La misoginia, el odio hacia las mujeres, no es ninguna novedad, pero los índices de feminicidios están al alza (hubo 411 en 2015 y 884 en 2018, de acuerdo con datos de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana), la alerta de género se queda corta (de las 18 entidades con Alerta de Violencia de Género, ninguna ha reducido de manera consistente la incidencia de seis delitos que afectan a las mujeres) y quizá nunca se había visto con tanta claridad que la violación no es algo que les pase a unas cuantas.

Fenómenos de denuncia y catársis colectivas como #MiPrimerAcoso o las diferentes versiones del #MeTooMéxico han puesto de manifiesto que toda mujer corre el riesgo sin importar su edad o apariencia, si está en la casa, la calle o la escuela, y que los perpetradores pueden ser el maestro, la pareja, el padrastro, el abuelo, el policía o el amigo encantador. Violadores pueden ser los que se supone que nos aman y los responsables de nuestra seguridad. “No me cuidan, me violan”, gritaron miles en la marcha feminista del pasado 16 de agosto en la Ciudad de México, organizada para exigir un alto a la violencia sexual y los feminicidios en esta capital. Ese día se ventilaron la rabia y el hartazgo, que no son cualidades precisamente femeninas. “No hay una sola mujer que no sepa que la ira femenina es motivo de escarnio público”, escribe Soraya Chemaly en Rabia somos todas. Disimulamos nuestro enojo porque sabemos que mostrarlo abiertamente es riesgoso. Pero la rabia muchas veces es necesaria. Podría decirse que el feminismo nació cuando unas mujeres enojadas se empezaron a organizar para su liberación.

En la década de los 80 hubo un auge de organizaciones que, además de expandir la conciencia feminista, asumían tareas que el Estado descuidaba. A pesar de que los problemas de financiamiento son casi una constante y las propias asociaciones son vulnerables a ataques, no quitan el dedo del renglón y siguen empeñadas en mantener en la agenda política temas como la violencia sexual, los feminicidios, la trata, los derechos reproductivos o la falta de un acceso real de las mujeres a la justicia, además de brindar acompañamiento y apoyo a las víctimas. Platiqué sobre estos problemas con ocho mujeres, siete de ellas representantes de grupos de la sociedad civil.

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Derechos reproductivos

Riesgos que padecen las mujeres en CDMX
Foto: Ilustración de Emilia Schettino

¿La vida de las chilangas ha mejorado desde que la interrupción legal del embarazo (ILE) se hizo realidad en 2007? Para Oriana López Uribe, directora ejecutiva de Balance Promoción para el Desarrollo y la Juventud, “ha mejorado la sociedad, la visión que tenemos de lo que supone un embarazo, las discusiones políticas, la forma en la que vemos la condición de desigualdad para las mujeres y la democracia, porque empezamos a ser ciudadanas de la misma calidad”.

En 2007 Leticia Bonifaz era consejera jurídica del Gobierno del Distrito Federal y fue ella quien defendió ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación las reformas legales necesarias para la ILE aprobadas por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Observa que, 12 años después, “ya podemos saber qué pasa para romper todos los mitos. Te decían ‘Si lo permites, todo el mundo lo va a hacer’, y obviamente no es cierto. Aborta quien decide hacerlo, lícita o ilícitamente”. En ese entonces las experiencias internacionales ya indicaban que la despenalización no dispara el número de abortos, y eso se confirmó, señala.

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Según datos de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México, entre 2007 y septiembre de 2019 se realizaron 216 mil 755 interrupciones legales del embarazo en los servicios públicos, mientras que solo en 2006 se registraron 165 mil 455 casos, de acuerdo con la investigación Estimaciones del aborto inducido en México. Adriana Jiménez Patlán, presidenta nacional de la Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos en México (Ddeser), cree que, a pesar de la introducción de la ILE y de la importancia fundamental de una maternidad elegida, aún hay mucho trabajo por delante. Los embarazos no deseados, explica, son “una pequeña parte de lo que pasa todos los días en la vida de las mujeres”. Por ejemplo, si alguien acude a Ddeser por un embarazo producto de una violación “puede seguir adelante con la interrupción pero a lo mejor luego regresa a un lugar donde sigue estando su violador”.

Estimaciones de CONAPO revelan que 33.4 por ciento en 2009 y 36.5 por ciento en 2014 de las mujeres preñadas reportaron que su embarazo había sido no deseado o no planeado.

Ddeser entiende los derechos reproductivos en un sentido amplio y se conectan con la eliminación de la violencia. “Nuestro primer territorio a defender es el cuerpo —reflexiona su directora—, y aprender que tienes derecho a una vida libre de violencia te permite empezar a tener otras autonomías”. A esta red no solo llegan mujeres que necesitan un aborto: también “caso de trata, niñas violentadas. Hemos tenido niñas de ocho años con un embarazo producto de la violencia sexual en su propia casa”, narra Jiménez Patlán.

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Acceso a la justicia

Riesgos que padecen las mujeres en CDMX
Foto: Ilustración de Emilia Schettino

Julia Pérez Cervera, directora de Vereda Themis (Defensa Jurídica y Educación para Mujeres), nos ayuda a entender por qué muchas veces las mujeres vuelven al lugar donde está su agresor. “¿Podemos creer que esa orden judicial para que el marido no se acerque más de 500 metros va a proteger a una mujer que lleva siete años aguantando sus golpes y a la que ha amenazado con matar si lo denuncia? ¿Tiene el sistema un programa para que ella pueda tener una vivienda de baja renta para irse de la casa del agresor? No, no hay nada de eso”.

Ella desmiente categóricamente la idea de que si las mujeres no se van es porque no quieren, compartida por funcionarios del sistema de justicia. Ese prejuicio “es lo que piensan en el ministerio público que atiende a una mujer cuando va a denunciar y el investigador que, al abrir una carpeta y redactar el informe, no pone lo que dice la mujer sino lo que él interpreta, y es eso lo que le llega al juez, que piensa que somos unas exageradas y no queremos trabajar y por eso en casos de divorcio peleamos la pensión, cuando hay datos clarísimos de que la mayoría de los papás evitan pagar los alimentos para los hijos. Pero eso es el sistema de justicia que tenemos y muchas mujeres no creen en él porque saben que de entrada se van a topar con que las cuestionen”. De acuerdo con cifras del INEGI, tres de cada cuatro hijos de padres separados no reciben pensión.

Es ahí donde entran en acción las organizaciones feministas. “Las mujeres no confían en las autoridades —asegura Marilú Rasso, directora ejecutiva de Espacio Mujeres para una Vida Digna Libre de Violencia—. Muchos violentadores son los propios ministerios públicos o la policía. Ellos no les creen, minimizan los hechos o las regresan a sus casas, mientras que nosotras sí les creemos y en cuanto llegan les abrimos las puertas y les damos la atención que necesitan”.

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El acceso de las mujeres a la justicia es un problema al que también se enfrenta cotidianamente la Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas (Adivac), dirigido por Laura Martínez Rodríguez. “En ningún espacio adonde vaya una mujer a solicitar un servicio le dan una atención digna. La cuestionan, hacen juicios de valor. Si llega a denunciar una violación la hacen esperar horas y la tiene que revisar el médico legista ‘para ver si es cierto’ que la violaron. Es el único delito donde tienes que demostrar con tu cuerpo que así ocurrió”.

Parte del problema, piensa Bonifaz, es que “desde las leyes hay sobrerregulación y mucho traslape de actividades institucionales. Una mujer toca muchas puertas para ser atendida en un caso de violencia y debería ser una sola: no puede ser que se revictimice contando su historia una y otra vez o llegando a una fiscalía donde le cierran la puerta diciéndole ‘Al rato lo vas a andar perdonando’ o ‘Valora si vas a poder salir adelante sola’”. Una vez más, prejuicios y estereotipos, de los que al parecer no se libran ni los responsables de las instancias que atienden la violencia contra las mujeres. “Hace falta gente con otra mentalidad y un rediseño institucional”.

Violencia

Riesgos que padecen las mujeres en CDMX
Foto: Ilustración de Emilia Schettino

Las entrevistadas coinciden en que la violencia contra las mujeres, en sus diferentes modalidades, es el problema más grave y debe estar en el centro del programa político feminista. “De él desembocan muchos otros problemas, pues se encuentra en todas las esferas donde ellas se desenvuelven. Basta con ser mujer en una sociedad machista como la mexicana para enfrentarte a un chorro de inseguridad y vivir diferentes tipos de agresiones, desde el acoso callejero hasta el feminicidio”, señala Margarita Mantilla, fundadora, junto con otras compañeras, de Feministas de la UAM-X. “En el espacio universitario también se pueden ver las asimetrías de género, desde la impartición de clases o la manera diferenciada como los docentes se dirigen a mujeres y a hombres. El eje es la violencia contra las mujeres, que atraviesa todas las actividades que éstas desempeñan”. Es importante visibilizarla y desnaturalizarla, subraya, porque muchas veces quienes la sufren ni siquiera son conscientes de que es violencia.

“Matan a 9 o 10 mujeres al día por el solo hecho de ser mujeres —abunda Marilú Rasso—. Algo no está funcionando. Los índices de violación, sobre todo a niñas, son cada vez más alarmantes. También disminuye la edad en que están siendo violadas. Siempre ha pasado, pero ahora vemos en los refugios un incremento de niñas y adolescentes que llegan buscando salvar la vida”. De acuerdo con el Reporte anual 2018 de incidencia delictiva en Ciudad de México, los casos de violaciones crecieron 124.2 por ciento con relación a 2017. En las carpetas de investigación de la PGJ, de enero a agosto de 2019 se han registrado 709 casos de mujeres víctimas de delitos de violación y abuso sexual en la Ciudad de México. Nuestro país tiene el primer lugar en embarazo infantil entre las naciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Cada día 34 niñas quedan embarazadas a consecuencia de una violación, perpetrada casi siempre en el seno familiar.

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Le pregunto a Laura Martínez sobre la diferencia entre un feminicidio y un asesinato. Sin titubear responde: el odio. “En la mayoría de los casos las torturan antes de matarlas. Te pueden quitar la vida con una puñalada pero a las mujeres las encuentran con 80 puñaladas, con lesiones en todo el cuerpo y violadas no se sabe si antes o después de matarlas. Hay mucho odio contra lo que significa el cuerpo de las mujeres”.

El informe La violencia feminicida en México. Aproximaciones y tendencias, de ONU Mujeres y la Secretaría de Gobernación, lo confirma. No es que se asesine a más mujeres que a hombres sino que a ellas las matan (y las matan ellos) con más saña y crueldad. En el periodo de cinco años estudiados, “los objetos cortantes se usaron 1.3 veces más en los homicidios de mujeres que de hombres. […] Se recurre tres veces más al ahorcamiento, estrangulamiento, sofocación, ahogamiento e inmersión, y el uso de sustancias y fuego es el doble que en el caso de los hombres”.

Trata y crimen organizado

Foto: Ilustración de Emilia Schettino

Martínez agrega un dato primordial: “El crimen organizado está dejando asesinatos de hombres y mujeres con mucha tortura”. No es la única en señalarlo. Jiménez Patlán observa: “La violencia de los hombres es cada vez más fuerte; a Ddeser han acudido mujeres a las que machetearon. Antes no nos enfrentábamos al crimen organizado pero ahora podemos toparnos con que el perpetrador pertenezca a él. Eso pone en riesgo no solo a nuestra usuaria sino a la defensora de derechos sexuales y reproductivos. La trata de personas tampoco nos había tocado pero ahora sí, y cada vez más”. De acuerdo con COPRED y la Organización Internacional del Trabajo, la trata de personas es el tercer negocio más redituable del mundo, con ingresos estimados en 32 mil millones de dólares, y en México este delito está propagado por todo el país.

Para explicar la dinámica de la trata nadie mejor que Teresa Ulloa, con casi 50 años en la lucha contra el tráfico de mujeres y niñas. Desde 2003 dirige la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe (CATWLAC por sus siglas en inglés). La trata es la captación, transporte, traslado, acogida o recepción de mujeres con diferentes propósitos, entre ellos de manera muy destacada el de la explotación sexual. ¿Pero no son la trata y la prostitución fenómenos completamente separados?, le pregunto. “Si no hubiera un mercado de prostitución no habría trata con fines de explotación sexual —responde—, porque al final lo que mueve al mercado es la demanda y ésta pide ‘carne fresca’: niñas más chiquitas, mujeres más ‘exóticas’, y entonces las traen de África, Asia, Europa del Este, tal como se llevan a niñas indígenas mexicanas a Japón”. Coinciden Esther Castellanos y Beatriz Ranea en su Investigación sobre prostitución y trata de mujeres, donde afirman: “La trata existe en aras de proporcionar mujeres al mercado prostitucional, de tal manera que se renueva la ‘oferta’ […] de forma constante y proporciona una amplia variedad de mujeres jóvenes y ‘exóticas’ a bajo precio”.

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¿Y qué hay de quienes se dedican voluntariamente al trabajo sexual? La gente que cree en eso, piensa Ulloa, “no se ha metido a las tripas del infierno. No creo que en burdeles, casas de citas, table dances, salones de masaje paren en líneas separadas a las que están voluntariamente y las que llegaron por la fuerza. Además las tienen muy amenazadas”. Y a continuación cuenta algunos de los muchos horrores que ha visto al asomarse a ese infierno: “Si están bajo un proxeneta de los Tlaxcaltecas lo más seguro es que ellos tengan a sus hijos y para amenazarlas les manden fotos de ellos siendo torturados. Me ha tocado entrar a dos cateos: en uno había como 20 criaturas, desde 1 a 12 años, los más chiquitos amarrados de las manos y colgados del techo porque la mamá no había cumplido con la cuota. Hay una tremenda confusión teórica. Yo creo que apenas el uno por ciento de las mujeres en prostitución dicen que teniendo otras opciones eligieron ésa. El resto están por falta de oportunidades, pobreza extrema o porque han vivido
violencia desde chicas. Casi 70 por ciento empezaron a ser explotadas a los 12 años, y no porque cumplan 18 pueden decir ‘Ya me voy’”.

En CATWLAC han observado cómo se cruzan el feminicidio con la explotación sexual y la trata o el secuestro. “Las empiezan a explotar sexualmente y si están muy bonitas se las llevan de regalo a los jefes de plaza. Ellas están en un altísimo riesgo porque cuando ese jefe se cansa de ellas lo más seguro es que las maten, y lo hacen de manera muy salvaje: las pueden llegar a cocinar o a desmembrar vivas”.

¿Hay salida?

Foto: Ilustración de Emilia Schettino

Las entrevistadas coinciden en que hace falta un cambio estructural profundo y confían en que el trabajo feminista apunte en ese sentido. Esta chamba es importante “para generar sinergia entre las personas que estamos siendo oprimidas por el sistema —apunta la directora de Balance— y generar puentes, redes, tejido social para resistir mejor ese sistema opresor”. El gobierno haría bien en aprovechar la experiencia de las organizaciones de la sociedad civil “para generar políticas pública más efectivas”.

Para detener la violencia contra las mujeres, concluye la directora de Espacio Mujeres, “habría que acabar con la impunidad y cambiar nuestra cultura, la forma en la que nos relacionamos entre los sexos. Tendríamos que transformar las estructuras que desde el Estado hacen posible la violencia contra las mujeres”. La directora de Vereda Themis asegura que “las sociedades cambian cuando el movimiento social se ha puesto de pie y ha dicho ‘Por aquí no’”. Bonifaz reconoce que “se necesitan no solo políticas públicas actuales sino mucha conciencia desde la infancia. Los procesos educativos son muy largos pero hay que apostarle a que sí rinden frutos a final de cuentas”. Ella ve tres factores constantes para la transformación: “necesitas una lucha, algo muy vivo, deseos de que se logre algo impulsado por grupos de sociedad civil”, pero también es crucial “que haya voluntad política para concretarlo y un trabajo jurídico muy cuidadoso para que no te lo echen atrás”.

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Ddeser se concentra en transformar la vida cotidiana de mujeres concretas. Su presidenta nacional recuerda muchas veces que lo han logrado y ejemplifica: en algunas partes de Guerrero “se piensa que las mujeres tienen que unirse con un hombre desde que tienen 14 o 15 años. A partir de que ellas aprenden qué son los derechos sexuales y reproductivos se dan cuenta de que pueden tener un proyecto de vida más allá de lo que en su comunidad se cree que es el destino de las mujeres”. La fundadora de Feministas UAM-X ve lejano, pero no imposible, un mundo sin violencia contra las mujeres. “Sabemos de la importancia de trabajar cada una desde nuestro lugar y siempre darle visibilidad al problema, señalar las actitudes que propician la violencia y nosotras mismas intentar no reproducir el machismo en los entornos donde nos desenvolvemos”.

Encontramos una justificación a la esperanza en estas palabras de la escritora Ursula K. Le Guin: “Vivimos en el capitalismo; su poder parece inexorable, pero la verdad es que también lo parecía el derecho divino de los reyes. Cualquier poder humano puede ser resistido y transformado por los seres humanos”. Y a la resistencia contra el sistema patriarcal se unen cada vez más mujeres, cada vez más enojadas.