Ser viejo en la capital mexicana es enfrentar problemas de salud, economía, calidad de vida. El menosprecio por su edad en vez del aprovechamiento de su experiencia, la mala atención a sus enfermedades, el abandono y los obstáculos para su movilidad en la calle, edificios y transportes… todo eso debe cambiar ya. Alrededor de 1 millón 200 mil chilangos de la tercera edad tienen derecho a una vejez digna.

Una crisis de la tercera edad que también es mía

Foto: José Luis Castillo

Mis padres siguen juntos después de 50 años de matrimonio. Un verdadero milagro del amor o de la codependencia, nadie lo sabe. Ahora tienen 72 y 73 años, respectivamente, pero, en su juventud, allá por la década de 1960, además de ofrecerles una vida en pareja hasta el final, la sociedad les prometió una jubilación, un mejor servicio de salud pública, una vejez digna. No fue así.

Ambos comenzaron a trabajar desde muy jóvenes. Mi madre es maestra normalista y mi padre ingeniero mecánico automotriz. Ella trabajó también como coordinadora de actividades culturales de su escuela y al final como subdirectora de actividades extracurriculares, acumulando un total de 30 años en el mismo trabajo antes de recibir una jubilación.

Él trabajó poco tiempo en los autos y mejor se decantó por muchos tipos de empleo: vendedor de máquinas de soldadura industrial, gerente nacional de una industria sueca de químicos, director nacional de ventas de una conocida compañía de mensajería.

Mi padre siempre fue capaz de venderte un transatlántico, lo necesitaras o no. A diferencia de mi madre, una serie de complicaciones, como la crisis de 1994, le impidieron seguir empleado. Cuando quiso hacerse de una jubilación, el IMSS ya le había desaparecido sus miles de horas trabajadas y nunca las pudo recuperar.

Mi madre cobraba una jubilación de su escuela y la que ofrecía el seguro social. Con eso podían vivir cuando ella dejó el trabajo en 2007. Tenían casa propia y no vivían mal: podían pasear, pagar un seguro médico privado, darse algunos gustos.

Poco a poco la inflación y el aumento anual de su seguro les fue ganando terreno. Ambos empezaron a tener muchos problemas de salud. La jubilación había perdido poder adquisitivo y el seguro médico les quitaba casi la mitad.

Llegaron al punto de vivir justos, de buscar por todos los medios no enfermarse para no tener que usar el seguro y pagar un exorbitante deducible. Comenzaron a acudir al IMSS para obtener sus múltiples medicinas, bajaron el nivel de su póliza privada. Esa espiral los ha llevado a una precariedad que nadie debería sufrir, y menos las personas mayores. 

Tengo como misión salvarlos, pero yo también estoy en la precariedad. A mi generación le ha venido todo aún más difícil. Muchos de nosotros ni siquiera tenemos casa propia ni tendremos pensión.

Quizá logremos vivir más años pero es posible que sean peores años. El presente de mis padres refleja mi futuro, que pinta peor. Y ahora, por si fuera poco, nos asaltó la epidemia del COVID-19, que ya se está llevando a muchos adultos mayores. 

El estado de la cuestión

Foto: José Luis Castillo

En el México de 2020 hay 14 millones 491 mil personas mayores de 60 años y en 2040 la cifra se habrá duplicado. El crecimiento de esta población se debe a que, gracias a una serie de avances científicos, la esperanza de vida ha aumentado en los últimos 50 años. En la Ciudad de México es de 78 años para mujeres y 73 para hombres. Sin embargo, este creciente grupo demográfico no recibe un trato igualitario.

“En la Ciudad de México hay aproximadamente 1 millón 200 mil adultos mayores pertenecientes a todas las clases sociales, económicas y religiosas. Hay una población que tiene buenos ingresos económicos y puede satisfacer sus necesidades (85 por ciento de los albergues o residencias existentes son privados), pero 50 por ciento de los individuos de más de 60 años tienen limitaciones y más de un 30 por ciento vive en condiciones de pobreza o indigencia –dice Rafael Álvarez Cordero, doctor en Ciencias médicas y autor de 18 libros sobre medicina, cirugía, obesidad y vejez–.

Las políticas públicas son insuficientes; si a esto se añade la actuación ambivalente de jóvenes y adultos con respecto al viejo, el problema empeora. Porque en el fondo ni los ciudadanos ni las autoridades conocen bien lo que es el anciano, sus necesidades, expectativas, sueños, carencias; se sigue pensando que es un enfermo, inválido, incapaz, lento, y así lo tratan”.

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Álvarez asegura que cuando una familia tiene a un miembro de más de 60 años, en algunos casos lo cuidan y prevén sus necesidades, incluso estimulándolo para que siga activo, pero en muchos otros es un estorbo, una carga, y lo relegan.

“El maltrato en la ciudad excede el 16 por ciento y el olvido el 20 por ciento. Y en el aspecto gubernamental, tal parece que el viejo es una rémora, y por eso el Instituto Nacional para las Personas Adultas Mayores (INAPAM) no piensa en el envejecimiento saludable, sino que limita sus acciones a entregar vales de descuento o tarjetas y a hacer conferencias sobre la vejez”. 

Desde su punto de vista, el gobierno tiene sus propias prioridades y la vejez no es una de las más importantes; lo prueba la disminución del presupuesto para el Instituto Nacional de la Senectud, que pasó de 51 millones 323 mil 817 pesos en 2018 a 47 millones 770 mil en 2020.

“Las autoridades ignoran el enorme potencial laboral y económico que tiene la población creciente de viejos, que podría aportar mucho al desarrollo del país. La SEP no tiene ningún programa para enseñar a niños y jóvenes cómo tratar a los viejos; en la Ciudad de México se cuenta con dos universidades de la tercera edad, pero no tienen validez académica y solamente ofrecen entretenimiento y esparcimiento al alumnado.

En lo que respecta a la Secretaría de Salud, desde hace tiempo se han hecho estudios, foros, conferencias, programas en los que participan universidades, geriatras, gerontólogos, filósofos, psiquiatras… y se han publicado documentos valiosos (como Envejecimiento y Salud. Una propuesta para un plan de acción, 2018), que esperan su implementación cuando se considere que el viejo es un individuo valioso y que el envejecimiento exitoso puede ser una realidad”, subraya Álvarez Cordero.

Lo que dicen los expertos

Foto: José Luis Castillo

Para discutir estas cifras y desentrañar las realidades a que corresponden, consulté a diversos especialistas. Sus voces construyen un relato en el que la realidad de las personas adultas mayores no es muy halagüeña.

Cynthia Michel, maestra en Administración y políticas públicas, es profesora asociada del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). En 2019 participó en un estudio sobre protección social que analizaba la oferta institucional existente para garantizarles a todas las personas salud y un ingreso básico.

“Para garantizar un ingreso a los adultos mayores existen dos vías –nos dice–. La primera: si eres derechohabiente de una institución de seguridad social tienes derecho a una pensión cuyo monto varía en función de las semanas cotizadas.

Sin embargo, en la memoria estadística de 2018 del IMSS podemos ver que, aunque hay 6.5 millones de personas adultas mayores derechohabientes, sólo 2.5 millones reciben una pensión.

La segunda vía es mediante la pensión de adultos mayores [Programa para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores]. Cualquier persona adulta mayor puede acceder a ella. No obstante, el monto que se otorga es menor al salario mínimo”.

En materia de salud, Michel comenta que la cobertura entre los sistemas de seguridad social y lo que era el seguro popular es complementaria.

El problema es que el derecho no es asequible: en Pemex hay 1.37 camas por cada mil derechohabientes; en el IMSS, 0.59; en el ISSSTE, 0.53 y en lo que era IMSS-Próspera, 0.20. Hay que esperar mucho tiempo para ser atendido.

Por otro lado, no se sabe cuántas camas o personal médico hay en los centros de salud del Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI). “No hay un diagnóstico para identificar la brecha entre los programas sociales y el sistema de seguridad social. Tenemos programas sociales que no alcanzan y son como parches, y sistemas de salud fragmentados y también insuficientes”.

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De acuerdo con la especialista, la solución pasa por ampliar la cobertura del IMSS, independientemente de la condición laboral de las personas (60 millones de las personas son trabajadores informales), mejorar la calidad y cobertura de los programas sociales y complementar con una pensión universal, o focalizada, pero de un monto que efectivamente permita vivir dignamente la vejez.

Salud e ingresos son sólo parte de la ecuación; los cuidados de las personas adultas mayores son importantes también. “No sabemos qué tipo de cuidados requiere cada quien, de forma que ni siquiera podemos hacer un cruce con la oferta existente (ni pública ni privada). Y necesitamos conocer esas diferencias para poder construir una oferta adecuada”.

Parece lógico, entonces, acudir al INAPAM, la instancia gubernamental más comprometida con este grupo poblacional, y preguntar qué están haciendo ellos. Ana Gamble, su directora de Atención geriátrica, estudió Pedagogía en la UNAM y es especialista en envejecimiento de la población desde hace 28 años.

“A nosotros nos corresponde que las personas mayores se apropien de sus derechos y conozcan a las instituciones que los garantizan. Además fomentamos investigaciones y publicaciones sobre temas de envejecimiento, contribuimos a la generación de intercambio de información y fortalecemos centros especializados de atención: albergues (mejor conocidos como residencias), centros de día, centros culturales, clubs, centros de formación.

Identificamos dónde están y qué servicios prestan, realizamos visitas de supervisión y los fortalecemos con asesoría para un mejor funcionamiento, capacitación al personal, vinculación con otras instituciones. El año pasado supervisamos 300 instituciones; encontramos que falta capacitación al personal y que carecen de espacios adecuados y de registros ante autoridades”. 

El INAPAM cuenta con 6 albergues, 7 residencias de día y 4 centros culturales. En principio no son gratuitos, pero se realizan estudios socioeconómicos y para algunos beneficiarios pueden llegar a serlo. No obstante, la línea del instituto es tratar de no encapsular a las personas mayores en albergues.

“Lo que debemos hacer es que las personas estén hasta el último momento en su casa, en su comunidad. Tenemos que fomentar un envejecimiento funcional e independiente, con clubs, centros culturales y centros de día”, detalla Gamble.

Además, cuenta que en diciembre de 2019 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el acuerdo por el que se instaló el Comité Técnico de Coordinación Nacional a Favor de la Personas Adultas Mayores, que tiene por objeto coordinar las políticas públicas que promuevan y garanticen los derechos de las personas mayores.

El comité está presidido por el INAPAM y en él concurren 26 instituciones, entre las que destacan las Secretarías de Gobernación, Bienestar, Educación Pública, Cultura, Salud y Trabajo, el IMSS y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. 

Acerca de la visión del INAPAM sobre el empleo, el tiempo libre y la salud, Gamble comenta: “Fomentamos el empleo para personas mayores, somos el vínculo con empresas y buscamos que les garanticen condiciones dignas.

Ahora que se vive más, tenemos que pensar qué hacer con ese tiempo, y algo que ha sido atractivo es seguir formándose sin la prisa de graduarse. Para ello son muy populares los clubs, los centros culturales o las universidades de la tercera edad, porque ahí la gente convive con personas de su generación, por lo general de su entorno sociocultural, y evitan la peor enfermedad del envejecimiento que es el aislamiento social.

Respecto a la salud, si bien hemos ganado muchos años de esperanza de vida en poco tiempo, llegamos a edades avanzadas con enfermedades crónico-degenerativas, como hipertensión, diabetes, sobrepeso, que si no cuidamos adecuadamente terminan generando pérdida de funcionalidad y de independencia. Me gustaría que se reconociera el envejecimiento como un logro de la humanidad y no como el tsunami de las canas”.

La salud mental es uno de los principales problemas de la población de la tercera edad y uno de los que más generan esa pérdida de independencia y funcionalidad que menciona Gamble. El Alzheimer y los diversos tipos de demencia son muy recurrentes, por no hablar de la depresión.

Foto: José Luis Carrillo

Francisco Flores, maestro en Ciencias médicas por la UNAM, investiga las alteraciones cognitivas y conductuales en sujetos en riesgo de desarrollar enfermedad de Alzheimer.

“Si bien el principal factor de riesgo para desarrollar una demencia es la edad avanzada, no es una consecuencia normal del envejecimiento sino una enfermedad con factores de riesgo modificables y cuya cura se busca en todo el mundo –indica–.

Se ha estudiado que tener un desarrollo cerebral adecuado durante la infancia (con adecuados nutrientes, sin factores adversos, como la violencia, y con una educación suficiente) disminuye el riesgo de demencia en la vejez.

En adultos jóvenes, el control de factores de riesgo cardiovasculares, como hipertensión, diabetes, obesidad o problemas con el colesterol y los triglicéridos, también reduce el riesgo de demencia.

Y a lo largo de la vida, el fortalecimiento de la reserva cognitiva (que es el conjunto de actividades educativas, laborales y de ocio que nos llevan a aprender cosas nuevas) y las redes sociales también han demostrado proteger contra las demencias, lo mismo que el manejo oportuno de trastornos psiquiátricos como la depresión, que es el más común en adultos mayores, seguido por ansiedad, demencia y trastornos por consumo de sustancias”.

Ante este panorama, concuerda el doctor Flores, muchos de estos trastornos se ven agudizados por escasez de dinero, aislamiento, soledad, dietas no saludables y falta de ejercicio y actividades sociales, y agrega: “En la Ciudad de México tenemos clubs, universidades de la tercera edad y una gran oferta cultural.

Pero es una ciudad muy grande y con muchos problemas estructurales de accesibilidad. Los adultos mayores con algún grado de discapacidad no siempre pueden beneficiarse de estos programas, ni personas que viven en la periferia o en condiciones de pobreza.

Entonces se hacen círculos viciosos: si no se pueden mover, menos socializan, menos pueden moverse, tienen mayor riesgo de depresión y mayor riesgo de demencia…”.

Flores coincide con otros especialistas en que falta mucha infraestructura para atender las necesidades de salud de los adultos mayores. “Hay pocos hospitales con especialistas en esta población y el personal de primer contacto (médicos generales y familiares, personal de enfermería, trabajo social) no siempre tiene la capacitación y sensibilización para atenderlos. Se necesita pensar en estrategias de accesibilidad principalmente; la movilidad y la seguridad son clave. Y lo más importante, es necesario promover la vejez como terreno fértil para seguir aprendiendo y emprendiendo”.

La doctora Zoila Trujillo está a cargo de la consulta de Neurogeriatría en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN) y en la misma institución coordina el programa de Cuidados paliativos, es decir, los que se aplican a personas con enfermedades terminales o avanzadas para mitigarlas.

“Las más frecuentes son las demencias (Alzheimer y demencia mixta), con prevalencia de 8.7 por ciento y Parkinson con 3 por ciento. Las personas mayores con enfermedades neurológicas sin derechohabiencia son atendidas en institutos nacionales como los de Nutrición, Cancerología, Enfermedades Respiratorias, el mismo INNN, o en hospitales de alta especialidad como el Gea González, pero claramente son insuficientes, porque además no se cuenta con los geriatras necesarios”.

En cuanto a las políticas generales de salud para la tercera edad, la doctora Trujillo destaca la necesidad de fortalecer la consulta en los propios hogares. “El programa Médico en tu Casa es insuficiente. Las diferentes instituciones podrían coordinarse para dar atención domiciliaria mediante una ficha electrónica, con la que podríamos captar y enviar pacientes a dos grandes coordinaciones (una en el sur y otra en el norte, por ejemplo).

El gobierno de la ciudad pondría personal y vehículos y las instituciones los insumos (medicamentos, material de curación, recetas). Esta pandemia es una área de oportunidad para que las instituciones nos coordinemos en ese sentido”.

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Puesto que en varias ocasiones se han mencionado el tema de los cuidados y el programa Médico en tu Casa, entablo conversación con Johabed Olvera, doctoranda en Asuntos Públicos por la Universidad de Indiana, quien investiga los efectos del programa Médico en Tu Casa en la mortalidad materna y en la salud de los recién nacidos.

“El programa disminuye la tasa de mortalidad materna en un 30 por ciento. Para entender qué era exactamente lo que estaban haciendo bien –relata–, visité varias casas acompañando a los médicos. Muchas veces la familia decía: “No vive en mi casa una embarazada pero sí un adulto mayor, ¿podría venir un médico a verlo?”.

El programa identificó así a un grupo de pacientes que no tienen acceso a servicios médicos, no porque no tengan seguro sino porque no pueden ir a los centros de salud. En realidad el 70 por ciento de la población atendida por el programa son adultos mayores.

Lo aterrador es que, en muchos casos, los cuidadores primarios de adultos mayores con discapacidad funcional son otros adultos mayores, algunos de ellos viviendo en la pobreza”.

Olvera explica que entre 2015 y 2018 el programa había identificado a casi 60 mil adultos mayores con alguna discapacidad funcional o en situación de abandono. La mayoría de ellos tenían además hipertensión arterial, diabetes, demencia o enfermedad pulmonar obstructiva crónica.

“El programa tenía serios problemas de implementación, entre ellos la falta de una estrategia clara de recolección de datos que permitiera monitorear sus resultados y la falta de recursos.

Al final fue desinflado presupuestalmente, en parte porque no tenían datos para mostrar a la nueva administración que el programa estaba dando buenos resultados, en parte por razones políticas (fue estandarte de la administración de Mancera)”. 

Lo que dicen las personas adultas mayores

Foto: José Luis Castillo

Evaristo García Pacheco tiene 96 años y es peluquero. Asegura haber cuidado siempre su alimentación y tratar de caminar todos los días aunque sea un poco. “Soy pensionado, gracias a Dios. Me alcanza, y complemento con la ayuda que da López Obrador –dice–. Estoy afiliado al IMSS. Voy mensualmente, me revisan y me dan mi medicamento. Mi experiencia ha sido buena, ¡pero no para volver! Cuando me operaron de la próstata el doctor me dijo que si llenaba un recipiente con orines me podía ir a casa… ¡y llené dos!”

Su rutina diaria empieza a las 8 de la mañana; desayuna con toda la calma y a las 11 se va a su negocio. “Oigo las noticias, platico con los clientes… ya casi todos se petatearon. A las 3 de la tarde me voy a comer y ya no regreso al trabajo. Me llevan mi sobrina o mi esposa, porque ya no veo bien para andar solo en la calle –narra–. Tengo pareja desde hace veintitantos años. Platicamos mucho, nos llevamos muy bien, aunque sexualidad ya no hay… La relación con la familia es buena. Nos visitan poco”.

Evaristo nunca se ha sentido discriminado. Lo rodea gente de todas las edades que se preocupa por él: lo ayudan a cruzar la calle, le ceden el paso. “Hasta la policía se ha detenido para ayudarnos. En una ocasión mi esposa pensó que la iban a asaltar pero le ayudaron con la bolsa del mandado hasta la casa”, recuerda.

Sin embargo, le cuesta moverse. Su experiencia con el Metro y el trolebús es positiva; no así con los camiones o taxis: “Muchas veces no nos hacen la parada o se arrancan muy rápido. Mis planes son seguir en mi trabajo y poder seguir viviendo en pareja; me preocupa dejar a mi esposa sola”.

Carmen Llorens Fabregat es historiadora. A sus 70 años empieza a pensar que ya no hay tanto tiempo para concretar sueños y proyectos. “Soy pensionada, pero he seguido trabajando bajo el esquema de honorarios. Me siento muy orgullosa de seguir activa porque se valora mi experiencia y me permite ser independiente”, comenta.

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Disfruta su papel como madre y abuela y vive una nueva fase con sus dos hermanas y un hermano, pues su familia era “medio disfuncional” y un tanto distante. Buena parte de su vida la dedicó a cuidar a su madre, exiliada catalana que llegó junto con su padre a México en 1939.

Aunque considera que la vida se ha encarecido y no hay bolsillo que aguante, vive sola y sus gastos no son tan grandes. Además, cuenta con una pensión además de su sueldo y la ayuda bimestral que da el gobierno de López Obrador.

“Definitivamente los achaques están más presentes. La osteoartrosis ya me enchuecó el dedo meñique de la mano izquierda, lo cual divierte mucho a mis nietos. A pesar eso, cuando me miro al espejo pienso que no me veo de 70 años y que aún estoy joven”, subraya Carmen, que tiene derecho a los servicios de salud del ISSSTE pero de todas formas recurre a los remedios caseros: té de manzanilla para la panza, té de árnica para los dolores musculares o una manzana diaria.

“La contingencia sanitaria del COVID-19 me tomó en el momento en que acababa de ingresar a trabajar por honorarios a la SEP. Como estoy en la población de riesgo, he seguido trabajando bajo el esquema de home office.

Estar aislada de mi familia ha sido un verdadero reto, y otro el hecho de que las personas de más de 60 años seamos más vulnerables y estemos en mayor riesgo, junto con la población que padece enfermedades crónicas. Por primera vez me doy cuenta de que la edad sí importa, y mucho, cuando se trata de la salud”, menciona.

Antes de la pandemia Carmen se levantaba a las 5 de la mañana, desayunaba, preparaba su lunch para el trabajo y dejaba limpia su casa. Un taxi pasaba por ella en la mañana y otro a las 6 de la tarde para regresarla a su casa.

“Estoy reinventando mi rutina y me ha resultado bastante difícil, ya que antes de empezar mi home office debo dedicar por lo menos dos horas a la sanitización de mi casa. A ver cómo resuelvo quién me trae el súper o mis medicinas o quién va al cajero”.

 No le gusta que los elevadores y escaleras eléctricas del Metro se descompongan a cada rato ni que pocos restaurantes dispongan de baños en la planta baja. Al gobierno de la ciudad le pediría mejorar los servicios de salud en cuanto a la prevención de enfermedades y especializaciones, otorgarle más recursos al Instituto Nacional de Geriatría y que se lleven a cabo programas sin una etiqueta de para adultos mayores.

“No necesitamos una universidad para adultos mayores: la visión debe ser más incluyente. Sería muy enriquecedor que en lugar de ir a un taller de pintura sólo para ‘cabecitas blancas’ podamos ir a un taller para toda la población –sugiere–. Mi cuerpo y mi mente son mi mayor tesoro. Hay que vivir con la mayor intensidad y cada día a plenitud”.

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