Caminar por la calle Carrillo Puerto en Coyoacán ya es un paseo placentero, pero al llegar al número 50, algo cambia. Detrás de una entrada discreta se esconde Masiosare, una cantina que parece haber estado ahí desde siempre, como si formara parte del tejido del barrio.

Diseñada por el estudio Éramostantos, su interior combina bancas de fonda tradicional con lámparas art déco y murales que juegan con la iconografía patriótica, en una mezcla deliciosa de kitsch, memoria histórica y sentido del humor. Es un espacio que no solo se ve bien, se siente vivo.

¿Por qué vale la pena ir a esta cantina en Coyoacán?

En Masiosare no solo se va a comer bien —aunque el menú de antojería mexicana y los tragos de autor ya justifican la visita—, también se viene a escuchar buena música, a ver películas clásicas en sus pantallas y a dejarse llevar por una atmósfera que celebra lo chilango en todas sus formas. Entre mezcalitos, tacos y sonideros, esta cantina contemporánea reinterpreta la tradición sin caer en clichés, y se convierte en punto de encuentro para quienes buscan algo más que solo salir a cenar.

De fondo, un grupo en vivo calienta la noche. La música —una mezcla de son, bolero, cumbia ochentera y arreglos bailables— se cuela entre las mesas.

Juan Sánchez, creador del proyecto y también fundador del clásico chilango La Bipo, nos dijo: “Aquí todo tiene un sentido, desde el diseño hasta los platillos. Masiosare es un espacio para comer como en casa, brindar como en el barrio y mirar el país con otros ojos”.

¿Qué comer en cantina Masiosare?

Aquí se come sabroso, con porciones generosas y recetas caseras. Si llegas el fin de semana, no te pierdas el tenedor libre de carne asada: por solo $300 comes todo lo que puedas de cortes como rib eye, arrachera, picaña y sirloin, más entradas como chistorra, pasta al horno, costillitas BBQ y ensaladas. Pero si sigues nuestro consejo: pide el mole con arroz, la sopa de huitlacoche y el chamorro.

La barra es otro de sus fuertes: coctelería tradicional y tragos de autor. El sugerido: “Malinche”, inspirado en las crónicas de la conquista de Tenochtitlán. Elaborado con mezcal, licor Ixtabentun, sirope de agave, infusión de jamaica y cardamomo, escarchado con sal de jamaica. 

Como dicta la buena cantina, cada bebida viene con su respectiva botana: desde frijoles charros, cacahuates, garbanzos enchilados o quesadillas con hoja santa.

Pero lo que hace único a este lugar no es solo lo que llega al plato. En lugar de pantallas con videoclips, aquí circulan imágenes de la historia de México: el Zócalo de hace 70 años, comerciales de los años 60, grabaciones del terremoto del 85, retratos callejeros, moda antigua y escenas que parecen salidas de una película de archivo.

“Queremos que cada quien arme su propio viaje con lo que ve y escucha”, nos cuenta Juan.

“La música es parte del alma del lugar”, agrega sobre la agenda sonora curada por Daria Sánchez (@dark_ia), quien construyó un playlist que cambia con el día: jazz, cumbia, hip-hop, danzón y  pop electrónico, mezclado con DJs o grupos en vivo los fines.

Un datito curioso para compartir con los cuates:

Durante décadas, las cantinas en México prohibieron la entrada a mujeres, exhibiendo letreros que decían: “Prohibido el ingreso a perros, mujeres, mendigos, uniformados y menores de edad“.  Afortunadamente eso a ha cambiado y ahora las morras también pueden caerle a estos espacios de diversión y buen comer.