El barrio de La Merced guarda entrañables historia, leyendas y anécdotas que forman parte del patrimonio intangible de la Ciudad de México. En sus caminos, comercios y viviendas se gestaron un sinnúmero de acontecimientos que han dado nombres a las calles e inmuebles.

Sus mercados variopintos, las edificaciones coloniales y las voces que se han heredado de generación en generación constituyen parte de la identidad chilanga. El antiguo mercado de la Merced se construyó en el año de 1890, teniendo como consigna convertirse en el principal centro de abasto de la ciudad.

Pero ya desde mucho antes La Merced era un lugar privilegiado para el comercio. Según consignan los investigadores Lucía Álvarez Enríquez y Luis Etelberto San Juan en su obra Identidad y tradición en el Barrio de la Merced en el siglo XXI, desde tiempos coloniales ya era un importante centro de comercio.

También lee: La historia del nacimiento a bordo de un microbús chilango

En sus calles ya podían encontrarse talabarterías, bizcocherías, confiterías, sastrerías y muchos otros expendios que hacían de este barrio un hervidero de viandantes. Si algo existía y se vendía, podrías encontrarlo en La Merced.

Era de esperarse que con el ir y venir de las personas también se tejieran grandes historias, haciendo de este barrio sinónimo de tradición, de fiesta, de algarabía y colorido. Aquí te mostramos 10 lugares e historias fabulosas que hacen de este lugar uno de los preferidos de los locales y foráneos.

Monjes fantasma en el exconvento de La Merced

En República de Uruguay 170 se encuentra uno de los testimonios más ricos de la arquitectura colonial: el exconvento de La Merced. Y como todo edificio centenario, existen leyendas que rondan sus muros y pasillos.

En el libro Gentes profanas en el convento, relato biográfico escrito por el pintor y vulcanólogo Dr. Atl, está consignado cómo durante el periodo en el que él vivió en el exconvento de La Merced los relatos sobre apariciones de monjes fantasma eran algo común.

En esta obra se cuenta como el propio portero del convento le sugirió irse a vivir al cuarto de la azotea, pues el resto de las habitaciones “estaban llenas de fantasmas de antiguos monjes”. El exconvento se encuentra cerrado al público y bajo resguardo del INAH, así que de momento nos quedaremos con las ganas de ver alguna aparición.

La leyenda de La Manita

En el edificio de Jesús María esquina con Venustiano Carranza basta con levantar la vista para admirar una escena escalofriante. Ahí te encontrarás con una mano ornamental apuntalada por un clavo. Esta manita es tan popular en el barrio de La Merced que el edificio incluso albergó una chocolatería llamada La Manita.

Existen dos relatos que explican la procedencia de este macabro adorno. La primera apunta a que en este lugar había un comercio. La mujer del comerciante sustraía dinero de la caja del negocio para dárselo a su amante, por lo que el esposo al darse cuenta le arrancó la mano.

Luego, colocaría la mano ficticia en la fachada como recordatorio. La otra leyenda dice que unos saqueadores fueron sorprendidos robando el exconvento de La Merced y se les habría cortado la mano como castigo. En ambos casos, la manita quedaría como recuerdo de un escarmiento ejemplar.

Checa esto: Diccionario microbusero para que hables como chafirete 🚍

Plaza de la Aguilita: ¿el lugar donde el águila devoró a la serpiente?

En el barrio Viejo de La Merced nos encontramos con la plaza que en el año de 1868 fue bautizada con el nombre de Juan José Báez. Conocida con cariño como la Plaza de la Aguilita, debe su nombre a que en su centro se encuentra la efigie de un águila devorando a una serpiente.

Cuenta la leyenda que aquí sería aquel mítico lugar donde los antiguos aztecas encontraron al águila posada sobre un nopal, lo que les indicaría el lugar para edificar Tenochtitlán.

Esta leyenda cobra sentido por los antecedentes históricos. En esta región estuvo el barrio de Temazcaltitlán (lugar de temazcales) y Teopan (lugar de dioses), los primeros lugares fundados por los mexicas, según la historiadora y cronista Ángeles González Gamio.

El niño Dios se viste contra el covid

La calle de Talavera es una de las más queridas de La Merced debido a la gran cantidad de locales que se dedican a vestir la figura del niño Jesús.

Es por eso que se le conoce también como Callejón del Niño Dios y ostenta varias figuras religiosas, como un Santo Niño de Atocha, un Niño de la Salud y un San Judas Tadeo. En el número 9 se encuentra el taller Niños Uribe, el más famoso de la zona.

Este año, debido a la pandemia, mucha gente ha pedido a Niños Uribe atuendos alusivos a los duros momentos que vive el mundo: desde niños médicos hasta niños ataviados con careta y cubrebocas.

Hoy el local se encuentra cerrado debido a la contingencia e incluso hace unos días instalaron letreros invitando a la conciencia ciudadana para evitar el semáforo rojo. Tristemente el cometido no se logró, pero su intención fue buena.

La Tienda de maravillas que enamoró a García Márquez

En La Merced hay negocios centenarios que siguen en pie gracias al espíritu guerrero de quienes los manejan. Tal es el caso de la Tlapalería La Zamorana, una tienda que dejó de fungir con ese giro para tomar un nuevo rumbo: la venta de adornos de papel de todos los colores.

Apenas se da un paso adentro del local de Jesús María 112-A, parece que se ha entrado a otro universo lleno de estridencia visual donde siempre se está de fiesta.

En 1992, algo digno de un relato del género del realismo mágico ocurrió. Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, entró por la puerta y quedó prendado del lugar.

“¡Pero qué maravillas hay aquí!”, expresó Gabo, para luego firmar un bello mensaje autógrafo a la dueña del lugar. “Una flor de recuerdo para doña Socorro en su tienda de maravillas”, escribió él. Desde entonces la tienda se llamó La Zamorana, Tienda de Maravillas, para honrar aquella vez que el escritor de Cien años de Soledad se dejó cautivar por su colorido.

Quizá te interese: Adornos navideños chidos, raros y chistosos en CDMX

Baños de vapor abiertamente gay en las entrañas del barrio

El caso de los Baños San Ciprián es atípico por donde se le mire. En primera, por apostar por un negocio que se encuentra en vías de extinción en la Ciudad de México: los baños de vapor.

En segundo lugar por dejar de lado el eufemismo y mostrarse como un lugar abiertamente gay, cuando otros simplemente se hacen de la vista gorda y dejan que el ligue ocurra al amparo del vapor.

Que no nos sorprenda que La Merced sea un barrio abierto a la diversidad sexual. Esto tiene consistencia con una práctica habitual en los bailes sonideros, uno de los jolgorios más tradicionales de estos lares.

Aquí se puede ver bailar hombre con hombre, personas trans y travestis participando y haciendo gran alharaca callejera.

Es por ello que aunque se le considere parte de la zona brava del centro, los San Ciprián han tenido buena recepción por parte del público arcoíris, quienes ya lo han convertido en uno de sus sitios de ligue preferidos.

La quemada, una leyenda colonial

Foto: Pável Gaona

La calle de Jesús María en otros tiempos se llamó la Calle de la Quemada debido a una escalofriante leyenda. Se cuenta que aquí vivía una mujer de gran hermosura llamada Beatriz, quien también tenía grandes virtudes espirituales. Beatriz rechazaba a todos sus pretendientes pues su corazón estaba dedicado a servir al prójimo.

Solo el marqués de Piamonte logró captar su atención, pero este caballero llegó a sentir tal obsesión por Beatriz, que asesinaba a cuanto pretendiente osara continuar asediándola.

Para detener estos asesinatos, Beatriz desfiguró su rostro con el objetivo de disuadir la locura del marqués. Sin embargo, esto no detuvo a Piamonte quien pidió la mano de la joven, pues eso probaba que la belleza de su alma era superior a su belleza física.

Desde entonces esa calle se conoció como la Calle de La Quemada, donde doña Beatriz solía transitar con un velo para no mostrar su rostro desfigurado.

La acequia real: testimonio de una ciudad lacustre

Acostumbrados como estamos a nuestra selva de asfalto, hoy nos cuesta trabajo imaginar que hace tiempo el barrio de La Merced tenía tramos navegables. Esto era posible gracias a la acequia real, un cuerpo acuoso que corría por sus calles proveniente del Canal de la Viga.

Esta acequia proveía a la zona centro de mercancías, dando a La Merced su estatus de zona comercial.

La calle de Roldán contaba con su propio embarcadero, por lo que hasta el año 1928 ostentó el nombre de Calle del Embarcadero. A diferencia de otras calles que tienen un trazo recto, Roldán es irregular, pues seguía el camino de la acequia.

Actualmente sobrevive un tramo que fue reconstruido para honrar el pasado lacustre de la Ciudad de México, justo enfrente de la Alhóndiga, que se encuentra en la Plaza de la Alhóndiga, en Corregidora y Roldán.

Por ahí ya no corre agua y casi siempre hay vendedores ambulantes, pero ese pequeño puente con algunos grafittis es el recuerdo de cuando al barrio de La Merced se podía llegar navegando.

Échale ojo a: El verdadero origen de las pastorelas y por qué nos gustan tanto

La casa más antigua de la Ciudad de México

La Merced también presume tener la casa más antigua de la Ciudad de México. Una placa sobre su pared frontal lo corrobora: “esta es la única casa del siglo XVI que se mantiene en pie en el centro de la Ciudad de México”, se lee en letras oscuras en la edificación de Manzanares 25.

Según datos de la Sistema de Información Cultural de México esta casa perteneció a una familia indígena adinerada que sobrevivió a la conquista.

Pero no solo la conquista no la alcanzó, tampoco inundaciones, terremotos ni tampoco la gentrificación que paulatinamente se ha adueñado de buenos tramos del centro.

Hoy se encuentra convertida en el Centro Cultural Manzanares y está bajo resguardo del INAH, cuya como misión acercar la cultura a los niños de barrios como la Merced y Tepito.

La calle donde nacieron los cacahuates japoneses

La salada y crujiente botana que ha cautivado al mundo nació en el barrio de La Merced, específicamente en la calle Carretones. El gentilicio de “japoneses” se lo debemos a su creador Yoshigei Nakatani, uno de los muchos inmigrantes japoneses que vinieron a tierras mexicanas en la década de los 40 del siglo pasado.

Tristemente, su jefe fue acusado de espionaje por EU y expulsado de México, lo cual dejó sin empleo al señor Nakatani.

Sin embargo, esto no lo detuvo. Él y su esposa comenzaron a fabricar dulces en un cuarto que rentaban en una vecindad de la calle Carretones. Uno de ellos fue una adaptación de una golosina nipona hecha a base de cacahuate, soya y harina de arroz.

Como en México no existía esta última, la sustituyó por harina de trigo. El éxito fue tal que afuera de la vecindad la gente se agolpaba solicitando “los cacahuates del japonés”. Más tarde él fundaría la fábrica Nipón, que se convertiría en un negocio familiar que subsiste hasta nuestros días.

El inagotable acervo de historias de la Meche se asoma en cada esquina; sin embargo, aún no es momento de salir de pata de perro a dar tumbos con el hallazgo capitalino.

Recuerda que debido a la contingencia sanitaria por covid-19, es mejor disfrutar de estas historias en casa. Ya llegará el momento de visitar la famosa manita, la calle de la Quemada o la casa de Manzanares.

Mientras tanto, cuéntanos en los comentarios anécdotas de tus abuelos, las propias u otras historias de este barrio que nos haya faltado incluir en el recuento.

También lee: 6 oficios chilangos que ya no existen y no lo habías notado