¿Quién no se ha subido a uno de los microbuses de la CDMX? Son vehículos viejos. Destartalados. Hechizos. Inseguros. Algunos, incluso, parecen antro. Circulan con música a todo volumen y luces de colores neon, ilumninando el interior, pero ¿sabes cómo fue que las calles chilangas se llenaron de estos vehículos?

Aquí va un recuento de cómo ha cambiado el transporte público en la Ciudad de México.

Primero, unos datos

Siete de cada 10 personas (74.1%) que se trasladan en transporte público en el Valle de México lo hacen a bordo de una unidad del transporte concesionado, es decir, en los microbuses de la CDMX o en las combis, de acuerdo con los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

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Los micros son vitales para los chilangos. De lunes a viernes, estos vehículos realizan más de 11.5 millones de viajes y transportan a seis millones de personas en promedio, según cifras de la Secretaría de Movilidad de la Ciudad de México.

Datos oficiales estiman que hay más de 18 mil microbuses de la CDMX, divididos en 102 rutas; sin embargo, la cifra puede ser mayor, debido a las unidades que vienen todos los días desde el Estado de México.

El Inegi también revela que los micros son unidades viejas e inseguras, según los usuarios que participaron en la encuesta. Ahora sí, vayamos con la historia de los microbuses de la CDMX.

El Pulpo Camionero

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Fotos: Cuartoscuro.

Durante casi todo el Siglo XX, la mayoría del transporte público de la Ciudad de México estaba en manos de un par de líderes que conformaban la llamada Alianza de Camioneros de México, que fue bautizada como “El Pulpo Camionero”, ya que sus “tentáculos” abarcaban toda la capital y su poder se extendía a diversas esferas, como la política.

Desde entonces, los chilangos se quejaban por el mal servicio, los accidentes y el pésimo estado de las unidades de transporte público. (Algo de eso quedó grabado en la Época de Oro del Cine Mexicano en el filme “Esquina Bajan”, de 1948).

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Fue en los primeros años de los 80 —durante el gobierno de José López Portillo— que las autoridades decidieron poner orden en el transporte público. El entonces regente del Distrito Federal, Carlos Hank González, se encargó de revocar las concesiones del “Pulpo Camionero” y el 18 de agosto de 1981, la Presidencia de la República decretó la creación de un nuevo organismo: “Autotransportes Urbanos de Pasajeros”, alias la Ruta 100.

A partir de ese año, las unidades de transporte público contaron con una identidad única. Estaban pintadas de color café (tono muy usado en los 80s) y lucían el logo de la R100.

En ese año se adquirieron unidades nuevas, pero también se les dio un segundo aire a camiones antiguos conocidos popularmente com “delfines” y “ballenas”. Así fue posible que la R100 cubieran casi 80% de la capital e incluso zonas del Estado de México, como Satélite y Arboledas.

Para los usuarios era sencillo viajar en la R100. Además del color café, los autobuses se identificaban con un número pintado en la parte frontal, donde se indicaba la ruta que cubrían. Por ejemplo, la 11 corría de Chapultepec a La Villa, mientras que la 9 iba del Deportivo Reynosa, en Azcapotzalco, hasta Ciudad Universitaria.

Durante sus primeros años de operación, la Ruta 100 fue una opción eficiente, económica y con capacidad para conectar a la capital, con sus más de 7 mil 500 unidades.

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Fotos: Cuartoscuro.

La década de los 80 fue difícil para el país en lo económico. Las crisis y devaluaciones provocaron que muchas personas dejaran la Ciudad de México para irse a vivir a la periferia, en zonas como Cuautitlán Izcalli, Aragón, Atizapán o Ecatepec.

Además el terremoto del 19 de septiembre de 1985 hizo que aumentara más esa migración chilanga hacia la zona conurbada, lo que aceleró su crecimiento en unos años. 

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La migración de habitantes hizo que la necesidad de transportar a más personas desde el entonces DF a municipios del Estado de México creciera y zonas de Naucalpan, Tlalnepantla o Nezahualcóyotl no tenían cobertura de la Ruta 100.

El problema empeoró cuando muchas de las nuevas colonias se encontraban en lugares de difícil acceso, en los que difícilmente podría caber un autobús del tamaño de un R100, por lo que aparecieron las combis.

Para quien no lo sepa, la combi era un modelo de furgoneta que transportaba a ocho o nueve pasajeros y tenía otra versión prácticamente igual, pero para traslado de mercancías.

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Los transportistas encontraron que la combi podía ser una buena opción para llevar a pasajeros a aquellas lejanas colonias, gracias a que eran vehículos económicos y podían moverse fácilmente por esos nuevos terrenos, así que le entraron a crear nuevas rutas de transporte público.

En solo unos años, las dos líneas de asientos traseros originales de la combi se modificaron. Una quedaba frente a la otra y en medio se acomodó un pequeño banquito para transportar a un pasajero más.

A finales de los 80, combis y unidades de Ruta 100 convivían por las calles compitiendo por el pasaje. Las diferencias eran el costo del pasaje, la comodidad y el tiempo de espera.

Las combis son la evolución de un transporte que ya existía en la CDMX desde los tiempos del Pulpo Camionero. En los años 70, se hicieron populares unos autos grandes de cuatro puertas —conocidos como “lanchas” debido a su tamaño— que daban servicio de taxis colectivos (como una especie de Uber pool, pero que parabas en la calle).

Gracias al gran tamaño de estos vehículos, se podían transportar hasta seis pasajeros (uno o 2 en el asiento del copiloto y hasta 4 atrás), cobrando una tarifa de un peso (de los de entonces), por lo que rápidamente fueron bautizados como “peseros”.

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Por esa razón, a las primeras combis colectivas se les conocía como “peseras” e, inclusive hoy existen chilangos de vieja escuela que los microbuses les siguen llamando “peseros”.

Los mismos concesionarios de los viejos peseros fueron los que dieron el salto a las combis y rápidamente se adueñaron del mercado aprovechando las situaciones sociales, económicas y políticas de la época.

Así, las combis, junto con los vochitos que servían como taxis cambiaron el look de la ciudad. De hecho, Alejandro González Iñárritu, que en ese entonces no era cineasta, sino un locutor de radio, se refería a la CDMX como “la ciudad de las combis verdes” en su programa de la estación WFM a finales de los 80.

Así iniciaron los microbuses de la CDMX

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Fotos: Cuartoscuro.

Con el pasar de los años, la Ruta 100 empezó a padecer males como burocracia y corrupción. Inevitablemente, el servicio decayó y los usuarios, poco a poco, fueron prefiriendo las combis, porque las consideraban más cómodas y eficientes, aunque el pasaje fuera más caro.

En 1989, el sindicato de la Ruta 100 se fue a huelga demandando un aumento salarial, pero el paro fue declarado ilegal por el gobierno y hasta el Ejército empezó a prestar el servicio de transporte a los pasajeros de la CDMX durante algunos días.

Las autoridades, encabezadas en ese entonces por Carlos Salinas de Gortari y el regente Manuel Camacho Solís, ya no querían lidiar con ese problema, por lo que dieron un impulso a nuevas rutas de combis en el Área Metropolitana.

En esos mismos años, los concesionarios aprovecharon esa situación para, según ellos, “mejorar” el servicio y, de paso, dijeron, reducir la contaminación ambiental que para finales de los 80 registraba niveles nunca antes vistos en la ciudad.

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La solución fue sustituir las combis por pequeños autobuses llamados “microbuses”, que comenzaron a circular por calles chilangas en 1987. En ese entonces los microbuses de la CDMX hasta eran considerados “ecológicos”, porque en vez de transportar a 11 pasajeros, podían transportar a más de 20. Aunque, años después, popularizaron el clásico grito de “recorranse por favor, hay que hacer dos filas” para subir más gente a cada unidad y así tener mayores ingresos.

Fieles al ingenio chilango, los propietarios de microbuses de la CDMx comenzaron a experimentar. Transformaban antiguos camiones de transporte de carga en micros con solo poner algunas ventanas en el chasis y soldar varios asientos en el piso.

Poco a poco, las autoridades otorgaron más permisos, al tiempo que relajaron medidas como el mantenimiento de las unidades o la capacitación de los operadores.

Como el negocio de estos nuevos transportes dependía de la cantidad de pasaje que pudieran transportar, empezaron a verse carreritas para ver quién ganaba el pasaje, hacían “base” en cualquier lugar o avanzaban a vuelta de rueda porque el conductor no tenía prisa. Es decir, los males que se pretendían acabar con la Ruta 100 regresaron.

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La muerte de la Ruta 100

Foto: Locatel.

Con los años, la Ruta 100 empezó a tener en sus instalaciones autobuses que no se usaban. Crecía el robo de autopartes y hasta se dijo que apoyaban movimientos como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que apareció el 1 de enero de 1994.

Todo esto, aunado a que ocupaba más de 8% del presupuesto de la ciudad, provocó que no fuera sostenible para el entonces Gobierno del Distrito Federal. En 1995, el gobierno en turno, encabezado por el presidente Ernesto Zedillo y el regente Oscar Espinosa Villarreal, declararon la quiebra de la Ruta 100 en abril de 1995.

Fue así como, oficialmente, las combis y los microbuses de la CDMX se convirtieron en el principal medio de transporte de los chilangos.

Desde hace unos 20 años, cada administración capitalina ha emprendido su propia campaña de sustitución de microbuses de la CDMX por autobuses más grandes, los cuales ya se pueden ver por toda la ciudad pero que curiosamente los seguimos conociendo como micros.

Al igual que administraciones anteriores, el gobierno actual de la CMDX presentó su Plan Estratégico de Movilidad, documento en el que reconoce que “los viajes (en transporte público) se realizan en unidades pequeñas, altamente contaminantes, incómodas e inseguras, que en su gran mayoría ya superaron su vida útil”.

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Fotos: Cuartoscuro.

Así que, sin importar el tamaño o el color de la pintura, los microbuses de la CDMX mantienen la esencia de las combis de los 80, del Pulpo Camionero de los 50 y son uno de los males necesarios con los que convivimos diario, ya sea que vayamos a bordo o no.