No están regulados ni reconocidos pero los asistentes sexuales para personas con discapacidad existen. Prestan sus manos para que quienes tienen problemas de movilidad, accedan también al placer del orgasmo.

Por Diana Delgado y Cynthia Peralta

Unas manos extrañas tocan un cuerpo poco a poco. Se deslizan entre los brazos, las piernas y la espalda. Puede haber música, aromas, un encuentro previo o tan sólo un pase directo a la habitación, donde una persona da las instrucciones a detalle y, la otra presta sus manos y su voz para provocar placer.

No es prostitución. No hay sexo de por medio ni una relación de pareja. Tan sólo son las manos que se mueven al ritmo de quien ordena. Es masturbarse y acariciarse con otras manos. Autoexplorarse a través de alguien más.

Las manos son de los asistentes sexuales, personas que brindan un apoyo instrumental para el autoerotismo de quienes viven con alguna discapacidad.

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En México, existen 20 millones 838 mil 108 personas en el rubro de “discapacidad”, de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2019, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

Dicha cifra representa a 16.5% de la población; sin embargo, del total, 6 millones 179 mil 890 (4.9%) fueron identificadas plenamente como personas con discapacidad y el resto dijo tener limitantes para realizar actividades de la vida diaria.

En CDMX, hay 493 mil 589 personas en condición de discapacidad. De ellas, 212 mil 512 son hombres y 281 mil 77 mujeres.

Todas ellas son personas capaces de sentir emociones, de vivir la pubertad y sus cambios fisiológicos, de enamorarse, de desarrollarse en diferentes ámbitos y, por supuesto, de tener deseo sexual.

“Caemos en un problema porque las personas con diversidad funcional no somos vistos como seres sexuales. Su lugar social es como los angelitos a los que hay que cuidar con caridad o por solidaridad”, dice Antonio Centeno, activista en favor de la vida independiente de quienes viven con alguna discapacidad y promotor de la existencia y profesionalización de la asistencia personal y la sexual en Barcelona, España.

“Hay un discurso sobre los cuerpos con diversidad funcional de que son inútiles, inválidos, subnormales, tullidos, discapacitados y minusválidos. Entonces, ¿cómo va ser deseable un cuerpo así? No, no son nada deseables”, agrega.

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A eso se suma que en la cultura, el arte y medios no están representadas personas con discapacidad y generan falsas realidades estereotipadas y sesgadas.

“Por un lado, el desgraciado absoluto. Pobrecito, vaya vida de mierda que tiene y entonces prácticamente a lo único que aspira es a suicidarse. En el otro extremo, la gente maravillosa que hace cosas inspiradoras, entonces ni el suicida ni el estupendo son seres sexuales a los ojos de la sociedad”, explica Antonio, tetrapléjico desde los 13 años.

Todo eso provoca que el derecho al autoconocimiento y el ejercicio de la sexualidad no forme parte del “mundo posible” de quienes viven con discapacidad.

¿Quiénes son los asistentes sexuales?

Su origen se inserta en la figura de la asistencia personal reconocida en las Normas Uniformes sobre Igualdad de Oportunidades para Personas con Discapacidad, publicadas por Naciones Unidas en 1993.

Son quienes, a través de un pago, auxilian en tareas como comer, vestirse e ir al sanitario, hacer pagos, trasladarse y trabajar. En la interpretación ambigua de esa normativa aparecen los principios de los asistentes sexuales.

De acuerdo con Irene Torices Rodarte, terapeuta, sexóloga y directora del Geishad (Grupo Educativo Interdisciplinario en Sexualidad Humana y Atención a la Discapacidad), en la asistencia sexual confluyen la asistencia personal y el trabajo sexual.

Los servicios se pueden prestar de dos maneras: a través de caricias, masturbación y autoexploración con las manos del asistente o guiando las del propio cliente para que se estimule por sí mismo.

“La otra es cuando el cliente tiene una pareja y requiere apoyo. El servicio puede ir desde ayudar a la persona a colocarse en la cama o si ambas tienen discapacidad, les ayudan a encontrar una posición cómoda y segura para su actividad. Incluso al terminar, les apoyan para asearse y vestirse. Todo depende de lo que estipule el contrato”, detalla.

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En eso coincide Antonio Centeno, uno de los principales expertos de la asistencia sexual en el mundo, quien asegura que para plantear los límites hay que cuestionarse siempre lo que podrían hacer de manera autónoma. Es decir, a un asistente no se le puede pedir sexo oral, pues nadie puede hacérselo a sí mismo. Tampoco se le puede pedir ser besado porque no lo haces contigo mismo ni tampoco tener una cita porque eso no tiene nada que ver con tu autonomía personal. Esos son vínculos que cada persona debe buscar por su cuenta; sin embargo, a nivel autoestima, la asistencia sexual sí motiva a que una persona con disfunciones decida establecer relaciones sociales con otros.

“Una dificultad que tenemos es que se utiliza el mismo término para propuestas incluso contrarias. Parece que a cualquier tipo de trabajo sexual que se haga con personas con disfuncionalidad se le puede llamar asistente sexual y no es así. Lo que nos parece importante es que este debate sobre lo que es y qué no es asistencia sexual, sea fundamentalmente técnico y no caiga en el terreno de la moralidad, para que ayude a clarificar el marco de su existencia”, precisa Centeno en entrevista conChilango.

Empezar por las emociones

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Foto: Pexels y Unsplash.

Pese a que las “reglas” insisten en que una asistencia no debe implicar un vínculo, a Verónica le gusta empezar por las emociones.

Ella le cocina a sus pacientes, como les llama. También les ha ayudado a limpiar su cuarto, a bañarse, realiza la asistencia y se queda un rato más para platicar o jugar juegos de mesa.

Afirma que su intención es ponerse en los zapatos del otro, asegurarse que no lo va a lastimar y que lo que realmente quiere es explorar su cuerpo.

“Me ha pasado que me dicen que mi servicio les agrada porque me preocupo por ellos. Casi nadie les pregunta cómo están, cuáles son sus necesidades. Eso hace que se sientan frustrados y no puedan tener una vida sexual placentera. Me gusta pensar que estoy ayudando más allá”, dice.

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La joven de 25 años lleva seis haciendo asistencias sexuales, labor que combina con su trabajo y estudios.

Asegura que llegó a ser asistente sexual por ser practicante de bondage (BDSM) y en los grupos se dio cuenta que aunque quisieran, era difícil que las personas con discapacidad se integraran a la práctica, por lo que en muchos casos le pagaban a dominantes o buscaban asistencias y fue como se informó y decidió unirse.

Cuenta aChilangoque le ha tocado atender a personas con espina bífida y paraplejia, que nacieron con esa condición o quienes la adquirieron por algún problema de salud o accidente.

En ambos casos, señala, la constante que le piden es empatía, caricias y la sensación de afecto al estar en la alcoba.

La asistencia sexual no es un tema nuevo en el mundo. Aunque en Ciudad de México y en el país no se reconoce ni se regula, existe. Y esta figura se ha adaptado a distintos contextos internacionales.

Por ejemplo, explica Irene Torices, en Suiza sí está permitida pero obliga a que quien lo realiza tenga una licenciatura en el ámbito médico. En Australia se le conoce como sexo servicio entrenado y está subsidiado por el Estado.

En Francia se discute su regulación, pero, por ahora, existe tolerancia en su ejercicio. Lo mismo ocurre en Suecia y en Alemania; mientras que en Países Bajos y Dinamarca es legal al igual que la prostitución.

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De este lado del Atlántico, en Canadá existe una regulación, mientras que en Estados Unidos existen códigos de ética, pues es una práctica legal.

La asistencia sexual se instaló en nuestro país tras el estreno del documental español “Yes, We Fuck”, en 2015, en el que participó Antonio Centeno.

El interés se debió a que en la película se planteó a la asistencia como una alternativa que ofrece beneficios para personas con discapacidad; sin embargo, Geishad, organización especializada en sexualidad y discapacidad en México, alerta que en ningún momento se habló de los perjuicios que puede ocasionar cuando no hay una capacitación adecuada.

En México, la Ley General para el Desarrollo y la Inclusión de las Personas con Discapacidad señala que la asistencia personal es necesaria y que debería brindarse a todas las personas con discapacidad que la requieran en cualquier momento de sus vidas; sin embargo, nunca se menciona a la asistencia sexual.

La discusión y la posible inclusión del tema en la legislación, explica Torices, permitiría crear estrategias para la regulación y capacitación de las personas que la ofrecen, porque es un proceso que requerirá de un amplio conocimiento, tanto de las diferentes condiciones de discapacidad, como de la sexualidad humana, ya que, de lo contrario, puede provocar algún tipo de lesión, daño físico, psicológico o emocional.

Actualmente, los asistentes sexuales para personas con discapacidad brindan su servicio de manera encubierta, ya sea desde el trabajo sexual o desde asociaciones que ante la demanda, lo incluyeron en sus servicios.

Esto significa que no hay una institución que proteja a quienes prestan ni a quienes solicitan el servicio. Tampoco existe un contrato y menos un tabulador de costos.

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De acuerdo con la página AsistenciaSexual.org —proyecto que encabeza Antonio Centeno del Movimiento Vida Independiente España y donde se anuncian los asistentes sexuales para personas con discapacidad de distintos países, incluido México— los costos van desde los $200 a los $1,500 por servicio.

Además, algunos asistentes sexuales cobran por separado los traslados y la habitación de hotel.

Cualquier persona interesada puede contactarlos a través del correo electrónico que aparece junto con su fotografía. En el caso de México aparecen alrededor de 40 asistentes sexuales de distintas entidades, principalmente la CDMX.

Para Irene Torices, con base en la figura regulada en otros países, un asistente sexual requeriría contar con certificación para atender a personas con discapacidad en el ámbito de la sexualidad y hacerlo desde un marco de Derechos Humanos.

No obstante, asistentes sexuales consultados porChilangoaseguraron que no tienen estudios especializados y su preparación constó en ver videos, leer artículos de salud y psicología o tomar cursos de primeros auxilios.

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“No soy prostituto”

Carlos comenzó como asistente sexual por dos motivos: el fallecimiento de su madre y por su “propia calentura”.

El hombre de 48 años, con estudios en sistemas computaciones y experiencia como profesor, confiesa tener una adicción al sexo y ser practicante asiduo de cibersexo.

Cuenta que cuando su madre enfermó, se dedicó a cuidarla por casi dos años; sin embargo, tras su muerte, consideró prostituirse hasta que leyó sobre la asistencia sexual.

“Primero pensé que si a mí me gusta tanto tocar mi cuerpo y tener una relación estrecha con él, debe de ser horrible no poder tener esa relación con el tuyo. Si yo disfruto dándome placer, a lo mejor también puedo ayudar a que alguien disfrute y a la vez siento placer con ello”, dice Carlos en entrevista.

Aunque reconoce que se ha excitado durante una sesión, su servicio consiste en prestar sus manos y que su cliente le indique los movimientos que quiere. Sin sexo oral, ni penetración. Sólo tocamientos.

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Asegura que los familiares, principalmente madres de mujeres con discapacidad, son quienes lo buscan para contratarlo, a veces de manera recurrente.

Incluso, en una ocasión la familia lo invitó a comer para conocerlo, por lo que asegura siempre llega “bien arreglado y perfumado”, pues confía en que si no hay química ni interés sexual, es difícil brindarle placer a otra persona.

“Les explico que no soy prostituto. No te voy a hacer el amor, no te voy a penetrar, no voy a tocar mi cuerpo con el tuyo. Yo me ofrezco a bañarlas para tener un primer contacto, familiarizarnos con su cuerpo y con mi presencia y mis movimientos para que se sienta cómoda. Lo que hago es prestar mis manos en su búsqueda del placer”, comenta.

En contraparte, Verónica explicó que en la mayoría de casos, sus pacientes ocultan el servicio a sus familiares.

Por esa razón se presenta como una amiga o brinda la asistencia en un lugar fuera de la casa.

“La familia no está acostumbrada a pensar en sus hijos, en su hermano, en su tío con discapacidad como una persona sexual activa. Prefieren bloquear esa información y por eso, hay quienes lo viven de manera muy personal”, señala.

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Para la directora de Geishad, la persona con discapacidad es la única que debe decidir sobre su sexualidad y la familia no debe involucrarse, porque podría caer en una forma de violencia sexual contra la persona que presta el servicio, toda vez que la asistencia no busca satisfacer las necesidades percibidas por la familia, que en muchas ocasiones recurre al servicio para que su familiar “pierda la virginidad o libere tensión sexual”.

La organización considera que la persona con discapacidad debe adquirir un conocimiento de sí misma, tanto de su cuerpo como su personalidad, para tomar una decisión informada y libre.

“La sociedad sigue invisibilizando la sexualidad de personas con discapacidad y de ahí que existan pocos o nulos espacios para que acudan a recibir educación en sexualidad de manera integral y también los servicios de salud sexual y reproductiva que necesitan para garantizar una salud integral, que incluya la parte de la rehabilitación o habilitación sexual, dependiendo si la discapacidad fue adquirida o de nacimiento”, comenta.

Una práctica riesgosa

Foto: Pexels y Unsplash.

No contar con una regulación conlleva un riesgo para los asistentes sexuales y quienes los contratan. 

Los principales son la violencia verbal, emocional, física o sexual, pero pueden llegar a desaparición forzada, traumas o la adquisición de infecciones de transmisión sexual.

“Podría creerse que ahí, por estar destinado a personas con discapacidad, no va a haber riesgo, pero es una mentira porque muchas veces no sabemos quién está del otro lado”, cuenta Verónica.

Ella ya fue víctima de la violencia. En sus dos primeras asistencias, la joven fue engañada. El primer hombre que la contactó, inventó tener una discapacidad motriz por un supuesto accidente.

“Cuando llegué la primera vez, el chico venía caminando. Me asusté muchísimo y me dijo que buscaba ayuda porque, la típica excusa, tenía disfunción eréctil y decía que eso era una discapacidad”, recuerda.

La segunda ocasión, el sujeto que la contactó fingió que tenía discapacidad visual.

Tras dichas experiencias, Verónica solo pudo levantar un reporte con los administradores de la página donde se anuncia, por lo que desarrolló su propio protocolo.

Ahora entrevista primero a quienes la contactan, investiga previamente el domicilio al que acudirá, va acompañada por amigos y comparte su ubicación a sus familiares, quienes saben a qué se dedica.

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