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Tardes ya: Estamos hablando de árboles

Más allá de la cursilería, las plantas avisan a otras de potenciales peligros, conforman colonias adentro y afuera de la tierra y alteran la química propia y comunitaria.

En Japón habitan los hibakujumoku, “bombardeados”, árboles que sobrevivieron a las explosiones atómicas.

         En el DF habitan árboles que han sobrevivido al monóxido de un millón de escapes, al aceite quemado de las taquerías, al encementado de sus raíces, a la desecación orquestada por el cartel inmobiliario, al muérdago y al escarabajo, a las podas sanitarias mal ejecutadas, al polémico encalado antiplagas, a los forros de crochet, al puntillismo hecho de chicles, al peluqueado en forma de paloma, casita, minion, helicóptero. Son nuestros hibakujumoku, resistentes a todo: el aguacate del parque Las Américas, la ceibita de Xola, el guayacán de la Postal. Nacidos y criados en el valle de Anáhuac, traídos de lejanos parajes, acaso obligados a venir.

         Los hibakujumoku interesaron a Stefano Mancuso, promotor de la inteligencia vegetal. Para él, árboles y plantas pueden prever y superar problemas; su cerebro está diseminado en terminaciones y sustancias. Resuelven, y lo primero que resuelven es cómo sobrevivir.

         Algunas tácticas vegetales, dice, son homologables a las conductas animales. Las plantas cuentan con sus propios sentidos de detección: huelen, ven, sienten, y escuchan. Quien las haya cultivado en interior sabrá que se bifurcan para no enredarse y que eligen una maceta favorita. Quien haya visitado el DF sabrá que las astronómicas y las nochebuenas se mandan solas y deciden cuándo y cómo regalarnos su floración.

Más allá de la cursilería, las plantas avisan a otras de potenciales peligros, conforman colonias adentro y afuera de la tierra y alteran la química propia y comunitaria.

Y desarrollan herramientas para salirse con la suya. Utilizan colores y aromas para atraer polinizadores y dispersores de semillas; seducen a los animales. En su particular lenguaje nos susurran: cuídame, soy bonita. Come mi fruta, te hará feliz. Escupe mis huesos para que haya más de mí. Llévame contigo, siémbrame donde puedas verme, tenerme, propagarme, propagandearme.

El impulso expansionista de la vida es irrefrenable, dice Mancuso, no podemos confinarla en fronteras. Clasificar a una especie como invasora sería de una arrogancia absoluta. ¿A los cuántos años se considera que un trasplante se ha integrado al entorno? ¿A las cuántas generaciones podemos hablar de nativización, arraigo, simbiosis? Los sujetos forestales migrantes, ¿a las cuántas cosechas adquieren derechos?

Árboles, estamos hablando de árboles que toleran condiciones estresantes, que se desplazan largas distancias, que priorizan a sus vástagos, que construyen redes subterráneas, que se arriesgan a colaborar con depredadores, que producen alimento, que construyen y limpian, que trabajan por un lugar en la cadena.

Árboles inteligentes, bombardeados.
Hibakujumoku.

En Universidad y Parroquia, este puesto de tacos respetó el árbol, que es más de lo que se puede decir de algunas inmobiliarias

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