Para abrir boca, lo mejor es pedir varios platillos al centro. Por ejemplo, unas tostaditas de jaiba finamente desmenuzada. Es, al parecer, el saborcito ácido que le da el pico de gallo lo que crea la adicción por estas tostadas. Otro platillo ideal como entrada es el Carpacio Harry’s. En él, las láminas de carne se venden solas. El sabor de la res y el parmesano conviven en un afortunado mano a mano de fuertes sabores. Este platillo es aderezado con una mayonesa ligera hecha en casa y un toque de arúgula, que no siempre está lo fresca que debería. También se pueden pedir las tostaditas de tinga, cuyo mérito es no estar tan recargadas en condimentos, por lo que sirve muy bien como transición a los platos principales. Otras entradas de lujo son el pato asado para taquear y los ostiones a las brasas, que llevan una salsa ligera de chipotle.

En un restaurante que ha ganado fama por su Robalo en Salsa de Tres Chiles y por el Lomo de Huachinango Doradito y glaseado con vinagre balsámico, es una pena que la carne no esté a la altura. El Steak Parrilla es pobre en sabor y chicloso en consistencia. Lo salva acaso la caponata, ese deleite de berenjenas, pimientos, alcaparras y aceitunas finamente picadas. Las que sí están a la altura son las Puntas de Filete con Salsa del Mercado. La carne queda cocida pero sin perder su jugosidad, y la salsa es, exactamente, como del mercado, pero sin exagerar en el picor.

El pastel tibio de chocolate es perfecto para concluir la experiencia, siempre agradable entre la madera de la decoración y el sonido del piano que no estorba a la conversación. Su temperatura combina perfectamente con el café o las frutas caramelizadas que sirven de cortesía al final de la comida. Lo que desentona es que un lugar tan bueno, que bien vale la cuenta, dé una cortesía de 10 pesos para el estacionamiento, cuyo costo será de 40 ó 50 en cualquier caso. Sería mejor no dar nada.

Facebook

Twitter

Instagram