Con un toque propio.

La primera vez que me masturbé tenía 35 años. 35 años y un chingo de traumas. Cuando me divorcié, a los 34, una de mis hermanas me regaló un vibrador. Intenté utilizarlo un par de veces pero cada vez que lo hacía acababa llorando. No concebía el placer en soledad y lloraba porque estaba sola, porque no había conmigo nadie que me abrazara.

Hoy tengo 42 años y vivo mi vida sexual —en soledad y en pareja— con plenitud, libertad, alegría y desinhibición. ¿Qué pasó en estos ocho años? ¿Por qué ya no lloro cuando me masturbo? ¿Por qué he logrado alcanzar un orgasmo (o varios) estando yo sola en mi cama? ¿Qué cambió? Sin duda alguna, lo que se ha transformado es mi concepción sobre el placer, mi codependencia hacia mis parejas para obtenerlo, el profundo desconocimiento sobre mi cuerpo. Lo que cambió fue mi mente, mi alma, todo mi ser.

Immanuel Kant escribió: “Vemos las cosas no como son sino como somos nosotros”, y eso es exactamente lo que me sucedió a mí con respecto a mi sexualidad, y estoy segura de que también a millones de mujeres de mi generación en esta ciudad, en México y en el mundo. Esto puede explicarse por diversas razones pero voy a enfocarme en cinco:

• Nadie mencionó durante nuestra pubertad, adolescencia y juventud el concepto de autoerotismo.

• La educación sexual que recibimos es casi nula. Es una educación que no educa, sino que trauma. Es información mal dada que pinta de culpa y de vergüenza el placer y el sexo. En muchos sectores y diferentes niveles, esta forma de mal educar sexualmente a las mujeres no ha cambiado.

• Hemos normalizado como sociedad que los hombres se masturben desde su pubertad y a lo largo de toda su vida. Nadie los condena por encerrarse en soledad durante largos periodos de tiempo a tocarse. La masturbación masculina en México incluso recibe diversos apodos: la chaqueta, el jalón, el autoservicio o el famoso hacerse justicia por propia mano, entre muchas otras que seguramente existen pero que desconozco.

• Los mandatos sociales sobre la masturbación femenina son profundos, machistas y condenatorios. Simple y sencillamente no se considera “de buen gusto” hablar de eso, ni compartirlo, ni aceptarlo. Es una expresión más de la mirada patriarcal con que se han construido las estructuras sociales. Es otra manera de control: no puedes sentir placer por ti misma, necesitas a un hombre para ello.

• La sociedad sigue juzgando y valorando a las mujeres por su estado civil: por si están casadas, solteras o divorciadas, por si tienen hijos o no, por si viven en familia o solas. Este juicio hacia nuestro estado civil está ligado incuestionablemente con el ejercicio de una sexualidad libre y autoerótica porque parte de la idea destructiva de que solo se masturba la mujer que no tiene un hombre a su lado y por eso vale menos.

Todo esto me genera una profunda tristeza y dolor al escribirlo. Creo que si entendemos estas razones y empezamos a quitarle tanto peso moral y ridículo a la masturbación femenina, tanta concepción machista, todos —hombres y mujeres— viviremos vidas sexuales más plenas, más ricas, más reales y más divertidas. Entendamos que tenemos que educar de otra manera a las siguientes generaciones, darles más información, más espacio para la duda, más libertad para expresarse sobre el deseo, sobre las ganas, sobre sus propios cuerpos.

El orgasmo es un derecho humano y es necesario quitar todas las telarañas mentales para que no se nos enrede el autogoce. Erradiquemos lo que sea necesario para lograr conocer nuestro cuerpo y el placer que podemos alcanzar cuando nos encontramos con nosotras mismas. Saquemos del cuarto –de la cama, la regadera, la tina o en donde te plazca tocarte– todo lo que nos impide alcanzar el éxtasis y tener una vida sexual e íntima plena. Acabemos con la tiranía ajena para de una vez por todas poder acabar sintiéndonos propias y deseantes.


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