Hace un par de semanas subí a Instagram la imagen de una concha con frijoles, esa aberración calórica que viene de Veracruz y que en la Ciudad de México encontramos en contados lugares: en la lonchería Peltre del chef Daniel Ovadía, por ejemplo.

Si acaso, se come en algunas casas, pero no es algo que haya permeado mucho en las costumbres chilangas en la mesa.

En mi casa era una práctica exclusiva de mi padre, muy criticada por cierto, aunque a él jamás pareció importarle. En la bolsa de papel estraza de la panadería siempre había banderillas (de esas hojaldradas y apenas barnizadas, bellísimas), mantecadas con su papelito rojo encerado cubriéndolas de la cintura para abajo, donas de las que dejan grasita en el paladar, garibaldis, orejas (que de pronto también eran propensas a recibir una untadota de frijol), nueves (una especie de rol glaseado, increíble) y conchas.

La concha era para mi papá y, como en casa jamás faltaron los frijoles, solo era cuestión de freírlos y machacarlos en el sartén para completar el bocado.

Más grandecitos le dimos oportunidad y, como era de esperarse, aquello no solo funcionaba: era una pinche belleza. Aceptar que mi papá tenía razón con respecto a la concha con frijoles me despojó de una presión poco útil ante aquellas fascinaciones que rechazamos a priori porque contrastan texturas y sabores opuestos y creemos que eso no tiene sentido.

Conozco gente que come frijoles con cátsup (yo la uso en el huevo a la mexicana con tortillas de harina), papas a la francesa con helado de vainilla, arroz con limón, sándwiches de jamón y queso amarillo con mermelada de fresa y otros caprichos personales.

Está también el gusto que es culposo por no ser el más sano, ya sea por grasoso o azucarado. A mí me da más culpa la comida que no es comida, como los ultraprocesados: esos son los que podría poner en esa lista sin hacerme el mustio. Claro que también los consumo de vez en cuando: los Cheetos, el surimi, la Coca-Cola, el pan Bimbo, la sopa Maruchan. Lo extraño es que a esos casi nadie les hace el feo ni parecen provocar ningún tipo de culpa.

Debajo de mi foto en Instagram cayeron todo tipo de comentarios. Están los escépticos, los experimentados, los que aprueban y los que rechazan. De pronto algún curioso admitía que probaría la concha con frijoles por primera vez. Si nos ponemos menos trabas, en la comida como en la vida,
corremos el riesgo de ser más felices. Los gustos culposos no existen: está lo que nos gusta y lo que no, y la culpa solo nos está robando tiempo.

Esta columna de opinión expone exclusivamente el punto de vista de su autor y no necesariamente refleja los valores y/u opiniones de Chilango.

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