En La Máquina (The Smashing Machine), Benny Safdie evita el cliché del “drama deportivo inspirador” y decide mirar a Mark Kerr —figura histórica de las MMA, campeón en UFC y PRIDE FC— desde la intimidad: el ascenso competitivo y el desgaste invisible.
La cinta no se regodea en la épica del octágono, sino que observa las consecuencias, como la adicción, la presión pública y la relación volcánica con Dawn Staples (Emily Blunt). En ese vértice, Dwayne Johnson desaparece detrás del personaje y entrega, quizá, el trabajo más vulnerable de su filmografía.

El trabajo de Dwayne Johnson en La Máquina
En entrevista con Chilango, Dwayne Johnson contó sobre el reto que fue la transformación física a la que se sometió, pero que lo realmente difícil fue lo que tuvo que rascar por debajo de la piel.
Johnson lo resume con una franqueza que sorprende en alguien de su estatura industrial: “Subí un poco más de 30 libras de músculo, pero lo más difícil fue lo emocional. No es una película de peleas, es una película de vida”, aseguró el actor.
Esa “vida” implica reconocerse frágil sin perder verdad en pantalla; por eso Johnson subraya que el trabajo físico debía convivir con microexpresiones y silencios que sostuvieran a Kerr más allá del golpe.

La construcción de personaje es la apuesta mayor. Johnson modifica su físico de forma drástica —y se apoya en prótesis faciales—, pero el gesto decisivo está en la contención: miradas que pesan, silencios que dicen más que una llave al cuello.
La película entiende que el mito deportivo no se derrota en el octágono, sino en las zonas grises de la vida cotidiana: una cocina de madrugada, una discusión que se repite, el miedo a no estar a la altura. Ahí, Safdie dirige con pulso sobrio, evitando subrayados y dejando que la dramaturgia surja del roce entre cuerpos y palabras.
Ese registro íntimo requiere otra sensibilidad. Johnson insiste en que el personaje real no es un ícono de mármol, sino un hombre con cicatrices visibles e invisibles.
“Llegué a conocer muy bien a Mark; hoy somos grandes amigos… él está en paz y es feliz, y eso es lo que más importa”, dijo Johnson.
De ahí se desprende la lectura más humana de La Máquina, de la fachada pública que se cae. “Nunca sabes por lo que está pasando la gente… todos queremos vernos como si tuviéramos todo bajo control, pero todos estamos atravesando algo”, contó el exluchador.

El segundo ring: la pareja como territorio de riesgo
La película convierte la intimidad en un ring paralelo. El actor lo pone en palabras: “Cada día está peleando contra algo: sus rivales en el ring, sus demonios, sus adicciones, su pareja, él mismo.”
Safdie filma esas discusiones como secuencias de carácter, donde la respiración, el fuera de campo y la música —que huye del grandilocuente “modo épico”, coquetea con el jazz y marca un pulso interno— hacen que el cuerpo del espectador sienta la escena, no solo la observe.
El director completa el gesto con forma y sonido: textura visual noventera, cámara que habita los silencios y música que esquiva el tópico épico para sentirse en el cuerpo del espectador. Las peleas respiran como escenas de carácter; la relación de pareja, en cambio, se filma como un segundo ring donde cada pausa cuenta más que un golpe.
“Es una película sobre un peleador… pero, ante todo, es un ser humano que atraviesa cosas como cualquiera”, comentó el director.

¿Será suficiente para que Dwayne Johnson se lleve el Óscar?
De cara a la temporada, será difícil que no se hable de premios: Dwayne Johnson entrega su trabajo más vulnerable y Benny Safdie confirma una mirada capaz de traducir el ruido del espectáculo en preguntas morales.
Pero más allá de cualquier nominación, la película se sostiene en un hallazgo simple y doloroso: el combate que define a Kerr no es el que se televisa. Es el que libra consigo mismo cuando se apagan las luces.