Entre el bullicio que inunda las calles de uno de los barrios más antiguos de la Ciudad de México, se han gestado durante siglos historias de seres sobrenaturales y aparecidos. En este recuento te traemos las leyendas de la Merced que han estremecido a vecinos y foráneos.

Algunos de estos relatos han sobrevivido al tiempo gracias a la tradición oral, otros ya hasta forman parte de archivos históricos y compilados de estudios e investigaciones.

Lo que resulta innegable es el poder y el alcance de la memoria para conservar este inagotable patrimonio narrativo.

Tradición e historia en estas leyendas de la Merced

Este barrio ha visto desfilar todas las épocas y cambios en la Ciudad de México. En las historias, apenas se alcanzan a distinguir los límites entre la fantasía y lo real, lo personal y lo colectivo.

Aquí se fundó Tenochtitlán

En la plaza de la aguilita, ubicada entre las calles Ramón Corona y Misioneros, hay un monumento que representa la inconfundible escena del águila posada sobre un nopal devorando una serpiente.

Las voces de los oriundos de la Merced afirman que ese fue el sitio donde los viajeros de Aztlán encontraron el islote con la señal que los dioses les habían revelado para la fundación de Tenochtitlán.

A un costado de la fuente se observa una placa que dice los siguiente: “La tradición afirma que aquí estuvo el islote donde los aztecas hallaron el águila posada sobre un nopal devorando una serpiente”.

¿La ubicas? Sin duda los descubrimientos arqueológicos nos dan cuenta de su antiquísima tradición.

Amarres y rituales

En Casa Talavera los tesoros de la época prehispánica y de la colonia no paran de emerger de la tierra. En excavaciones se han encontrado figuras que el Santo Oficio consideraba parte de actos de brujería.

De acuerdo con el historiador Jesús Campos, en las inmediaciones de Casa Talavera se realizó el descubrimiento de una figurilla del siglo XVI, que representa a un mulato. Estos artilugios eran muy comunes en la época gracias a la herencia y convivencia de diversas culturas.

Las investigaciones por parte de los antropólogos han determinado que dichos muñecos eran parte de los rituales de amarres que hacían las mujeres, cuyo conocimiento de estas artes convivían con otros credos de su tiempo.

Cabe mencionar que después de la Conquista, esta parte del barrio de la Merced conservó su vena ritual prehispánica. Prueba de ello es el temazcal que desenterraron hace unos meses en la calle Talavera.

Danzas macabras

Las voces de los habitantes de la Merced de los siglos XVI y XVII cuentan que los vecinos estaban atemorizados porque aseguraban que por las noches los nahuales se reunían para hacer gran jolgorio, entre danzas y fiesta, alrededor de una fogata.

El temor de los oriundos no solo se justificaba por el griterío y el escándalo de estos seres sobrenaturales, sino porque corría el rumor de que se robaban a los niños.

Cuenta la leyenda que un joven de nombre Simón de Esnaurrízar irrumpió en uno de estas congregaciones, donde los espíritus iban ataviados con plumas y pintas sobre el cuerpo.

Después de enviar a los participantes en las danzas a los calabozos de la Santa Inquisición, don Simón, junto con guardias del virreinato hizo un registro minucioso en las casas aledañas a la gran fogata donde se realizaban dichos aquelarres.

La sorpresa fue enorme cuando encontraron a varios niños encerrados que eran enviados a pedir limosna bajo la custodia de estos danzantes.

La tradición oral trasciende los siglos y, hasta la fecha, algunos aún recuerdan esta leyenda que dio el nombre al callejón de la Danza o Cueva de los Nahuales.

La quemada

La actual calle de Jesús María en la Merced originalmente se llamaba calle de la Quemada. De hecho, aún se conserva el mosaico que marca el lapso (1869-1928) en el que ostentó este nombre.

La nomenclatura original se remonta a la época del Virreinato de la Nueva España, en la que los duelos entre caballeros eran el pan de cada día, pretextos no faltaban para que en las justas callejeras hubiera más de un caído.

Cuenta la leyenda que en esa calle vivía una mujer bellísima llamada Beatriz, hija del acaudalado don Gonzalo Espinoza de Guevara. Además de la hermosura de su rostro era una gran filántropa: ayudaba sin reservas a los enfermos y pobres.

Decenas de pretendientes asediaban la casa de doña Beatriz y presurosos pedían a don Gonzalo la mano de su hija; sin embargo ella se rehusaba puesto que de ninguno estaba enamorada.

Tras meses de rechazo, llegó a la Ciudad de México un joven cuya gallardía, cartas colmadas de amor, entre otras virtudes atraparon la atención de Beatriz.

El marqués de Piamonte, título y alcurnia que ostentaba el caballero, no era una perita en dulce pues sus celos desenmascararon un gran infortunio.

La obsesión de este hombre lo llevó a custodiar día y noche los alrededores de la casa para evitar que otros pretendientes se acercaran a doña Beatriz.

Por ello, el golpe de las espadas no dejaba de sonar en las noches, los cuerpos de los contrincantes amanecían en el empedrado y la fama de Piamonte como bravucón sin remedio iba creciendo.

La vergüenza y el desconcierto por las fechorías de Piamonte llevaron a Beatriz a tomar una determinación fatal. Rezó plegarias y preparó un brasero en el que quemó su rostro hasta desfigurarlo.

Sin embargo, este acto no frenó al marqués, quien al enterarse del acto de su amada corrió a verla y a pedir su mano a don Gonzalo. Piamonte le aseguró a Beatriz que la amaba por sus virtudes de bondad, no por su belleza.

Pachita la alfajorera

Jesús Campos nos traslada a la época porfiriana con un relato de espantos, un género que solía divulgarse en volantes de la época y que los pobladores de la Ciudad de México leían con singular alegría

Cuenta el relato que Pachita era una vendedora de alfajores, famosa no por sus productos sino por las maldiciones y groserías que vociferaba en la vendimia.

Ella muere en San Pablo y, posteriormente, se le aparece a su amigo Paulo Martínez, quien vivía en el número 9, edificio 9 de Santo Tomás de la Palma.

El espíritu de Pachita le pedía un tesoro escondido, pero no conforme con el susto también le tiraba cosas al suelo y hasta se le aparecía mientras atendía a sus clientes.

Los relatos que oscilan entre la tradición, lo fantástico y lo histórico en la Ciudad de México son diversas y nos mantendrían horas al filo de nuestra silla mientras las leemos o escuchamos. ¿Qué otras leyendas de la Merced conoces?

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