, esta piedra se creó en San Ángel o Xochimilco.

Por lo que tuvo que ser arrastrada entre 12 y 22 kilómetros hasta el Recinto Sagrado de Tenochtitlán (Templo Mayor). En este primer traslado se estima que participaron cientos de hombres que tuvieron que ayudarse de cuerdas, rodillo y palancas.

Con la llegada de los conquistadores, la Piedra del Sol se mantuvo en la Plaza Mayor. Aunque después fue enterrada y así se quedó oculta por 200 años. El 17 de diciembre de 1790 nuevamente emergió de la tierra durante algunos trabajos de excavación.

Primero fue empotrada en la torre poniente de la Catedral Metropolitana. Luego, en 1885 se trasladó a la Galería de Monolitos del Antiguo Museo Nacional (en la calle de Moneda en el Centro Histórico).

Fue hasta el 27 de junio de 1964 cuando se movió al Museo Nacional de Antropología. De acuerdo a una crónica de El Universal, este monolito fue despedido con mariachis y “Las Golondrinas”.

El arqueólogo Leonardo López Luján, en su texto “El adiós y triste queja del gran Calendario Azteca” El incesante peregrinar de la Piedra del Sol” publicado en Arqueología Mexicana, retoma una crónica de Excélsior publicada el 28 de junio de 1964.

En ella se menciona que este traslado se realizó con una plataforma de cemento y acero que era movida por 16 ruedas. Para remolcarla, se utilizó un tractor de 290 caballos de fuerza. Salió en punto de las 10:00 del recinto en la calle de Moneda #13.

De ahí pasó frente a la Catedral Metropolitana y la Alameda. Luego por Paseo de la Reforma y en tan solo una hora y 15 minutos ya había llegado al Museo de Antropología, donde sería colocada en la Sala Mexica.

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Coyolxauhqui

El Templo Mayor esconde innumerables tesoros de las culturas prehispánicas. Y uno de ellos es también parte de los monolitos en la CDMX.

La madrugada del 21 de febrero de 1978, un grupo de trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza trabajaba en la esquina de República de Argentina y de Guatemala en el Centro Histórico.

En medio de sus labores se encontraron con algo extraño: lo que parecía ser una piedra redonda con símbolos raros. Desde entonces, el ingeniero Orlando Gutiérrez y su cuadrilla buscaron a personal del INAH.

Pero no fue sino hasta el 23 de febrero cuando Gutiérrez entró a la oficina de Salvamento Arqueológico y encontró al arqueólogo Raúl Arana. Como a las 22:00 h el especialista acudió al lugar para inspeccionar el hallazgo.

De acuerdo con un reportaje de La Razón publicado en 2018, Arana le comunicó este hallazgo a su amigo y superior Ángel García Cook; quien a su vez notificó al director del INAH, Gastón García Cantú.

Cantú tenía una estrecha relación con el entonces presidente López Portillo, por lo que también le informó de este descubrimiento a través de su secretario particular.

Así fue que el 24 de febrero llegaron guardias presidenciales a resguardar la zona. Mientras, los especialistas siguen con la excavación. El equipo tuvo que trabajar a toda velocidad, pues el presidente acudiría el 28 de febrero.

Fue en la madrugada de ese mismo 28 cuando al fin desenterraron por completo el monolito (de ocho toneladas y 3.25 metros de diámetro). Aunque, todavía no lograban identificar a la deidad. Fue el arqueólogo Gerardo Cepeda quien ayudó a deducir que se trataba de una representación de Coyolxauhqui.

Era la diosa de la Luna y hermana de Huitzilopochtli. La leyenda dice que esta deidad intentó matar a su madre Coatlicue; sin embargo, es detenida cuando el dios del Sol, Huitzilopochtli, nace del vientre de su madre. El dios le cortó la cabeza a su hermana y su cuerpo cayó del cerro de Coatépetl haciéndose pedazos.

El descubrimiento de este monolito fue todo un parteaguas, pues así nació el Proyecto Templo Mayor; que se encarga de explorar, investigar y resguardar esta zona. Con esto, el Museo Nacional del Templo Mayor pudo abrir sus puertas en 1987 y ahí, en la Sala 4, es donde se resguarda el monolito de Coyolxauhqui.

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Piedra de Tizoc

Quizás es de los monolitos en la CDMX menos conocidos, aunque su descubrimiento se hizo desde el 17 de diciembre de 1791. Se encontró en la esquina suroeste de la Catedral Metropolitana.

Se cree que la mandó construir el soberano del mismo nombre, quien reinó Tenochtitlán entre 1481 y 1484 d.C. Se trata de un cuerpo cilíndrico hecho de andesita. Tiene 94 centímetros de altura, 265 cm de diámetro y pesa unas 9.5 toneladas.

Es una pieza labrada en un estilo que llaman “mexica imperial”. Su cara superior es una representación del Sol. La lateral es la más impresionante: en ella se representan 15 escenas; en cada una vemos a Tizoc sujetando por los cabellos a señores de quince pueblos distintos, esto como señal de conquista.

Es común que muchos confundan esta pieza con la Piedra del Antiguo Arzobispado, que tiene características muy similares. Sin embargo, la de Tizoc destaca por tener un hoyo en el centro del que parte un profundo canal.

Estas piedras estaban destinadas al tlahuahuabalitzi, que es mejor conocido como “sacrificio gladiatorio”. Una de ellas, el temalacatl, era donde dos guerreros eran puestos a luchar hasta la muerte. En el otro, el cuauhxicalli, se recibía el cuerpo del perdedor para extraerle el corazón como una ofrenda para el Sol y la Tierra.

Hay estudiosos, como Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, que aseguran que la Piedra de Tizoc tenía esta última función. Sin embargo, otros piensan que en realidad actuaba como temalacatl.

Cuando se descubrió en 1791, se pensó en dejarla exhibida en la Catedral. De acuerdo con el artículo La historia póstuma de la Piedra de Tízoc, la piedra volvió a ser enterrada en 1793. Ahora con el disco solar hacia arriba y al ras de la tierra. Lo que provocó el desgaste de esta cara.

En 1823, el británico William Bullock vino a México para dibujar material que daría vida a la exhibición Vista de la Ciudad de México que se levantaría en Londres. En uno de sus bocetos retrató la cara de la Piedra de Tizoc.

Sin embargo, Bullock también tenía la tarea de realizar réplicas de distintos objetos para otra exposición en Piccadilly. Por eso, pidió a los clérigos de la catedral que le dejaran excavar el contorno de esta escultura de piedra.

Sorprendentemente accedieron y lo apoyaron económicamente. Así fue como este monumento fue liberado y Bullock pudo realizar moldes de yeso. Después de esto, el 10 de noviembre de 1824, la piedra fue trasladada al edificio de la Universidad, que se ubicaba en la Plaza del Volador.

Un año después, ahí mismo abrió el Museo Nacional Mexicano y la piedra quedó en el patio central de este recinto. Alrededor de 1866 este museo se mudó a la antigua Casa de Moneda y fue hasta 1873 que se movió la Piedra de Tizoc.

En 1883 se creó la Galería de Monolitos y la piedra se movió a esta exhibición. Aunque el movimiento de piezas se extendió hasta 1886 y al fin fue abierta en 1887. Finalmente, se movió al Museo Nacional de Antropología para su inauguración en 1964.

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