Por si no fuera suficiente haberse apoderado de nuestras noches y domingos, Netflix es ahora también la que dicta nuestros antojos. Primero fue la serie Chef’s Table, llevando el fine dining a nuestras pantallas entre música clásica y tomas preciosistas. Las primeras temporadas son una chingonería. Después se desgastó un poco el formato y se exploraron los terrenos del reality con ejemplares más bien olvidables. También hay algunos documentales interesantes sobre alimentación y nutrición. Sin embargo, el formato con el que la gente más se identifica es el documental de expedición (Somebody Feed Phil, Ugly Delicious), en el que un anfitrión viaja para descubrir sabores en distintas latitudes. La idea es darle la vuelta, pues para contar esas historias se necesita un estilo que atrape. Una vez más: el legado Bourdain.

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Este año Netflix llegó con tres propuestas distintas. Primero fue Street Food (de los creadores del multipremiado documental Jiro Dreams of Sushi y de Chef’s Table), que tiene sede en las calles de las principales ciudades del continente asiático. A diferencia de su predecesora, esta serie se enfoca en más de un cocinero por episodio, todos ellos artesanos callejeros que lograron hacerse de cierta fama local (ahora global). Mantiene una ejecución pulcra, pero lo hace desde una óptica más humana: lo vuelve menos mamón. En Street Food vemos por ejemplo la historia de Jay Fai, la señora que ganó una estrella Michelin haciendo omelettes de cangrejo en un puesto de Bangkok, y a Toyo, un señor entrañable que cocina a las afueras de un mercado de Osaka. Street Food es una apuesta que emociona, porque nació en la meca de la comida callejera, pero que en posteriores temporadas podrá explorar cualquier rincón del planeta donde la buena comida suceda en la calle.

Después vino The Chef Show, un programa que funge como secuela de la película Chef, de Jon Favreau, en el que el actor (y director de Iron Man y El rey león) decide que es momento de volver a cocinar con quien fue su mentor: el chef coreano-angelino Roy Choi. Sin mayor preámbulo, se avientan a cocinar. Favreau es un tipo bastante chido, que demuestra un gusto genuino por la cocina. Es un show relajado con platillos monchosos (en el tercer episodio preparan la pasta que el personaje de Favreau le hace a Scarlett Johansson en una de las escenas más sexys de cualquier peli de comida). Sin embargo, tomando en cuenta que es un show de cocina demostrativa (aunque digan que no), se quedan un poco cortos. Los ingredientes de cada plato se presentan en una animación a modo de deconstrucción, pero las cantidades y procedimientos se los pasan por los huevos. En el primer capítulo Gwyneth Paltrow les pregunta “¿Para qué es este show?”, a lo que ellos responden: “Nadie sabe”.

No está mal, pero al final se padece un poco.

El mes pasado se estrenó Las crónicas del taco, una serie documental que hace una revisión de seis tipos de taco (uno por episodio), narrados por el propio taco en primera persona. El valor de esta serie es la exploración de la cultura que rodea al taco en el núcleo de su origen: desde el surgimiento y tratamiento del ingrediente en función del taco (y viceversa), hasta el testimonio in situ de sus creadores y consumidores.

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Las crónicas del taco se inserta de manera profunda en la relación indisoluble de los mexicanos con el taco, lo cual la convierte en una serie sustancial, independientemente de lo emocionante que es ver los tacos que nos comemos todos los días retratados en una producción a la altura de las que se han citado previamente. No es una serie que haya que ver capítulo tras capítulo de un jalón, sobre todo porque es difícil terminar un episodio sin que se haya despertado el antojo que invita a salir a comer, un gran mérito de la serie. Pero quizá el más relevante de sus logros sea que pone al taco en el sitio donde le toca estar.

Si en el último año el taco se ha convertido en el platillo de moda en todo el planeta, entonces hay que enaltecer su identidad: a la gente que lo hace y los sitios donde nació y se prepara, de manera auténtica, como en ningún otro lugar. En ese aspecto, México queda muy bien parado.

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